Alegre estáis. ¿No queréis que lo esté, si hoy mis deseos llegan a su mejor fin? ¿De qué suerte? Estadme atento. Ya sabéis –como quien es amigo tan verdadero que en cada cuerpo hay dos almas, si ya no un alma en dos cuerpos–, ya sabéis cuántos disgustos, cuántas penas y desvelos, asistencias y cuidados, finezas, ansias y riesgos me cuesta el porfiado amor de Violante, pretendiendo con lágrimas y suspiros, municiones de agua y viento, batir muros de diamante, romper montañas de acero, minas penetrar de piedra, y fosos vencer de fuego; siendo no el menor, don Félix, de todos mis sentimientos la no olvidada desdicha de la muerte de Laurencio su primo, a quien ya sabéis que con el fácil pretesto de no sé qué tema, acaso, en el campo cuerpo a cuerpo, celoso maté porque trataba su casamiento; en cuyo trance, partido se vio entre los dos el duelo dejando a los dos iguales dicha y desdicha; pues siendo Laurencio el favorecido y yo el despreciado, atento con ambos el hado, quiso que quedásemos a un tiempo dichosos y desdichados; pues dejar era lo mesmo a un aborrecido vivo, que a un favorecido muerto. Ausenteme, pues, de Parma, sin que de la ausencia el ceño pudiese mirar en mí vencido el menor afecto. Cuál debe de ser la dura prisión mía os encarezco, pues aun no pudo gastarla la sorda lima del tiempo. Al cabo de algunos días, el duque mi señor, viendo que no se mostraba parte nadie en la causa –respecto de que Lisardo, un hermano del infelice Laurencio, que está desde niño al César en Alemania sirviendo–, no ha querido por justicia declararse, y antes pienso que a más ilustre venganza aspiran sus ardimientos; en fin, la causa sin parte, el duque pudo ser dueño del perdón: conque yo, Félix, a Parma volví, trayendo mi amor y celos conmigo; pero ¿qué mucho, si es cierto que el olvido es tan cobarde que nunca riñe con riesgo? Siempre ventajoso riñe, pues cuando embestir le vemos es cuando está solo amor, no cuando está amor con celos. Hallé a Violante, si fue posible, más cruel, haciendo de su ofensa nuevo agravio, de mi amor nuevo desprecio; pero como no hay diamante, si a los ejemplares vuelvo pasados, acero no hay, no hay piedra, al fin, no hay incendio que no se rinda a partidos, puesto que el diamante vemos a la porfía del arte dócil, tratable el acero, cavada la piedra al agua, y el fuego apagado al viento; y así Violante, trocando los rigurosos estremos en estremos más piadosos –milagros que amor ha hecho tantas veces cuantas vimos, si a la antigüedad creemos, orlar tablas y cadenas las paredes de su templo–, hoy me ha escrito que mañana... Señor... ¿Qué me quieres, necio? El duque te está esperando, y me ha dicho que, al momento que te halle, diga que importa que vayas a verle presto. Mirad cuál es mi desdicha; que para decir tormentos, ansias y penalidades, tiempo me sobró; y en viendo que voy a decir venturas, dichas, gustos y contentos, me falta. Mas yo le haré. Esperadme; que ya vuelvo. Poco tenéis que decirme, pues a bastante luz veo que Violante pagará vuestro amor; porque, en efecto, la deidad más ofendida de verse adorada, es cierto que hacia la parte del alma nunca le pesa de serlo. ¡Y cómo yo galanteaba –perdona que el galanteo ponga hoy en tan bajos paños– cierta mozuela del pueblo, tan pedregosa, que era ribazo de carne y hueso! Y como yo, gloria a Dios, soy tan fácil como tierno, me cansé; y apenas ella echó mi asistencia menos, cuando me dijo: «Picaño, infame, vil y grosero, queredme, pues empezasteis a quererme, o ¡vive el cielo que os haga matar a palos!; que, aunque atrevimiento inmenso fue el quererme, el no quererme es mayor atrevimiento». ¿Qué cosa habrá a que no saques, Tristán, la frialdad de un cuento? Estaba un hidalgo un día remendando sus gregüescos, y un amigo que entró a verle le preguntó: «¿Qué hay de nuevo?». A que él respondió: «El hilo». Yo así te digo lo mesmo; que, si a vejeces de amor procuro echar un remiendo, lo que habrá de nuevo sólo será el hilo de mis cuentos. ¿Habrá hombre más infelice que yo? ¡Ay, don Félix, qué presto se hace pesar un placer, se hace tristeza un contento! Bien temía que me había de faltar el gusto el tiempo que a la pena me sobraba. Pues bien, ¿qué ha habido? ¿Qué es eso? ¿Traéis algún disgusto? Y tal, que no pudo, ¡vive el cielo!, acontecerme mayor; pues cuando os iba diciendo que Violante, reducida a la fe de mis deseos –hoy me ha escrito que mañana se sale a un cercano pueblo adonde tiene la hacienda su padre–, fiará al silencio de la noche el darme entrada en sus jardines, me veo de la esperanza tan cerca y de la dicha tan lejos que no es posible lograrla, porque se ponen en medio montes de dificultades. ¿Tan presto, César? Tan presto. ¡Félix vos, que no servís ni amáis! Y si queréis verlo, el duque ha sabido... ¿Qué? ...que ha llegado de secreto... Decí. ...a Milán el de Urbino, que viene, según entiendo, de Alemania, general de las armas del imperio contra esgüízaros; y como es tan su amigo y su deudo, a darle la bienvenida y norabuena del puesto me envía con esta carta, con orden de que al momento salga de Parma. ¡Mirad en qué confusión me veo! Pues, si no parto, don Félix, la gracia del duque pierdo; y, si parto, la ocasión que ha mil siglos que deseo. Demás que podrá Violante persuadirse a que pretendo yo aquesta ausencia en venganza de sus pasados desprecios; y teniendo por desaire lo que es fuerza, será cierto que aborrecimiento, que favor mi fineza ha hecho, vuelva otra vez mi desdicha a hacerle aborrecimiento. No sé qué os diga, si no es que hasta mañana secreto estéis aquí; que las postas podrán suplir ese tiempo. No podrán, porque me manda que las tome desde luego, y en jornada de seis días dos es fuerza echarse menos. Pues avisarlo a Violante con mil rendidos extremos. Ese es medio a la disculpa, mas no a la pérdida medio, pues de la ausencia del padre mañana la ocasión pierdo. ¿Qué dice la carta? ¿Qué ha de decir? Cumplimientos ordinarios. ¿Nómbraos? Sí, como es costumbre, diciendo «César Farnesio, mi primo, va en mi nombre», porque esto es estilo, para que se sepa allá el cumplimiento que se debe a la persona que va. ¿No dice más que eso? No. A vos, ¿conóceos Urbino? Nunca me vio, ni sospecho que haya en su casa persona que me conozca, respeto que ha tantos años que está en Alemania sirviendo. Pues, si vos os atrevéis a una cosa, yo me ofrezco, ya que en cuanto a conocerme a mí me pasa lo mesmo, a hacer esa diligencia; conque, quedándoos secreto, podréis lograr vuestro amor; pues consiste todo en esto –sin que ni al duque ni a Urbino se les haga agravio en ello, pues logra uno su visita y otro hace su cumplimiento–: en llegar, dar una carta, traer respuesta y venir presto. Cuando no fuera tan fácil, yo estoy de suerte que pienso que aun lo más dificultoso aventurara. Yo creo que diera un medio mejor para todos. Calla, necio. En fin, ¿hacéis la fineza por mí? No soy yo de aquellos que dan el consejo para no ejecutar el consejo. Yo con vuestro nombre iré. Mil veces los pies... Teneos; que entre amigos desairado está el agradecimiento. Sola una dificultad resta ahora. ¿Qué es? Yo tengo de cobrar de Aurelio, padre de Violante, unos dineros que por ayuda de costa me ha librado el duque, haciendo así mejor la deshecha de que es verdad que me ausento: con que no me esperará mañana Violante. A eso hay escribirla un papel. No hay; que la ocasión que tengo de escribir yo, una criada es que viene a verme; y creo que, con pensar que me voy, no me buscará tan presto. Ahí entra bien la libranza, pues con ella un criado vuestro podrá a entrambas diligencias ir a su casa sin riesgo. ¿Cómo sin riesgo a su casa? Desde el infeliz suceso de su sobrino, aunque está de mi amor y de mis celos desimaginado, no de su venganza; sospecho, si ve en ella criado mío, que antes que sepa el efecto a que va, ha de hacer con él alguna acción. Buen remedio. Vaya Tristán, que sabrá, sagaz, advertido y cuerdo, desmentir ambas sospechas. No sabré. ¿Qué temes? Temo que sospechas tan honradas me maten, si las desmiento. Si vas de mi parte, a mí será el desaire. Eso es bueno para quien sabe que un día mal perfumado un portero llegó a su corregidor, en altas voces diciendo: «Una moza de servicio antes de hora mostró serlo, y al tiempo que estaba yo la denunciación haciendo, otra moza sobre mí hizo el desacato mesmo; y estando yo, como estaba, mandatos de usté escribiendo, esto no se ha hecho conmigo, sino con usted». Severo el corregidor entonces le dijo: «Pues, majadero, ¿quién os mete en sentir vos lo que conmigo se ha hecho?». Conque, si me dan con algo, cuando venga medio muerto, habiéndose hecho contigo, podrás tú decir lo mesmo. No te canses; que has de ir con el papel ahora, y luego conmigo a Milán. Contigo, vaya; que deso me huelgo cuanto me pesa de esotro. ¿Por qué, Tristán? Porque siendo, como son, Carnestolendas, que es tan festejado tiempo en Milán, me pienso holgar como un padre. Vamos presto; vestireme de colores mientras estáis escribiendo y lleva el papel Tristán. Y más que ahora tenemos buena ocasión. ¿Cómo? Como sale de su casa Aurelio; y no estando en ella, da el esperarle más medios para el papel. Divertido viene una carta leyendo. Mejor es que no nos vea. Ven; que allá decirte pienso a qué criada has de dar el papel. ¿Qué esperas, necio? Déjame. ¿Qué haces? Estoy tanteando la fuerza al viejo, para ver qué tantos palos podrá darme de un aliento. «Tío y señor mío: yo he llegado a esta corte de Milán, encubriendo nombre y patria, en servicio del príncipe de Urbino; y, aunque deseo llegar a mi casa, no me atrevo a parecer en ella hasta vengar la muerte de mi hermano; y pues a todos toca esta desdicha de tan cerca, avisadme si está en Parma don César Farnesio...». Honrada resolución es la de Lisardo; pero ¿qué mucho, si es sangre mía? ¿Qué he de hacer? Que, aunque mi pecho volcán cubierto es de nieve que esconde las llamas dentro, y le suena esta venganza bien al rencor que yo tengo, me disuena por la parte de la prudencia que debo tener, porque ya en mi edad es razón que valga menos el rencor que la cordura y el enojo que el consejo. Si a Lisardo mi sobrino a esta venganza no aliento, no cumplo con mi valor; y, si para ella le esfuerzo, con mi obligación no cumplo; que haré mal si, en tanto empeño perdido un sobrino, doy calor con que al otro pierdo. Con el que murió pensaba casar a Violante; y siendo el heredero Lisardo de su casa y de mi intento, aventurarle al enojo del duque, que criado y deudo quiere a César, es volver atrás mi primer deseo. Pues ha de perder la patria, ¿qué he de hacer –¡válgame el cielo!– para que cuerdo y honrado cumpla con ambos afectos? Ahora bien, a responderle otra vez en casa entro, que no me faltará estilo con que entretener suspenso el fin, hasta que yo tome resolución; y a este efeto otra y mil veces la carta de mi sobrino a leer vuelvo. «Avisadme si está en Parma don César Farnesio, para que pongáis vos las espías y yo la ejecución para buscarle; y cuando respondáis, diga el sobrescrito: “A Celio, en casa del príncipe de Urbino”». En casa se ha vuelto a entrar, unos papeles leyendo, mi señor. ¡Oh, qué cobarde es, Nise, el atrevimiento, pues cuando se arroja a más, es cuando se anima a menos! Desde que escribí a don César, dándome a partido al ruego de tanto rendido amor, de mi misma sombra tiemblo. Desde hoy acá me parece... ¿Qué? ...que es de cristal mi pecho, y que puede ver mi padre lo que hace el corazón dentro. Violante... ¿Qué traes? Que, sobre volver tan presto, me da que pensar el verte tan confuso y tan suspenso. Nada; al salir me dio un propio una carta; y porque luego es preciso que se vuelva, a responder a ella vengo; y así... Mas ¿quién hasta aquí se entra? (Pues que sé que el viejo no está en casa, me he de entrar hasta el último aposento buscando a Nise, que es a quien despachado vengo). ¿A quién, hidalgo, buscáis? (Volviose azar el encuentro). A vos. ¿A mí? A vos. ¿No había puertas a que llamar? Tengo, según mal cristiano soy, muy tibios los llamamientos. Y en fin, ¿qué me queréis? Daros este papel. ¿Cúyo es? Vuestro, pues que viene para vos. Bachiller sois. Aún no tengo el grado, bien que los cursos ya me sobran para serlo. ¿Quién es vuestro amo? Don Félix; y usted tenga entendido esto, porque importa a la maraña, don Félix a decir vuelvo una y cuatrocientas veces. No soy amigo de cuentos. Yo sí, muchísimo. Dice: «Aurelio, mi tesorero: de los maravedís que pararen en poder vuestro, daréis a César...». ¿Cómo, si es de César el libramiento, Félix a vos os envía? Porque ha de haber el dinero Félix, por deberle César no sé qué partida dellos. «...quinientos escudos que le libro para el efeto de la jornada que hoy hace de orden mía». ¿Oyes aquello, Nise? Don César se ausenta, sin duda, ¡valedme, cielos! No quiso más que vengar mis desprecios con desprecios. Nise... Con un papel hace señas el criado. ¿Qué es eso? Nada. ¿Qué papel es ese? Estos son otros quinientos, mas vienen en otra fianza. ¿Dónde César va? (Al infierno debe de ser). ¿Qué sé yo? Esperad aquí. (Que a precio de no verle algunos días, he de despacharle. ¡Cielos!, si ha sabido que Lisardo está en Milán, y por eso le ausenta el duque de aquí?). No sé cómo no reviento de cólera. ¡A mí desaires César! Quien en tanto tiempo no volvió al desdén la espalda, ¿la vuelve al favor? Pues puedo hablar, escucha y sabrás que, aunque ves que a cobrar vengo, más vengo a pagar, señora, la obligación de un deseo. César con este papel me envía. Tómale, y sea presto, que vuelve a salir mi amo. De pensar si le vio tiemblo. Tomad, y id con Dios. Él guarde tu vida siglos eternos; y advierte que es la primera cosa aquesta que no cuento. (Yo voy mejor despachado que pensé, pues por lo menos dado el papel dejo, y voy sin palos y con dineros). ¿Si vería el papel, Nise? No, pues no hace sentimiento. Hija, yo me voy mañana, como sabes, a ese pueblo, ... (Albricias, alma, que nada entendió, pues habla desto). ...que está la hacienda perdida sin los ojos de su dueño: y así, lo que has de hacer es darme un papel que en el pecho ahora guardaste. ¿Yo papel, señor? (Malo es esto). Espera, que tú tampoco te has de ir. Dame el papel presto; que si dejé ir al criado, viéndole dar, fue que cuerdo no quise que mi venganza empezase por lo menos, ni enviar el ruido fuera, quedando el agravio dentro; y así callé hasta informarme, a costa del sufrimiento. Dame el papel. Yo... sí... cuando... ¡Oh, qué cansados extremos, pudiendo tomarle yo! Éntrate agora allá dentro, que no quiero que irritada la cólera, que no quiero que apurada la paciencia me cieguen, sin que primero me informe, ingrata, del daño antes que aplique el remedio. Quítateme de delante. (Dadme vuestro amparo, cielos; que, aunque disculparme quiera, razón ni razones tengo). Vete tú también. Sí haré. No por ahí, sino allá dentro. Mas dime antes, por que a ciegas no corran mis sentimientos, de Félix siendo él criado y de César el dinero, ¿cúyo es el papel? (Si digo que es de César, ... Habla. ...siendo como es su enemigo mi amo, será añadir yerro a yerro). No sé, pero César no... Harto me has dicho con eso. ¿Quién creerá, ¡ay de mí infelice!, que de abrir un papel tiemblo? «No hay, mi bien, inconveniente que me prive de no veros». (¡Qué dignamente, ay de mí, otras mil veces se hicieron de vil materia el papel y la tinta de veneno!). «Y así, tened entendido que, atropellando los riesgos que se me ponen delante, mañana estaré, en saliendo vuestro padre, en los jardines que decís. Guárdeos el cielo». ¡Qué es lo que miro! ¿Don Félix tiene tanto atrevimiento, que al sagrado de mi honor pone tan indignos medios, como tomar el achaque de enviar por el dinero del otro traidor su amigo? Y pues, sin duda, lo cierto dijo Nise y él lo dijo: «A Félix sirvo», diciendo señas por que no entendiese venir de su parte. ¡Cielos! ¿Qué he de hacer? Porque querer que yo en semejante empeño me olvide de lo ofendido y me acuerde de lo cuerdo es querer quitarme todo el uso del sentimiento, fuera de que es destruir la esperanza que yo tengo de casarla con su primo. ¡Bueno es, cuando más pretendo que otro no se vengue, darme a mí ocasión para hacerlo! Pues siendo así que no es posible que haya consejo que no atropelle la ira, en vengarme me resuelvo de dos traidores amigos que vida y honor me han muerto. A Lisardo escribiré mate a César, que lo mesmo haré de don Félix yo, pues tan buena ocasión tengo para matarle y dejar el homicidio encubierto; pues con cerrar este cuarto, dejando a esta ingrata dentro, sin que hasta mañana pueda dar aviso, será cierto que él vendrá sobre seguro, y yo podré con secreto, matándole en mis jardines, llevarle donde... Mas esto mejor lo dirá la fama cuando en láminas de acero deje mi venganza escrita en los anales del tiempo. «Vaya de baile, de música y fiesta; que todos son locos en Carnestolendas». Cierra esa ventana, Flora, y tú ni otra criada mía se ponga a su celosía. Déjame, por Dios, señora, solo llegar a ver esta máscara que va pasando hacia palacio, cantando... «Vaya de baile, de música y fiesta; que todos son locos en Carnestolendas». Darme pesar no pretendas, pues ves que deso me ofendo. ¿No miras que va diciendo «que todos son locos en Carnestolendas?». Por eso quiero yo ser cuerda. ¿Es posible que día de tan común alegría, ni has de ser vista ni ver? Si inconveniente no hubiera en ver y ser vista, no peino tantas canas yo que alegrarme no pudiera con los disfraces y juegos que hoy festejan a Milán; y más ahora que dan las luminarias y juegos con la noche más belleza a las danzas y más ser a las músicas. Saber quisiera, si no es tristeza, qué inconveniente hay, señora. Aunque tú le sabes, no le quieres saber, y yo quiero decírtele, Flora. En mi calle un caballero, que a Milán estos días vino con el príncipe de Urbino, de máscara está; y no quiero que, habiéndose declarado conmigo, presuma que es favor que yo me esté a la reja; que me enfado de ver su necia porfía. Quizá es otro que, vestido de disfraz, le ha parecido. ¿Cómo puede ser? Servía en palacio un estranjero conde; y cuando el sol faltaba, se iba a acostar y dejaba un esclavo en el terrero con su capa de color y plumas. La dama, un día que nevaba y que llovía, le quiso hacer un favor. La reja abrió, y en falsete, «idos, conde», pronunció; a que el moro respondió: «No estar conde, estar Hamete». Y así, puede ser, señora, que el que la máscara esconde sea Hamete y no sea conde. ¿A todo su cuento, Flora? Ya es mal viejo. En fin, dejara por él aun fiestas mayores. Bien lo dicen los rigores con que él lo llora. Repara que no quiero que en tu vida me encarezcas su pasión. Pues va otra conversación. Si el mirarle allí ofendida te tiene, yo te daré medio con que, sin que seas vista de él ni de otro, veas toda la fiesta. ¿Cuál fue? Aqueste. Muy bien, señora, sabes que en Carnestolendas las señoras de más prendas se disfrazan. Pues, si ahora te disfrazases tú, a fin de que sin ser vista vieses, a cuyo efecto salieses por la puerta del jardín, presumo que no sería mal modo de castigalle, dejándotele en la calle, gozar lo que resta al día. Mira: un capote, un sombrero, una hacha, una mascarilla, mezclándote a la cuadrilla de cualquier disfraz primero, lo hace todo. ¿Y si viniese mi padre en tanto? No hará; que, como es justicia, va por todas las calles; y ese aun no es escrúpulo, pues con dejar dicho que vas con alguna amiga, estás disculpada. Cosa es que hiciera de buena gana; pero no sé si me atreva. Burlar a un necio te mueva. Ven y verás qué galana te pongo. Apuesto, si sales, que a todas mil higas das, y con tu talle, no más, más que todas juntas vales. No, Flora, me persuadas por la vanidad; que creo que más que tú lo deseo. Manos a labor. Criadas, si por vosotras no fuera, más de un yerro... No es de aquí la moraleja. ¿Has de ir? Sí; que es triste cosa que quiera de ese necio la porfía, que a tantos extremos pasa, tenerme dentro de casa encerrada todo el día. Ven a vestirme. ¡Qué airosa ponerte, señora, espero! ¿Criada no dijo? Pues quiero parecerlo en otra cosa. ¡Ce, señor Celio! ¿Quién llama? Quien es serviros su fin. Por la puerta del jardín va disfrazada mi ama; y como acaso lleguéis, sin daros por entendido de que la habéis conocido, hablar con ella podréis. Chitón, y adiós. Tarde creo, Flora, que he de agradecer tu fineza, pues a ver llego el fin de mi deseo en la nueva que me das. ¿El fin de tu deseo? Sí, pues no parará en que aquí pueda hablarla, porque a más se ha de atrever mi osadía. Pues ¿qué pretendes hacer? Que se acabe de perder de una vez la suerte mía. Ya sabes que yo he venido a dar, Libio, muerte a un hombre, de quien solamente el nombre hasta ahora he conocido. A mi tío le escribí que de él aviso me diera, por que buscarle pudiera más seguro; y siendo así que sólo estoy esperando respuesta –en cuyo intermedio, sin aguardar más remedio que morir, estoy amando el imposible mayor que se vio en deidad humana, cuya ingratitud tirana desprecios hace a mi amor–, entre uno y otro pesar, quiero a entrambos acudir; que no es despique morir para quien viene a matar. Yo me tengo de volver a Alemania el mismo día que halle la venganza mía su fin; pues, si he de perder a Italia, y de cualquier modo soy hombre restado, ya bien lograr mi amor será y que me pierda por todo. Y así, en tanto que yo, a fin de no perder la ocasión que da amor a mi pasión, tomo la vuelta al jardín, lo que tú has de hacer... Aquí el baile prosiga, pues casa del justicia es. Pero vente ahora tras mí. No te detengas; que allá lo que has de hacer te diré: no salga en tanto. No sé qué te diga. Nada ya; que sobre resolución no hay consejo; y no es posible que este divino imposible me dé mejor ocasión. ¿Cuándo tengo yo de hallar noche, disfraz, bulla y ruido, que parece que han venido a darme tiempo y lugar, cuando no me den ventura? No, no hay qué decirme. Vamos. Aquí el baile prosigamos, «Vaya de baile, de música y fiesta; que todos son locos en Carnestolendas». Por mal agüero he tenido que el primer baile que vea, Flora, el de los locos sea. Antes yo pienso que ha sido a propósito buscado, pues entrar en él podemos, sin miedo de que le erremos, pues que ya viene ensayado. «Vaya de baile, de música y fiesta; que todos son locos en Carnestolendas». Ea, a otra parte a bailar. Deja esa cuadrilla, Flora. Máscara, esperad; que ahora conmigo habéis de danzar. (¡Hay más estraño pesar!). ¿Que huir de él no nos bastó? ¿Si me ha conocido? No esa sospecha te inquiete. Pues ¿qué es esto? Ser Hamete el que en la calle quedó. No la espalda me volváis sin responder, pues sabéis cuando de máscara os veis la obligación en que estáis. Vos sois el que la ignoráis; que, aunque es verdad que ha tenido quien de máscara ha venido a quien de máscara va licencia de hablar, no está en estilo recibido a quien no responde hacer fuerza; y así –¡qué pesar!–, aunque vos podáis hablar, puedo yo no responder. A mí me basta saber que hablar puedo. ¿No será locura, aunque todo está...? Y locura de no pocos. Pues la danza de los locos por esotra calle va, id tras ella, si sois della. Sí lo soy; pero en seguir... (Mas ¿que se ha de descubrir?). ...la locura de mi estrella, tras una sirena bella. Pues conmigo serán dos; y así, máscara, id con Dios; que hablar de otra es grosería. No es, si de su tiranía pretendo vengarme en vos. Pudiera a ese desatino responder que quien procura estar falso con la cura, no está con el dolor fino. Pero hacerlo no imagino, por no oíros. Id con Dios. Yo he de seguir a las dos; que me ha dado un no sé qué de vislumbre... (Hablar no sé). ¿De qué? Decid. De que vos, ... «Vos, vos, vos, señora, vos, vos me vengaréis de vos». ...de que sola habéis podido vos aliviar mi cuidado; y aun ese baile imitado parece que de mí ha sido a propósito traído; pues cuando de un ciego dios me estoy quejando a las dos y en vos vengarme pretendo, os va en mi nombre diciendo... «Vos me vengaréis de vos». Mirad que, si pertinaz me queréis reconocer o seguir, será romper los seguros del disfraz. Y así, máscara, id en paz; no me obliguéis a que pida favor, de vos ofendida, porque todos cuantos van disfrazados tomarán la defensa de mi vida; porque a todos juntos toca la violencia de cualquiera. ¿Libio? Sí. ¿De qué manera el enojo que os provoca podrá, con cordura poca, de mí libraros? Así. Máscaras, ese hombre aquí, que me siga embarazad. Máscaras, de aquí llevad esa mujer. ¡Ay de mí! ¡Traición! Las voces detén. Llevadla donde he mandado. (¿No habrá algún desesperado que a mí me robe también?). Primero... Conmigo ven. ...pedazos me habéis de hacer. (Muy fea debo de ser, pues nadie hay que me apetezca). ¡Cielos! ¿No hay quien favorezca a una infelice mujer? ¿Mujer y infelice dijo, y que ninguno la ampara? Deja la posta, Tristán. Déjeme ella a mí. ¿Qué aguardas, Libio? A la quinta con ella. ¿No hay quien socorra, quien valga a una infelice mujer? Sí; que decir mujer basta, cuando infeliz no dijeras. Hidalgo, si cuatro balas no queréis que de otra suerte os lo pidan, las espaldas volved. No sabré, aunque quiera. Pues, si un paso más a causa de seguirnos dais, no tiene vuestra vida más distancia que de una boca que pide hay a otra boca que manda. (Mas ¿qué va que este y las postas a un mismo tiempo disparan?). Ya me empeñé, y el temor nunca mi pecho acobarda. Tira, y mira no me yerres. A mí sí. Vuestra arrogancia castigaré... Mas la lumbre me faltó. ¿De qué te espantas, si a mí me faltan las postas, que a ti te falten las balas? Ahora veréis si castigo a quien mujeres agravia. ¿De dónde nos vino este Don Quijote de la Mancha? De la Peña Pobre, donde de Beltenebros estaba haciendo la penitencia, y yo soy su Sancho Pancha. Sacad luces a las rejas, que en la calle hay cuchilladas. Fuera, ténganse. ¿Qué es esto? (¡Quién vio confusiones tantas!). ¡Favor al rey! En tal caso dicen que dijo una dama: «Lléveme esa cinta verde». ¡Mi padre! Sólo faltaba este trance a mi desdicha. El justicia es. Pues ¿qué aguardas? Huyamos, no nos conozcan. ¡Mal haya, ay de mí, mal haya tan malograda ocasión, tan mal perdida esperanza! Daos a prisión vos y aquesas mujeres, que han sido causa, según se mira, de que vuestro atrevimiento haya traidoramente sacado contra un máscara la espada, siendo así que ellos, en fe del seguro, van sin armas. Si no dos u tres pistolas cada uno. (¡Ay, desdichada!). Caballero, que el honor os debo hasta aquí, ahora falta que os deba también la vida, que en gran peligro se halla si me conoce... En oyendo que soy un hombre que acaba de llegar ahora a Milán, disculparéis mi ignorancia. Y tan ahora, que las postas se van sobre su palabra. Ni aquestas damas conozco, ni sé quién son: el librarlas de una violencia empeñó mi valor. Eso no basta para que a vos y a ellas deje. A mí poco importa o nada; yo iré con vos, pero a ellas, señor, no habéis de llevarlas. ¿Cómo podréis impedirlo? Desta suerte: pon las damas en salvo; que yo me quedo a que nadie tras vos vaya. (No sé si podré; que torpe muevo un monte en cada planta). Ven; que para huir, señora, a nadie el ánimo falta. Si encontráredeis dos postas, decidlas que no se vayan. No ha de seguirlas ninguno, si primero no me matan. Muera este atrevido. Muera. Ya que ellas de aquí se alargan, ... Lo mismo hicieron las postas. ...asegurar las espaldas, Tristán, procuremos deste umbral. Esas luces baja. Pues ¿qué atrevimiento es este? ¿Dentro, señor, de mi casa se sigue a nadie, aunque sea delincuente? (El cielo haga que, quitado el disfraz, pueda desmentir sospechas tantas como hay contra mí). Señor, ¿qué es esto? Pues ¿cómo?.. Aguarda. Señor príncipe de Urbino, ninguno más que yo trata serviros; pero tal vez los accidentes arrastran la razón. Ese hombre ha hecho temeridad tan estraña como romper el seguro que la fe pública guarda a los máscaras, con pocos ejemplares de que haya ninguno que para ellos sacase jamás la espada; y esto por una mujer, que más el delito agrava, pues da a entender que el haberla conocido disfrazada le empeñó; siendo sin duda que debe de ser su dama, según el riesgo a que puso la vida para librarla. Llegó hasta el umbral, y como la cólera no repara fácilmente, no previne la inmunidad que le ampara. Perdonad, y pues llegó a él, su sagrado le valga. Esperad; que pues mi dicha fue llegar a tales plantas, quiero que de mi inocencia la verdad os satisfaga, y no quedar delincuente si me viéredes mañana. Ni aquella dama conozco, ni sé cuál era la causa que afligida la tenía de quien traidor intentaba, usando mal del disfraz, a lo que se vio, robarla. Empeñáronme sus quejas primero, después sus ansias, porque su honor y su vida me dijo que aventuraba en ser conocida. Desto sea satisfación clara ser forastero y venir a vos con aquesta carta que os informará mejor. Y si ella, señor, no basta, lo dirán mejor dos postas que por ahí descarriadas van de máscara también. ¿Cúya es? Del duque de Parma. Pues ya que los cumplimientos del recibirla embaraza el lance, tengo de leerla en público por que salga una verdad más airosa. Llegad esa luz; no haya espacio que me dilate una dicha con dos causas. «Primo y señor mío: por no hallarme ventura tanta –como es para mí teneros en los Estados de Italia– con salud, no voy yo mismo ahí en persona a lograrla, y a daros la bienvenida y parabién de las armas; y así don César Farnesio, ...» (¡Qué escucho!). (¡Ventura rara!). «...mi deudo y mi secretario, ...» (¡Qué buena nueva!). (¡Qué ansia!). «...va en mi nombre a visitaros, por que de más cerca traiga...» (¿Este es César, a quien yo tengo obligaciones tantas?). «...las nuevas que yo deseo de vos y de vuestra casa.»... (¿Este es César y quien dio muerte a mi hermano? ¡Qué rabia!). «...Dios os guarde. Vuestro primo y amigo. El Duque de Parma». (¡Cuánto el verle estimo!). (¡Cuánto el verle me sobresalta!). No sólo le debo al duque finezas, sino que añada, siendo vos, señor don César, el que me traéis la carta, a lo principal de tanto favor, tan gran circunstancia. La mayor para mí es merecer besar tus plantas. Cansado vendréis, y más cuando por fin de jornada os esperó una pendencia, que más que las postas cansa. Y más la mía, que, a trueco de no verla angosta y larga, me huelgo que se haya ido con toda mi ropa blanca. Id a descansar. Haced, Celio, que le den posada cerca de la mía a don César. (¡Esto solo me faltaba! ¡Mandarme que yo le sirva, muy bien le está a mi venganza!). Venid; que en mi casa misma estaréis. Detente, aguarda; que no ha de ir contigo César. (¡Ay de mí! ¿Si es que algo alcanza sabré?). ¿Por qué? Porque si merezco dicha tanta, permitir habéis que yo el aposento le haga; que quiero desenojarle y que sepa que en mi casa hay, señor, quien le reciba con mil vidas y mil almas. Porque, aunque él no me conoce ni nunca le vi la cara, por el nombre y las noticias tengo obligaciones –y hartas– de servirle, porque fuimos su padre y yo camaradas, a quien en una ocasión le debí honor, vida y fama, y quiero reconocerla, ya que no puedo pagarla. ¿Cómo puedo yo a quien debo agasajar con mil raras finezas de amor, quitar, Lidoro, ventura tanta como el hospedaje vuestro, pues sólo con él llegara a desempeñarme yo? Ignoro con qué palabras responder deba a esas honras, si las del callar no bastan. Yo responderé a mi primo. Id con Dios; hasta mañana. Que sea presto, solamente os suplico; que hago falta allá al servicio del duque. Mal hiciera, si os dejara volver luego; que Milán estos días es estancia muy para los forasteros, si ya no es que no os agradan sus festejos por sus sustos. Alumbrad con estas hachas a don César y a Lidoro hasta quedar en su casa. Venid, señor César. (¡Cielos! ¿Qué es esto que por mí pasa? Quien dio la muerte a mi hermano es el mismo que embaraza la acción de mi amor, y el mismo que va a ser huésped –¡qué rabia!– de Serafina –¡qué pena!–. Mas ¿qué me turba –¡qué ansia!– uno ni otro, si a las manos me ha venido la venganza?). Mientras vamos a lograr, señor, ventura tan alta, ¿no será bien discurrir, por que otro no lo haga, qué se habrán hecho las postas? ¿Qué quieres, necio, que se hayan hecho? El mozo las habrá recogido. Que no hayas recogido las maletas es el caso. Yo mañana haré que parezcan. Es un loco, señor. Mi casa es esta, ya desde hoy vuestra. Flora, aquí unas luces saca. Desde aquí podéis volveros, que ya de mi cuarto bajan. Señor, seas bien venido, que me has tenido asustada, oyendo que en nuestra calle había habido cuchilladas y que tú estabas en ellas. Mas ¿quién es quien te acompaña?, que inadvertida, creyendo que estabas solo... Oye, aguarda, sabrás que el pasado susto tan en dicha nuestra para como merecer un huésped que viene a honrar nuestra casa por obligaciones que mi honor en mi pecho guarda, y es don César, a quien hizo el socorro de una dama empeñar, sin conocerla, pidiendo que la amparara para no ser conocida de esposo o padre que agravia. Agora digo yo que hay mujeres ocasionadas. ¡Miren por cuánto pudiera suceder una desgracia! Vos seáis muy bien venido, donde con vida y con alma procuren serviros; bien que habéis de suplir las faltas. (Ese más parece fin de loa que de jornada). Dicha la desdicha ha sido para mí, pues no llegara a merecerla, si no se equivocasen entrambas. ¿Qué dices, Flora, de ser. mi huésped el que me ampara? ¡Oh, qué cuento te dijera, si no temiera ser larga! ¿Viste, Tristán, en tu vida más peregrina, más rara hermosura? Muchas veces, y un cuento lo declarara, si fuera ocasión. Haz, Flora, que aquese cuarto se abra. Venid conmigo, por que reconozcáis vuestra estancia, pobre y corta, pero en fin, en voluntad rica y ancha. ¡Oh, lo que hemos de hablar de vuestro padre, que Dios haya! Dará muy buena razón de todo. Pero ¿qué aguardas?, ¿por qué no dices? No sé qué mayor fuerza me arrastra hacia otra parte. Ven, Flora. ¿Qué llevas? No llevo nada, sino que de aquel pasado susto aún no está libre el alma. ¡Jesús, y con la pereza que entrambos mueven las plantas! Si así lo hicieran las postas, fácil fuera de alcanzarlas. ¿Por qué no os vais, caballero, donde mi padre os aguarda? Porque espero que os vais vos por no volveros la espalda. Segura con vos la tengo. Y todo bien lo declara la dicha de mi desdicha. Pues creed, ...mas no creáis nada. Id con Dios. Quedad con Dios. (¡Qué venturosa desgracia!). Ahora digo que no hay cosa como ser otro cualquiera que un hombre pueda ser, como el mismo que él es no sea. ¿Por qué lo dices? Porque siempre la ventura ajena o es mayor o lo parece que la propia; esto se prueba con que siendo Félix tú en buen romance, no llegas nunca a serlo en buen latín sino un día que eres César. ¡Qué cuarto, qué galerías, qué colgaduras, qué telas, qué escaparates, qué espejos, qué escritorios, qué alacenas, qué ropa blanca, qué cama, qué aparadores, qué mesas, qué viandas, qué familia, qué cantimploras, qué cenas y, sobre todo, qué vino! ¡Ay, Tristán, que yo, entre aquesas delicias del hospedaje, solo vi una hermosa fiera que vista y no vista mata! Mi posta, señor, es esa: el verla me mató antes, y ahora me mata el no verla. ¿Qué no se pueda contigo hablar un rato de veras? Criaba una dueña una enana, y un día... Detén la lengua, y en tu vida no me cuentes cuento o, ¡vive Dios!, si llegas a contármele, que tengo de romperte la cabeza. ¿No ha de haber más cuentos? No. Pues, señor, hagamos cuentas. ¡Qué loco estás! Pero escucha... ¿Dónde llaman? A esa puerta, que deste cuarto a otra calle sale. ¿Quién puede por ella buscarme a mí? No será a ti. Responde que vengan por esotra parte. ¿No es ¿Podrás? Sí; que está la llave en la cerradura puesta. Pues abre, y mira quién es. ¡Ay, infeliz! ¿Quién creyera que podía ser verdad aquella común sentencia de decir que amor usaba antes del arco y las flechas, porque la pólvora aún no había ostentado su fuerza? Pero que después... Albricias. ¿Qué habrá de que yo las deba? Ser hecho y derecho andante caballero de novela. De máscara una mujer disfrazada y encubierta –que desde anoche fiambre debió de dejar la fiesta para almorzar hoy–, trayendo no sé qué en una bandeja, por ti pregunta. ¿Por mí? Pues ¿quién hay que en Milán pueda saber mi nombre? No dijo por Félix, sino por César. Lo mismo es para dudarlo. Pero, en fin, quien fuere sea. Di que entre. Ya ella se toma, sin dársela, la licencia. (Plega a Dios que esta tramoya que mi ama hacer intenta no se venga abajo, y demos con todo el ángel en tierra!). ¿A quién, señora, buscáis? ¿A mí? ¿El sí decís por señas? ¿Pues no sabéis hablar? ¿No? ¡Ay, que no sabe hablar! Esta máscara acoto, señor. ¿Qué mandáis? ¿Que tome y lea y calle? Oíd, esperad. ¿No habéis de llevar respuesta? ¿No? Pues, aunque esto sea burla, uso quizá desta tierra permitido los días que duran las Carnestolendas, pagarla quiero; tomad. ¡Cielos! ¿Qué mujer es esta, que calla, que da y no toma? Mas, señor, Lidoro entra. Por que no os halle aquí, os dejo ir. Por Dios, que he de ir tras ella; que callar y dar no es lance para que se pierda. ¿Que no os siga, porque habrá quien me rompa la cabeza... y que tome, que lea y calle? ¡Para mí también hay letra! ¿De cuándo acá los picaños de motes usan? ¿No echas de ver que esto de los motes es para damas montesas y galanes montesinos? Volvió la espalda y la puerta. Disimula; que después veremos qué burla es ésta. ¿Cómo habéis, César, pasado la noche? ¿Cómo pudiera, señor, la ventura mía, sino como en casa vuestra? Por eso, César, no debe de haber sido –es cosa cierta– bien; pues de mal hospedado es no pequeña evidencia estar tan presto vestido. Antes en eso se prueba ser tan bueno el hospedaje, que es bien que nada de él pierda, porque es desairar la dicha querer que un dichoso duerma. ¡Qué cortesano! Mas no es para mí cosa nueva serlo un hijo de tal padre, que era la cortesía mesma, la misma galantería. ¡Oh, lo que hiciera, si os viera tan airoso y tan galán! Dios en su gloria le tenga, que yo perdí un buen amigo. Esa es mi mejor herencia y que más debo estimar. Acuérdome que a las guerras de Borgoña fuimos juntos, y a fe que en una refriega, si por él no fuera, yo hecho pedazos muriera a manos del enemigo. ¡Oh, lo que un viejo se huelga cuando de sus mocedades el pasado siglo acuerda! ¿Qué se hizo vuestro tío? (Aquí es adonde le pesca). ¿Por cuál preguntáis? (¿Qué haré? Que, aunque amigo soy de César, no le toca a una amistad saber estas menudencias). Don Alejandro Farnesio. (Dios ponga tiento en tu lengua). También murió... (Eso es echar por el atajo). ...en la guerra. Pues ¿fue a la guerra Alejandro? ¿A qué propósito? ¿No era letrado en Parma? Al Piamonte pasó auditor. (Bien lo enmiendas). Mi señora doña Elvira, su mujer... Es abadesa. ¿En qué convento? En Uclés. Este es, señor, una bestia; dirá dos mil desatinos. Mi tía doña Laura ¿queda con salud en Parma? Yo lo diré porque paciencia no tengo para que habléis en tales impertinencias, cuando era mejor tratar de que las postas parezcan, por que de color vestido, ya que hoy aquí te quedas, al príncipe a ver no vayas. Yo enviaré a saber dellas. Decidme... El gobernador envía que a toda priesa vayas a verle; que importa hacer una diligencia en razón de un delincuente que es preciso que hoy se prenda, No creeréis lo que este cargo trae tras sí de impertinencias. Perdonadme que no os deje el coche; y, por vida vuestra, pues temprano es, no salgáis hasta que yo por vos vuelva. Si ha de ser a preguntarnos, más que en su vida no venga. ¡Cuál te tuvo! Lo peor es que en pie la duda queda para otra vez. Y otras mil, pero volvamos a nuestra aventura. ¿Qué será lo que la máscara deja? Leamos primero el papel. Todo en dos versos se encierra. «Ahí va esa ayuda de costa, mientras parece la posta». Bien digo yo que esto es burla. Mira qué hay en la bandeja. Guantes, pañuelos, pastillas y alguna ropa. Oye, espera; que también hay una caja... y una joya dentro della de diamantes. ¿De diamantes? Mas que las postas se pierdan. Bien digo yo que no hay cosa como ser otro. ¡Qué diera César por haber venido! Bien está con su amor César. ¿Quién será la que esto envía? ¿Quién quieres, señor, que sea quien calla, no toma y da, sino algún ángel que intenta, de máscara disfrazado orillas de la cuaresma, enseñar a las mujeres tres virtudes tan excelsas: callar, dar y no tomar? Sin duda, Tristán, aquella que socorrí, agradecida, me quiere pagar la deuda. ¿Cómo había de saber, yendo tan turbada y ciega, dónde te había de hallar, el nombre, el cuarto y la puerta? ¿Qué sé yo? Ni yo tampoco. Pero no discurras: deja... ¿Qué? ...que lo que fuere vaya y lo que viniere venga; que ello dirá. Quita esto de aquí por que no lo vea alguien de casa. Primero será bien, señor, que sepa qué me toca desto a mí. ¿A ti? ¡Esa es muy linda flema! Pues yo ¿no perdí mi posta también, y también boleta aquí no tengo? ¿Qué dice? Tente; que yo sabré leerla. «Si no oís, veis y calláis de vuestro amo los regalos, serán para vos cien palos». Eso viene para ti. Pues ¡vive Dios!... ¿De una puerca mascarilla?... Si acá vuelve... Oye, que instrumentos suenan. ¿No digo yo que alojados estamos en una selva?... «Si acaso mis desvaríos llegaren a tus umbrales, la lástima de ser males quite el horror de ser míos». Buena letra. Esta es la mala. Quita, que no sé quién entra, esto. A quien no dan no quitan. (Viendo que va mi amo fuera, mi ama, de espía perdida, quiere que a conocer venga el campo del enemigo y a saber en qué sospecha le habrá puesto mi visita. Ahora bien, va de deshecha). Volverme quiero; Detenla, Tristán. Pues ¿por qué, madama, tan presto tomáis la vuelta? Pensando que con mi amo habíades ido, quisiera el cuarto aderezar; pero, hallándoos en él, es fuerza volverme. ¿Con tanta prisa? Sí; que, si mi ama entendiera que estando aquí me detuve, no dudo que su impaciencia me matara. ¿Tan cruel es? Fue Anajarte con ella una niña de Loreto. Pues ya que el acaso deja en la parte del error disculpada la licencia, decidme, ahora ¿qué hace? Esa música pudiera decirlo mejor que yo... ¿Qué? ...que tocándose queda. Sí; que tocar y cantar siempre es una cosa mesma. ¡Oh, a quién le fuera posible desde alguna parte verla!... ¿Tocarse? ¡Eso que no es nada! ¿No veis que de una belleza ese es caso reservado? ¡Ay! Mas ¿qué alhajas son éstas y azafate? Esto no es de casa. ¿Tan presto llegas a tener quien te regale? A mi ama diré que aprenda lo que ha de hacer. No le digas nada; que a fe que, aunque quiera decirte quién ahí lo trujo, no lo sé. Cuando lo sepas, ¿a ella qué le importa? Nada. Pero ¿quién fue? Una embustera. Dios te honre. Una enredadora tan vil, que calla y da y deja de tomar lo que la dan. ¿Hay tan grandísima bestia? ¿Por dónde entró? Por esotra calle. Bien sabía la puerta. ¿Y no sabes quién es? No. ¿Y quién presumes que sea? No lo sé, si no es la dama que me empeñó en su defensa... Yo lo sabré, si ella vuelve. ¿Por qué estáis tan mal con ella? Porque a mí me libra en palos la parte de la pendencia. Deja aquese loco y dime: ¿pudiera yo, Flora, verla? Mira: yo bien te avisara que, como acaso salieras a ese jardín, y paseando llegaras hasta una reja que tiene las celosías de unos jazmines cubiertas, pudieras verla; mas no me atrevo. No, no te atrevas; que harás muy mal. El aviso te estimo. Perdona, y esta sortija supla la falta ahora de mejor prenda. (De dos la una, muy mal corre quien la sortija no lleva). No hay para qué. No, por cierto; mas por que lo haya... ¿Quisiera que fuéramos todas bobas? Otra vez el tono empieza: con eso podrás mejor llegar. Tristán, aquí espera. (Ciego vas para guiarme, amor: quítate la venda). ¿Oye uced, reina? Así, así. Pues yo hablaré así, así: atienda. Un día un comisario a unos quintados pasaba muestra... ¿A mí cuento? No en mis días: pagarámela en conciencia. ...y díjole a su oficial que ojo a la margen pusiera a los viejos y impedidos, por no llevar gente enferma. Pasó un tuerto y dijo: «A éste poned ojo». Oyolo apenas un cojo que le seguía, cuando dijo: «Pues ordenas que al tuerto le pongan ojo, haz que a mí me pongan pierna». Si al ciego amor de mi amo le das ojos con que vea, dale pies con que ande al mío, pues ves de qué pie cojea. Un vizcaíno servía a un cura, y en el aldea se llamaba el carnicero David, ... (Diome con la mesma). ...yendo a predicar, le dijo que al carnicero pidiera una asadura fiada. Al volver con la respuesta, le halló predicando ya; y hablando de otros profetas, preguntó: «David ¿qué dice?». Y él dijo desde la puerta: «Que juras a Dios, señor, que si dinero no llevas, que, aunque eches el bof, no hay bofes». Entienda uced o no entienda, mas, si quien no da no come, quien no da, ni ande ni vea. Encorozada sacaron una vez a una hechicera, y después, para soltarla, la pusieron en la cuenta: «Del papel de la coroza tanto, tanto para ella del engrudo, del pintarla tanto, tanto del coserla». Viendo lo que había costado, «dénmela –dijo la vieja– para otra vez, que no están los tiempos para que pueda echar una viuda honrada coroza cada día nueva». Si el tiempo está tal que sirve una coroza a dos fiestas, sirva a dos una sortija. Entienda uced o no entienda. Descalabró a su mujer un hombre y, mirando ella lo que la cura costaba, decía entre sí muy contenta: «No me descalabrará otra vez». Viéndola buena el marido, con barbero y boticario hizo cuenta, y dio el dinero doblado. «Mira, hijo, que te yerras», dijo ella. «No yerro, hija: que la mitad desto es desta descalabradura de hoy, y la otra mitad a cuenta de la primera desca- labradura que se ofrezca; dar el dinero doblado, santísima providencia». Criaba una dueña a una enana... Flora... Mi ama llama: espera. ¿En qué quedamos? En que criaba una enana una dueña. Pues adiós, señora Flora, hasta que la enana crezca. Flora... Señora... Quién anda, mira, detrás de esas rejas. Quien no negará el delito; no tanto porque no pueda negarle hallándole en él, cuanto porque de él se precia sin querer que la disculpa quite el mérito a la pena. Eso es hacer de una dos; que en licenciosas ofensas suele ser el confesarlas aun más delito que hacerlas. Cuando el delito es tan noble que al que enoja lisonjea, hacerle para negarle más es miedo que vergüenza. Siempre el agravio es agravio por más airoso que sea, y hacerle para decirle siempre fue discreción necia. Darme quiero por vencido, no tanto porque no tenga razones, cuanto por que quede la cuestión por vuestra. Eso es querer del ingenio la salida os agradezca, haciendo cortesanía lo que había de ser fuerza. Pues ya que nada me vale, acaso salí a la esfera destos jardines; las voces de sus hermosas sirenas tras sí hasta aquí me trujeron; y, si aún no es disculpa ésta, la letra tiene la culpa. ¿Por qué? Por decir la letra: «Si acaso mis desvaríos llegaren a tus umbrales, la lástima de ser males quite el horror de ser míos». Pues ¿de qué manera, cuando ese su sentido sea, podrá vuestro atrevimiento disculpar? Desta manera. Un acaso y un cuidado loco y cuerdo me han traído, loco donde os he ofendido, cuerdo donde os he mirado. Bien uno y otro han dudado si hay en mí dos albedríos, al ver que a tales desvíos me acercan con pies inciertos de cuidado mis aciertos, «si acaso mis desvaríos». Sin dudar y sin temer llegué hasta aquí, por pensar que no se atreve a obligar quien no se atreve a ofender. El modo de merecer bienes, es llorando males; y así no temo iras tales, aunque sordas tus orejas vea, siempre que mis quejas «llegaren a tus umbrales». Por maltratado no es bien que desconfíe mi amor, que sobra el bien de un favor, bella Serafina, a quien el mal ama de un desdén; y así, el que hizo en penas tales males y bienes iguales, quitar sabrá a tus desdenes con la envidia de ser bienes «la lástima de ser males». Si te ofende mi osadía, ella a tu belleza arguya que antes fue la causa tuya que fuese la culpa mía. Partida está la porfía en nuestros dos albedríos; y, si amor píos o impíos hace los efectos suyos, la parte que hay de ser tuyos «quite el horror de ser míos». Oíd; que escuchar ofensas de una voz... (¡ay, infelice!; miente la voz si lo dice, miente el alma si lo piensa) ...es faltar en mí la inmensa estimación singular de ser quien soy. ¡Qué pesar! ¡Qué disgusto! ¡Qué congoja! (Mas ¡ay, Dios! ¡Qué mal se enoja quien no se quiere enojar!). ¿Por qué, señora, si estás a César agradecida, te muestras tan ofendida de su amor? Porque sabrás, Flora, si es que atenta estás a ver en mí a un tiempo fieles afectos y iras crueles, que es porque quiere el amor que haga hoy de agrado y rigor en su farsa dos papeles. Él, sin saber a quién, dio favor; y así verá él bien que sin saber, Flora, quién, se lo agradezca; y pues no soy yo descubierta, yo embozada, dividida en dos mitades mi vida, me has de ver tan transformada que, vista, haré la enojada, no vista, la agradecida. Está bien; mas, si el rigor de ti le hace olvidar, di, ¿no tendrás celos de ti, cuando tu mismo favor le haga poner el amor en la que no conjetura que eres tú? Eso se asegura con los disfraces que intento, pues dará el entendimiento los celos a la hermosura. Cuando sepa quién soy, quiero dar la vitoria a los ojos; cuando lo ignore, despojos del ingenio hacer espero los oídos; conque infiero que no sentiré que aquí a mí me deje por mí. Una mona y sus amigas... Cuento en tu vida me digas. Y ya que ha de ser así, esta tarde quiero, Flora, por ser menos conocida, a la española vestida, ir donde... Mas ¿quién ahora entra allí? Celio es, señora. No sé cómo en lance tal me parto; que estoy mortal, y conozco que también no haré en declararme bien. Disimula. Podré mal. ¿A quién buscáis, caballero? (Mucho temo que los ojos no descubran los enojos que en la voz esconder quiero). (Cobarde al mirarla muero; pero pues ella advertida no se da por entendida, si puedo, fingir es bien). Vuestro huésped es a quien vengo a ver (¡ay de mi vida!); que el príncipe, mi señor, me envía a que sepa de él. No es éste su cuarto; aquél es su cuarto. Cuerdo error fue el mío; y pues el rigor hoy no ocasiono, no os vais. Ved que busco otro, y que estáis segura de mi locura. Ya yo sé que estoy segura, puesto que sé a quién buscáis. Eso no entiendo. Ni yo; pero, si el asegurarme es no venir a buscarme a mí, sino a otro, no es muy difícil. ¿Quién vio tal rigor? Pero, aunque uséis siempre de él, nunca hallaréis vengada en vos mi porfía. ¿Cómo? Como... ¿Qué? ...algún día vos de vos me vengaréis. Eso no entiendo yo, y dad mil gracias dello, porque, si lo entendiera, no sé si... Pero ¡qué necedad! Y pues mi seguridad es buscar a otro, id con Dios; que no estamos bien los dos sin César, a quien buscáis; y este desdén que miráis, él me vengará de vos. ¿Cuándo, Flora, este castigo será posible que venza mi amor? ¿No tienes vergüenza, aleve, falso, enemigo, de ponerte a hablar conmigo? ¿Tú también airada y fiera? Pues ¿con qué negra se hiciera, robando a su ama, dejalla en la calle, sin roballa por cortesía siquiera? «¡Que no estamos bien los dos sin César, a quien buscáis; y este desdén que en mí halláis, él me vengará de vos!». En equívocos sentidos, por más que oculte la queja Serafina, el corazón se ha deslizado a la lengua. Casi, ¡ay de mí!, de cobarde me ha motejado con César mi enemigo. Aunque de paso, discurso, entremos en cuentas. No aventurar mi venganza me hizo negar nombre y tierra; pues, si ahora sobre seguro le doy muerte, será fuerza que cuando se sepa –pues es preciso que se sepa, porque yo para negarla no me empeñara en hacerla–, a ser venga en Serafina la presunción evidencia. ¿No pudo decirlo acaso? Sí; mas cuando acaso sea, los acasos de las damas más que imaginan arriesgan. Ahora bien, honor, mudemos de propósitos; prudencia, mejoremos de intención; pues cuando nada le deba sino esto a Serafina, ya hay algo que la agradezca. ¡Vive Dios que, cuerpo a cuerpo, antes que quién soy se entienda, se ha de saber que soy quien sabrá...! Pero César llega. ¿Mandáis algo, caballero? (¡Qué mal se finge una ofensa!). El príncipe mi señor me manda que a saber venga cómo la noche pasasteis. Los pies beso a Su Excelencia, y que yo iré desta honra a llevarle la respuesta. Quedad con Dios. Él os guarde. (Mi resolución es ésta). Este ¿no es su cuarto? Pues... Pero dígalo ella mesma. Raro modo de visita. ¡Señor, señor! ¿Qué te alteras? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué traes? Traigo una nueva, tan nueva, que es lástima el estrenarla adonde no han de creerla. A la puerta por ti está preguntando... ¿Quién? Don César. ¡César en Milán! ¿A qué propósito? No sé. Llega y reconócele tú; que yo, por venir apriesa, no me detuve. Verdad dices: él es. ¡Buena hacienda hemos hecho! Él ha sabido lo que en su nombre te huelgas, y viene a holgarse otro poco. Por mí pregunta, pues entra al cuarto sin que le impida Flora ni nadie la puerta. Don Félix, dadme los brazos. César, ¿qué venida es ésta? ¿Supo el duque que fingida había sido vuestra ausencia, y manda que vengáis? No. ¡Pluguiera al cielo que fuera ésa la causa! Pues ¿qué hay que así a venir os mueva? ¿Estamos solos? Sí estamos; pero ponte tú a la puerta, porque ninguno nos oiga. Pues ¿no soy yo de la audiencia? Después lo sabrás. Decid, ¿qué ha sido esto? La más nueva, la más cruel, más tirana, más rigurosa, más fiera traición que en humano pecho la ira de mujer engendra. Violante, no agradecida de mi amor a la fineza, no de mi llanto obligada, no movida de mis penas, a sus jardines, don Félix, me llamó; sino antes ciega, en sus rigores constante y a sus venganzas atenta, para darme muerte en ellos, siendo el favor o cautela el áspid que entre las flores tenía la saña encubierta. Pasó la noche que vos partisteis con la deshecha de que era yo quien partía; pasó el día de la ausencia, y llegó otra vez la noche en que mi esperanza, muerta a la luz de la lisonja, no vio la de la tragedia. Supe, teniendo en su calle todo el día una espía puesta, que su padre había partido; con cuyo seguro, apenas las tinieblas, más hermosas que el sol luce –¡oh, cuán a ciegas vive un amante, pues tiene por hermosas las tinieblas!–, cuando llegué a sus jardines y, haciendo en ellos la seña, vi que abrían –nunca más que entonces– su falsa puerta. No sé quién al corazón le enseñó no sé qué ciencia, que la sabe sin saber cómo ni cuándo se aprenda. Dígolo porque al llegar al umbral, con mil violentas instancias, que yo entendía aun no queriendo entenderlas, me acobardaba; reñile entre mí, y, haciendo dellas desprecio, un medio tomaron que, entre valor y sospecha, ni es sospecha ni valor, sino no más que advertencia. La vida el tenerla, Félix, me dio, pues, de no tenerla, no reparara en que torpe la voz que me dijo «Entra» no era la de la criada que yo esperaba que fuera; y así, cubriéndome el rostro de una pequeña rodela, «¿Quién eres?», le pregunté, y al verme entrar en sospecha por no aventurarlo, una pistola dio la respuesta. Lo que Dios quiere guardar lo guarda sin que se sepa cómo ni por qué lo guarda: dígalo su providencia, pues no sin ella podía errarme desde tan cerca. En la rodela las balas dieron, pero de manera que al soslayo desmentidas pasaron sin resistencia. A este tiempo infame tropa, cargada de armas diversas, me embistió por rematar conmigo. Puesto en defensa, me fui retirando hasta el estrecho de la vuelta. Al ruido de la pistola, al rumor de la pendencia, se alborotó todo el barrio de suerte, que nos fue fuerza a ellos y a mí retirarnos; a ellos, porque no quisieran ser conocidos; y a mí, por tomar a la hora mesma postas y salir de Parma. Diréis que ¿qué conveniencia tuve en salir tan apriesa? Oíd; que, dejando en esa parte el rigor de una ingrata, que, infamemente halagüeña, aún más que con los desprecios con los favores se venga, diré el motivo que tuve, pues saberle vos es fuerza. Ellos bien saben quién soy, claro es; pero, aunque lo sepan, no han de atreverse a decirlo, por no dejar manifiesta tan malograda venganza. Y así, quise con presteza yo para con los demás desmentir el lance; fuera de que pienso que aseguro al duque, cuando algo entienda, de que no fui yo, probando la coartada con mi ausencia; pues llevando de Milán más por extenso las señas, cuando a ellos no los desvele, al duque y a otros es fuerza; y por lo menos se hace duda, Félix, la que fuera, si acaso se traslucía que estaba en Parma, evidencia. A este fin partí tras vos, presumiendo que pudiera –supuesto que corre más quien huye que quien se ausenta– alcanzaros antes que hicieseis la diligencia; pero, informado ya en casa del príncipe que está hecha, y vos hospedado aquí, vengo para daros cuenta de todo. Ved vos ahora qué haremos para que tenga tanto prevenido daño, ya que no reparo, enmienda. Con atención os he oído, teniendo el alma suspensa, ver que en pecho de mujer tan no vista traición quepa como halagar con favores para matar con violencias. Pero al fin, dejando aparte sus rencores –quien de ellas dijo que eran, enojadas, hidra sobre hidra puesta–, voy a que habéis hecho bien en venir, pues con la ausencia se desmiente un algo, cuando el todo no se desmienta. Lo malo que hay es que yo, a causa de otra novela no menos estraña, aunque es más feliz, tengo hecha la visita ya y la carta dada; y así, será fuerza que seamos en Milán aquestas carnestolendas que el príncipe me detiene, vos don Félix, yo don César, hasta que juntos volvamos, pues cabe en la amistad nuestra el que acompañándoos vine; y, una vez allá de vuelta, ¿quién nos ha de averiguar si César o Félix era el que dio o no dio la carta? Está bien; sólo quisiera, si sobre tantos rigores diese a mi discurso treguas la memoria de una ingrata –que aún no acierto a aborrecella–, saber, supuesto que anoche llegasteis, según mi cuenta, ¿qué os movió a hacer la visita tan presto, y de qué manera el justicia os hospedó? Decíroslo todo es fuerza. Oíd; que a fe que no es mi historia menos rara que la vuestra. Apenas llegué a Milán ayer, cuando llegué a penas, pues aun antes de dejar las postas... Lidoro entra. Después lo sabréis. Tristán, la hostería de la Estrella tiene la ropa: id por ella, que en llegando os la darán. ¡Y cómo que iré!, que tengo allá mi hacienda, y aquí no hay quien se duela de mí. Perdonad, César, si vengo tarde; que un negocio ha sido bien grave, por ser de honor, para que el gobernador me llamó, y él ha tenido la culpa de no volver más presto. Y aun ahora no es muy despacio, pues yo traigo orden de prender, si a Milán revuelvo, a un hombre que diera por hallar hoy cuanto valgo y cuanto soy, y no le sé más que el nombre. Yo al príncipe ir a ver quiero, y desde allí podréis vos iros; venid con los dos. ¿Quién es este caballero? Un amigo mío, señor, que hoy a un negocio ha venido a Milán; y, habiendo oído que aquí estoy, me ha hecho favor de venirme a ver. Llegad, don Félix. (¡Qué es lo que oí!). ¿Don Félix se llama? Sí. Suplid a mi cortedad el no besaros la mano, antes que en César tuviera tan buen padrino. (Aunque quiera escusarlo, será en vano). Vuestra gallarda persona crédito es de vuestra fama. ¿Don Félix... de qué se llama, César? Don Félix Colona. ¿Don Félix Colona? Sí. ¿De qué os habéis suspendido? Pésame de haberlo oído. ¿De oír mi nombre os pesa? Sí, porque, aunque hoy os he buscado, cuanto antes de ahora hubiera dado por hallaros, diera ya por no haberos hallado. Pues ¿qué novedad, señor, os hace el nombre? No sé cómo os diga, César, que me va ser, vida y honor en prenderle; y, siendo así, siento hallarle, ¡vive Dios!, hoy en mi casa con vos. ¡Prender a don Félix! Sí. ¡A mí! ¿Por qué? No os hagáis de nuevas, pues vos sabéis mejor que yo si tenéis causa o no; pues que dejáis escalada, entrando en ella, la casa de un caballero, muerto un anciano escudero y robada una hija bella. El duque de Parma ha escrito ahora al gobernador esta tragedia de amor, avisando del delito por que, si venís aquí, os prenda a vos y a la dama. Aurelio el padre se llama, Violante ella; y, si es así, ved y entended bien los dos qué es lo más que puedo hacer; que dejarle de prender no puedo, aunque esté con vos. (¿Quién vio duda semejante? ¿A Félix busca y no a mí?). (¡A mí y no a César! Pues ¿fui nunca yo el que amé a Violante?). (¿Para matarme me miente, y dice que la he robado?). (No soy yo el enamorado, ¿y he de ser el delincuente?). ¿Qué decís? Señor, que yo casa ni dama he robado, Yo me holgaré de que no seáis vos, pues con eso, aquí poniéndoos hoy en prisión, cumplo yo mi obligación sin riesgo vuestro, y así por preso os tened. Mirad que algún engaño ha podido dar a entender que haya sido Félix de esa novedad agresor. Quizá se erró quien el nombre os dijo aquí. ¿Sois Félix Colona? Sí. ¿Hay otro allá en Parma? No. Pues vos sois el que me han dado por orden; y, pues ha sido dicha haberos acogido de don César al sagrado, mejor será que tratemos por los más suaves modos de que quedemos bien todos antes que nos empeñemos. Yo no me espanto de nada, y advertid que soy –primero que justicia– caballero y, que a no serlo, mi espada hallarais a vuestro lado; que ya sé que es noble error el que nace de un amor que injusto persigue el hado. Parezca, pues, esta dama. Decid dónde está; por ella iré yo, para traella a mi casa. De su fama y su honor quiero yo ser medianero, y acabar de una vez vuestro pesar. ¿De quién pudiera yo hacer más confianza, señor, que de vos? Si la tuviera, ¡vive Dios!, que os lo dijera; y vuelvo a decir que error padecéis, porque no ha sido Félix a quien ha pasado ese lance. Si es causado de error, doyme a otro partido, que es, ya que llegué a ofreceros el favor que espero daros, ni prenderos ni dejaros; pues dejaros ni prenderos será en duda tan cruel decir que esperéis los dos. No queda preso; mas vos me habéis de dar cuenta de él. (De estar aquí echaré fama, y así, poniéndole espías, hoy las diligencias mías han de descubrir la dama). ¿Qué es, Félix, lo que nos pasa? A mi discurso debiera mucho, si yo lo supiera. Que haya escalado la casa de Aurelio y Violante yo, alguna luz tiene, vaya; mas ser yo vos, y que haya robado a Violante, no sé que haya quien lo entienda. Ni yo que el mismo que aquí, por ser yo vos, me honra a mí, hoy a vos, por ser yo, os prenda. ¿Por mí os honra? Por pensar que sois vos, aquí me tiene. A mí prenderme previene, por llegar a imaginar que sois vos. Aunque no pueda bien aquí, habla; dentro vamos; sabrelo hoy yo, mas no estamos –que dudo que me conceda alguna luz mi cuidado– para hallarnos tal suceso a vos con mi nombre preso y a mí con el vuestro honrado. Justo es que uno y otro asombre. Mas ¿qué pensáis? Venid, pues; que lo que es no sé, si no es dicha y desdicha del nombre. ¿Dónde Fabio ha salido? Pienso, señora, que a buscar ha ido por todas las posadas y hosterías si hay nuevas de don César. Ansias mías, ¿dónde pensáis llegar número tanto como vais añadiéndole a mi llanto? Ved que, si a cada paso se acrecienta, perderá el mismo número la cuenta. ¿Quién creerá, ¡ay, infelice!, que afligida, sin ser, sin fama, sin honor, sin vida, venga yo desta suerte, tropezando en las sombras de mi muerte? Mas todos lo creerán, por que aún no sea alivio ver que alguno no lo crea. ¡Nunca, Nise, hubiera dado a partido el pecho de una fiera, pasando tan violento a ser amor quien fue aborrecimiento! ¡Nunca a César llamara a mis jardines! ¡Nunca me enviara aquel aviso él de que vendría! Y ya que fuese tal la suerte mía que mi padre le viese, ¡nunca conmigo tan piadoso fuese, que allí no me matase! ¡Nunca la noche, ay, infeliz, llegase, en que estando encerrada, después que hubo fingido su jornada, esperó a César! ¡Nunca de su efecto se siguiera aquel ruido; y, en efecto, nunca piadoso Fabio, hurtándome a las iras de su agravio, me rompiese la puerta; y nunca yo saliese, al verla abierta, a buscar a don César, que amparara mi vida! ¡Nunca, ya que no le hallara la triste suerte mía, me hubieran dicho que a Milán venía! ¡Nunca tras él, pisándole la huella, el mesón me hospedara de la Estrella, pues ya desde este día a todo será mala, por ser mía! ¿A quién, señora, dices, pues yo las sé, tus penas infelices? A mí, Nise, a mí misma me las digo. Déjame a solas descansar conmigo; que un dolor sólo al llanto se sujeta. ¡Gracias a Dios que di con mi maleta! De mi amo no; que, aunque también a vella llegué, él allá dará las gracias della. Vamos, pues, componiéndolas ahora para cargar con ellas. ¡Ay, señora! ¿No es aquél el criado de don Félix? Él es. Ya mi cuidado alguna luz halló. Ventura ha sido que Félix a Milán haya venido; pues siendo tan amigo o sabrá de él o, a su amistad atento, se encargará, ¡ay de mí!, de mi tormento. Llámale... Mas detente. Pues ¿qué reparas? Un inconveniente. ¿Qué sé yo, si que estoy aquí le digo, si se embarazará Félix conmigo y, cuando a verme venga, ya la disculpa prevenida tenga para no hacer empeño? Que el más amigo no obra como dueño, y aun podrá ser no venga, y que se esconda. El entremés parece de la Ronda. Y así, fuera mejor que no supiera de mí hasta que me viera. Buen remedio. Al criado seguiré yo; y habiéndome informado, irás cuando la casa yo te avise. No has dicho mal. Mas dime, ¿cómo, Nise, irás, que el verte no le cause espanto? El más breve disfraz es el de un manto, y españolas que están en la posada nos los darán. Ven, pues, que poco en nada repara la que ya lo perdió todo. Ellas han de ir de un modo u de otro modo. Sin ser Corito, hoy ganapán me llamo. ¡Cuál pesa la maleta de mi amo! No porque en ella más dinero arguya, sino porque una es mía y otra es suya; y en el más leal criado es silogismo que pesa más lo ajeno que lo mismo. (No he de perderle un punto en todo el día). Ya ha rato que reparo, reina mía, que tras mí llevo, hurtándome las tretas, otra maleta más que mis maletas. ¿Mándame algo? ¿Qué no? Bien, por mi vida. (¿Si es ésta la de hoy que, arrepentida, cobrar pretende, cuando así me topa, su joya, al ver que pareció la ropa?). Vaya usted su camino. ¿Hablar sabéis? No sois la que imagino. (Vuelvo a seguirle ahora). Oye usted, mi señora: si, por ser forastero, piensa que en las maletas va dinero, y al husmo viene, holgándose de vellas, maldita sea de Dios blanca hay en ellas. Una camisa mía podré dalla, si una abro; mas será para lavalla; y, si a otra cosa su discurso pasa, escríbame un papel, que ésta es mi casa. Huélgome de sabella. A más ver. (Ahora mi ama vendrá a ella). Sólo a saber la casa me seguía. ¿Si se obligó de ver la bizarría con que vengo sudado? Raras cosas, por Dios, me habéis contado. Todo esto desde ayer me ha sucedido. En fin, en cuanto habemos discurrido, nada a alumbramos, Félix, es bastante al oír que vos robasteis a Violante. Eso, y el faltar ella, siendo suya la traición, no hay ingenio que lo arguya. Tristán, ¿dónde has estado? Fui a una pendencia en que salí cargado. Si esto ves, ¿qué preguntas? ¿No es bien cierta mi ocupación? ¿No llaman a esa puerta? Mira quién es. ¡Mal haya yo, cuando a abrirla vaya! ¿Por qué? Porque me corro de ver que esa es la puerta del socorro, y, cuando entren por ella cien regalos para ti, para mí entrarán cien palos. Anda, ve, no seas loco. Señora muda, espere uced un poco. Dos damas disfrazadas a la española son, y aún tan tapadas. Las que os conté serán. Adentro espero por que no se embaracen. Cerrar quiero la puerta que confina a esotros cuartos, por que Serafina, Flora, ni otras criadas sepan que entran aquí damas tapadas. Aunque de vuestra salud noticias hoy he tenido, por que quejosos no estén los ojos de los oídos, pasando acaso por esta calle, veros he querido por ver lo que escuché antes. Ambas finezas estimo con el reconocimiento que debo a tan nuevo estilo de obligar. Es más, don César, de lo que habréis presumido, lo que os debo, y así es menos lo que os pago. En nada os sirvo porque aventurar un hombre, si sois vos la que imagino, la vida por una dama, es empeño tan preciso que no hay por qué agradecerle, pues obra en él por sí mismo. La que imagináis soy; pero no a vuestra razón me rindo, pues obrar por vos no es no ser en mi beneficio, y no quita el ser la causa vuestra, al efecto el ser mío. Dijo un cortesano... ¿Qué? ...que era el ingenio de vidrio, y ahora veo que el concepto no erró. Pues ¿por qué lo dijo? Por lo que se transparenta, señora, con cualquier viso. Discreta sois, y os importa desvanecer un peligro que trae tras sí lo discreto. Con buen aire me habéis dicho el pesar de si soy fea. Con desmentirme os le quito. No soy tan de vista. Pues, si por aquí no os obligo, a vuestro primer concepto vuelvo de los dos sentidos. Vos, por que no estén quejosos los ojos de los oídos, queréis ver lo que escucháis; pues yo, por los propios filos, lo que escucho ver deseo. No os retiréis: descubríos. Sepa a quién tantos favores debo; mirad que es indicio de traición guardar la cara. Antes tengo yo entendido que hacer favor y esconderla es crecer el beneficio, pues es no querer que quite el quedar agradecido. No puedo dejar de estarlo de vos ya, bien que ofendido de vos también. Pues ¿qué ofensa ¿Qué? El de pasar de un pañuelo; que dones dama dar ricos como joyas, más son paga que favor; y así os suplico me deis licencia de que a esa criada... Ya estimo más no haberme descubierto. ¿Por qué? Porque no hayáis visto los colores que a mi rostro me van saliendo de oírlo. No os creeré, si no los veo. A eso sólo no me animo; que, aunque no soy fea que espanto, con más causa lo resisto que imagináis. ¿Cómo? Como a Serafina habréis visto, de quien dicen en el barrio que es un admirable hechizo, y tras ella, pareceros bien no puedo. En gran conflito me habéis puesto. Yo, ¿por qué? Porque, si ser verdad digo que es hermosa, es ser grosero con vos, aunque no os he visto; y, si no lo digo, es serlo con ella. Pues, indeciso, podéis dejar por ahora para otra ocasión el juicio. ¿Ha cobrado uced su habla desde hoy acá? Un poquito. De usarced y de una Flora que hay acá en casa, imagino que hiciéramos un buen medio. ¿Cómo? Como habla infinito ella y uced calla; y así, prendidas en un orillo, en términos monetarios, hicieran buen equilibrio. Señor Tristán, las mujeres no han de perder por su pico, porque el hablar mucho es perniciosísimo vicio. Si me predicara ahora uced, habiendo venido de tramoya y con su ama a vernos, fuera lo mismo que un ciego que por las calles iba pregonando a gritos el acto de contrición y coplas de Calaínos. Parece eso lo que una dama a un caballero dijo. ¿Qué fue? Haga uced que en martas me aforren ese silicio. Mas ¿que poco a poco uced y Flora son de un oficio? Mas ¿que mucho a mucho son Tristán y uced dos borricos? Poco, señora, con vos vale el ruego de un rendido. ¿Por qué, si en no descubrirme nada os doy y nada os quito? ¿Cómo? Como a una tapada favorecisteis altivo, y, si una tapada veis, claro es que en igual partido sólo es ponerse el favor la máscara del delito. Quedad con Dios; que otro día me veréis y yo os afirmo que no pasará de hoy. Esperad, no habéis de iros, que, si de necio si os dejo, u de grosero si os miro, no puedo escapar, mas quiero, ya que ambos daños elijo, el menor, y... Abrid aquí. ¿Quién llama con tanto ruido? ¿No es voz de mi padre? ¡Y cómo...! Mira, Tristán, quién ha sido. No lo miréis, hasta que me vaya, pues imagino que aquí ha de haber otra puerta. Eso no. (Porque es indigno por Serafina, salir por su cuarto). Y lo resisto, porque no fuera razón que piensen que desestimo el honor del hospedaje. ¡Malo es esto, vive Cristo! Señor, Lidoro es quien llama. Que me dejéis, os suplico, salir por aquí. Eso no; que no importa que conmigo esté una dama, y importa... ¿Qué? ...que yo falte al debido respeto de Serafina; y por ella, si os lo digo, no quiero que salgáis. Ella lo estimará, y yo lo afirmo. ¿De qué suerte? Desta suerte, ya que me es fuerza decirlo. Ved si queréis que me vea. Ni imaginarlo. Idos, idos presto; que, por que aun la sombra no alcance a ver, me anticipo a abrirle, por detenerle, mientras vos abrís, yo mismo. Ven, Flora. Presto, que entran. Que me digáis os suplico, si es éste el cuarto de Félix. ¿Qué sé yo cúyo es ni ha sido? Enojada va esta dama. Allí hay quien podrá decirlo. ¿En vuestra casa, señor, con tanto escándalo y ruido llamáis? Sí, pues en mi casa tan como estraño me miro tratar que, sobre no abrirme, estoy en ella ofendido de quien más servir deseo. ¿En qué, señor, os desirvo? En mucho. (¡Ay de mí, infelice, de todo viene advertido; y es lo peor que Serafina, u de helada no se ha ido, o la puerta que encontró, sin duda abrir no ha podido!). ¿Qué ruido es éste, señor? ¡Ay, Nise! A César he visto. Llégale a hablar. No me atrevo ahora con tantos testigos. Oye y calla. ¿Qué ha de ser sino andar los dos conmigo tan dobles... Él se declara. ...que tratar no hayáis querido mi amistad por caballero primero que por ministro? ¡Bueno es preguntaros yo hoy a los dos, como amigo, dónde aquella dama estaba, para haceros el servicio de componer vuestro duelo, negarlo, y no haber corrido bien la voz de que está preso, cuando os busca! (¿Preso, dijo?). (Ya esto no importara nada, como ella se hubiera ido). De las espías que puse a ambas puertas, una dijo que preguntó por don Félix; y, pues salir no ha podido, porque están tomadas todas, yo la hallaré, ...y ya la he visto. Señor, esta dama no es la que habéis presumido, que aquí acaso entró esta dama. A hombres tan recién venidos no buscan damas acaso, y en mi casa. Apartad, digo. Señora, ya conocida estáis, y así, descubríos. Él presume que es Violante. César, cuidado conmigo; que hay más empeño: estas dos que pensáis... (¡Qué es lo que he oído!). ¿Vos no sois Violante, hija de Aurelio? ¿No habéis venido a buscar aquí a don Félix? (¿Qué es esto, cielos impíos? ¿Quién tan aprisa a este hombre toda mi vida le ha dicho?). Sí, señor, Violante soy... (¡Cielos! ¿Qué es esto que miro?). ¡Cielos! ¿Qué es esto que veo? Que en manos de mi destino, buscando a don Félix vengo adonde a César he visto y adonde favor aguardo, pues a vuestros pies me rindo. (¿Qué es esto? ¿Quién de un instante a otro tan gran trueco hizo?). ¿Qué es esto? ¿Cómo, o por dónde Violante a esta casa vino? Ved ahora si engañado estoy de vos. Pues admiro el verla, no os engañé. Ingrato, fiero enemigo de mi alma y de mi vida, ¿quién, o cómo te ha traído aquí? ¿Qué dudas, si sabes que eres tú sólo a quien sigo, corriendo por ti fortunas, ansias, riesgos y peligros? Mirad, don César, si es ella. ¿No bastó, traidor prodigio, tu engaño allá, sino aquí? ¿Qué engaño? El de tus estilos. ¡Bien me pagas! ¿Qué te debo? No es tiempo de eso. ¡Muy lindo es ponerse a averiguar cuentas! Ahora conmigo venid, señora; que yo, aunque no se lo he debido a don Félix ni a don César, soy quien soy, y a hacer me obligo siempre lo mejor. Y vos esperadme... Ciega os sigo. ...porque en dejando en el cuarto –no por vos, mas por mí mismo– de Serafina a Violante, preso habéis de ir a un castillo. ¡Violante, cielos, aquí... ¡Serafina aquí conmigo... ...diciendo que busca a Félix! ...con la acción de aquel peligro! Félix, ¿qué es esto? Mal puedo saberlo. ¿Luego preciso será que el tiempo lo diga? Sí. ¡Quién supiera un camino de quitarle tiempo al tiempo, y apresurara el decirlo! Muy enojada estás. ¿No tengo razón? Sí la tienes, mas no para tanto extremo. ¿Cómo no, cuando procedes tan poco atento –perdona que lo diga desta suerte– conmigo, que no tan sólo a casa me traes un huésped, pero a mi cuarto una dama que de amor corriendo viene fortunas, y...? Aguarda, espera; que quiero satisfacerte a ambas cosas, por que no quejarte con razón pienses de mí. Aqueste caballero –ya te lo he dicho otras veces– es hijo de un grande amigo, de quien hoy tengo presente la obligación de la vida. Pensé que a otro día se fuese; si a causa de festejarle el príncipe se detiene, por ser éstos en Milán tan festivos, tan alegres, ¿qué culpa he tenido yo? La dama a amparar me mueve saber que es ilustre dama; y, aunque es verdad que accidentes de amor deslucen tal vez la sangre más excelente, hace mal el hombre que no los restaura, si puede; pues, aunque niegues que obligan, no negarás que enternecen. Demás desto, el caballero que hasta aquí siguiendo viene es amigo de don César; llegué a prenderla y prenderle en mi casa y a su lado; y debo satisfacerle de que, justicia y amigo, cumplo con todo igualmente. Y, si he de decirlo todo, hay más causas que me fuercen a agasajarle: su sangre es ilustre sumamente, su hacienda es mucha, la gracia del duque de Parma tiene, como a su deudo le trata, y sobre todo esto adquiere mi obligación y cariño; no me obligues –cuerda eres– a que te diga –esto basta– que podría –no te pese– ser que se quedase dueño el que ha venido por huésped. ¡Qué escucho, cielos! Albricias, alma; que hoy es solamente el día que a su pesar el mal en bien se convierte. Cuando temerosa estaba de que mi padre entendiese algo de mí, ¿no tan sólo hallo lance que lo enmiende, mas lance que lo mejore? Flora... Señora, ¿qué quieres? A una criada llamaba. No que te has errado pienses; que por eso he respondido y puesto que en mí la tienes. Guárdete el cielo, Violante; que no quiero que te muestres tan fina; que en esta casa huéspeda, no criada, eres; que, aunque es verdad que sentí que mi padre te trujese a ella, enternecida ya de tus fortunas, me tienes por amiga; que te debo mucho. ¡A mí! Pues ¿qué me debes, si solo un mal ejemplar es lo que pude traerte? Aquese ejemplar, Violante, que tan malo te parece, quizá es bueno para mí; y tú no sabes ni entiendes, cuando vienes a mi casa, a cuán buena ocasión vienes. Pues ¿en qué puedo servirte? En nada; que en lo que puedes, ya lo has hecho. Pues, señora, ya que piadosa agradeces lo que no sé que por ti haya hecho, justamente a buena fe de obligarte podré un favor merecerte. En cuanto pueda me obligo a ayudarte. ¿Qué me quieres? Yo no quiero disculparme, y así, por la culpa empiece; que en quien la tiene es disculpa solo el decir que la tiene. al cabo de algunos días de rigores y desdenes, bien a pesar de mi sangre, pues dio a un primo mío muerte, favorecí a un caballero, que es el que conmigo prende tu padre en su misma casa; pero con tan poca suerte, que al primer favor perdí la vida, por que se muestre en mí que de enojo a amor no se pasa fácilmente, sin que los cielos dispongan precisos inconvenientes, como en castigo de que nadie ame lo que aborrece. Perdóname que mi historia tan por extenso te cuente; que, como voy a obligarte, solicito enternecerte. Escribile que a un jardín viniera una noche a verme; respondiome que vendría. Lo que debió de moverle fue que no pensase yo que otro día estaría ausente, respeto, ¡ay de mí!, que el duque le mandaba que viniese a esta jornada. Mi padre vio el papel... Oye, detente. ¿Qué viniese a esta jornada le mandó el duque? Ese fue el daño para que él se obligase a responderme. ¿En qué has reparado? En nada. Divertime, y por hacerme capaz... Prosigue. Mi padre vio el papel y, aunque imprudente disimular pretendió, no pudo, y haciendo fuerte prisión de mi cuarto... Y dime, ¿es él el que a Milán viene de parte del duque? Sí. Mucho, ¡ay de mí!, te diviertes. Estoy triste, no te espantes. Dejarelo, si te ofendes. Yo ¿de qué? Prosigue. Temo, señora... ¡Ay de mí! ¿Qué temes? Que no atenderá al remedio la que al peligro no atiende, y así, mejor es dejarlo. Engáñaste; que antes quiere la que se informa mejor, saber mejor lo que emprende. Llegó la noche infelice, sin que aviso mío tuviese de que mi padre esperaba con armas oculto y gente. ¿El que había de venir a Milán? El daño fue ese. (Acaba ya de nombrarle. Si ya no es que hacerse quieren también de rogar los males, por dar envidia a los bienes). Vino, en efeto. ¿Quién vino? César, que se fingió ausente. ¡César! Sí. (¡Nunca acabaras! ¡Ay de mí! ¡Qué neciamente hice en darle priesa al mal, una vez que él se detiene!). Y en fin... Lo que sucedió no lo sé yo formalmente; solo sé que oyendo el ruido de pistolas y broqueles, entre mi padre y mi amante el alma tenía pendiente, cuando un criado anciano mío, cruel, pensando que clemente, rompió la puerta del cuarto; yo entonces... Por que no deje de entenderlo todo, dime, si era César, ¿cómo vienes, cuando vienes a mi casa, buscando en ella a don Félix? Porque es un amigo suyo, que sin duda por hacerle compañía, con él vino. Bien está; al discurso vuelve. Yo entonces –aquí quedamos– llegando en un tiempo a verme presa entre tantos embates, libre entre tantos vaivenes de honor, fortuna y amor, sin saber lo que me hiciese, salí a la calle. No aquí me culpe nadie, pues –siempre mal consejero– el temor a lo peor se resuelve; y así, ampararme no fue de amigas ni de parientes, sino del cómplice mismo del daño, por parecerme que sólo se opone al daño quien como propio lo siente. No le hallé. Pues ¿a qué fin, aunque aquel su amigo fuese, preguntaste por él antes que por el mismo a quien vienes buscando? Porque un criado que vi, era de don Félix, y no suyo. Y en efecto... Llegando de él a valerme, no le hallé. Supe en su casa que en aquel instante breve había venido a Milán. Sola y triste, en mal tan fuerte, tropezando a cada paso con las sombras de mi muerte, me pareció que no estaba segura en ningún albergue, sino dentro del delito, sagrado que tantas veces, por más desimaginado, favoreció al delincuente; y así, hice al mismo criado que a aquella hora dispusiese una carroza y... Pues ¿cómo los avisos que acá vienen de que te busquen, no dicen con César, sino con Félix? ¿Quién tal dice? Yo lo digo, y lo prueba claramente ser Félix el preso, y no César. Mucho te suspenden tus tristezas. ¿Ahora sales con eso? Yo finalmente –que al verte tan divertida es bien que el discurso abrevie– a tus pies llego, señora, fuese del modo que fuese; a ellos estoy, y así en ellos que halle amparo es evidente, no porque soy desdichada, sino porque eres quien eres. Y así te suplico que en mis desventuras medies con tu padre y con mi padre; que no dudo, cuando a él llegue esta nueva, venga aquí. Disponlo tú antes de suerte que ya con César casada me halle, por que se remedien de una vez tantos pesares; que yo, por no entristecerte, quiero a llorar retirarme, por que tu mal no se aumente con el mío; que hay quien diga no ser penas diferentes las que pasan entre quien ve padecer, y padece. Es verdad; y más, ¡ay, triste!, cuando el que ve sentir siente lo mesmo que ve sentir, bien como a las dos sucede, pues equivocando a César y a Félix, ni entiendo sus males ni sé de mis bienes; dice mi padre que César, que vino a casa por huésped, podría ser, ¡ay, cielos!, que por dueño en ella se quede; y apenas a mis venturas prevenía parabienes de que a quien debo la vida venturoso asunto fuese de la elección de mi padre, cuando otros inconvenientes, por que no corran mis dichas, las ponen en que tropiecen. ¡Oh, en qué breve instante! ¡Oh, en qué tiempo breve ser saben pesares los que eran placeres! Aquí del discurso mío: ¿cómo, si esta mujer viene con don Félix avisada, siendo su amante don Félix, me sale ahora con que es don César, y pretende que mientan todos allá, y ella diga solamente verdad aquí? Y dado caso que César su amante fuese, ¿cómo no lo dice cuando ve que es Félix a quien prenden? Pues una de dos es precisamente, o que mienten ellos, o que ella es quien miente. ¡Ah! Entre tantas confusiones, ¡qué diera yo por no haberme empeñado agradecida, y ver ahora libremente mejor de afuera los lances! Mas ¿quién, ¡ay, infeliz!, puede prevenir antes el daño, si aun después no le previene el discurso? Que no están casuales accidentes sujetos a la razón, y más de quien no la tiene. ¡Qué tarde que llora quien presto se atreve, pues la dicha es nunca y el peligro es siempre! Y ya que me empeñe, cielos, piadosa en agradecerle el favor, ¿quién me metió en que disfrazada fuese a hacer vanidad, a hablarle? Mas ¿a qué mujer parece que vence con la hermosura, si con el alma no vence? Y es verdad, porque el ingenio ni sabe ni cree ni entiende que es vitoria la que no le consagra a él los laureles. Porque enamorar sólo lo aparente, un mármol lo hace que ni habla ni siente. ¡Mal hubiesen de mi patria las licencias, que conceden al pundonor sus disfraces! Mas ellos, ¿qué culpa tienen, si quien usa de ellos mal es solo quien la comete? Y así ¡mal hubiesen, digo otra vez y otras mil veces, mis vanidades!, pues ellas la han tenido solamente; y aun ellas no la han tenido, sino, ¡ay de mí!, si se advierte que cuando a otros matan porque no agradecen, ser agradecida me ha dado la muerte. ¡Qué diera a estas horas yo, ay, infeliz, por no haberme descubierto!, pues con eso el Etna que el alma enciende, hipócrita de su fuego, yo le cubriera de nieve. Pero descubierta, huir el rostro que llegó a verme una vez, no, no ha de ser. Perdone el inconveniente; que no han de darse a partido tan bajo mis altiveces. Que es bien que los hombres que tenemos piensen que traen ley del duelo también las mujeres. Flora... Señora, ¿qué mandas? Que al cuarto de César llegues y, como que de ti sale, le digas que estoy en ese jardín. (A campaña os llamo, dudas, temores, desdenes, engaños, penas, rigores, ansias, iras, accidentes, recelos, desdichas, miedos, discursos y agravios fuertes; salid todos, u diré que vuestro miedo os detiene. Mas, ¡ay!, que si celos sabéis que me ofenden, ¿quién a una mujer celosa no teme?). ¿Qué será esto? Mas a mí, ¿quién en discurrir me mete, que me haré vieja en dos días? Tristán... ¡Oh, Flora excelente, que siendo flora italiana, floresta española eres! ¿Qué me mandas? Y tu ama, ¿no está en casa? No. Adiós. No te has de ir –detente– antes de hacer un concierto conmigo. ¿Qué es? ¿Cuánto quieres por perder por mí tu juicio media hora solamente, y me moriré otra media de amor por ti de repente? ¡Bien, nuevo concierto es! No es muy nuevo. ¿De qué suerte? Moríase un miserable... ¿Cuánto va que el cuento es ese del que llamó al sacristán y le dijo: «¿Cuánto quiere vuesarced por enterrarme?». Él dijo, supongo: «Veinte reales». «¿Quiere diez y seis?», dijo. «Más costa me tiene», le replicó el sacristán. A que respondió el doliente: «Pues mire si le está bien, y entiérreme en diecisiete, porque no me moriré como un cuarto más me cueste». Así uced para morirse por mí de amor, saber quiere qué costa le ha de tener; pues sepa, si el cuento es ese, que una mona y sus amigas... Eso no, mujer, detente; quitar uno y dar con otro, es beber arreo dos veces. Criaba una dueña una enana... Yo empecé antes... Aunque empieces, yo me sigo. Un día... La dueña... ...la mona... ¿Qué ruido es este? Acá es un cuento de cuentos. Acá es un cuento de nueces. ¡Válgate el diablo por dueña, ... Y por mona, que te lleve. ...que nunca te he de acabar! ¡Que me han de embarazar siempre! Flora, ¿qué haces aquí? ¿Qué es lo que por acá se ofrece? Avisarte que mi ama sola en el florido albergue de ese jardín está; yo, por que, habiendo alguien, no llegues –que no de todas se fía, y más ahora que tiene esa huéspeda–, cantando varios tonos diferentes, te diré en sus letras que te retires o te acerques. Cuidado conmigo. Adiós. Uced mire que me debe un cuento para otra vez. Tú, dos para otras dos veces. ¿Con qué he de poder pagarte, Flora, el favor que me ofreces? En fin, ¿yo no he de saber, señor, qué tapado duende fue aquel que se transformó en Violante? Necio eres. ¿No le has conocido? No. Pues no importa. Pero atiende. «Al campo te desafía la colmeneruela: ven, Amor, si eres dios, y vuela». Que vaya dice; tú aquí me aguarda. ¿Dónde, don Félix, sin decirme a lo que fuisteis, os volvéis tan brevemente? Luego os diré que he acabado con el príncipe que os deje preso aquí Lidoro; que ahora ocasión mi vida pierde, que está sola Serafina en la hermosa esfera alegre dese jardín, y esa voz me está diciendo que llegue. Esperad; que no habéis de ir. ¿Qué os obliga a detenerme? Algo me obliga. Dejadme. Hay mayor inconveniente. ¿Qué inconveniente, si dice...? «Detén el curso y advierte que, si raudales presumes, precipitada te pierdes». Que me detenga, me avisa. Decid, pues; pero sea breve, porque, si vuelve a llamarme, será preciso que os deje. No será. Salte allá fuera. (¿De mí recatarse quieren? Pues, por Dios, que he de escucharlos). Oídme ahora atentamente. Bien creeréis, Félix, de mí, que vuestro gusto desea mi amistad. Fuerza es lo crea. Vos, ¿no sois mi amigo? Sí. Pues una fineza... Hablad. ...por mí habéis de hacer. Sí haré; mas ¿qué es la fineza? Que no uséis mal de mi amistad. Vos, don Félix, con mi nombre estáis de Lidoro honrado, asistido y festejado; y así es fuerza que me asombre que, con mi nombre, atrevido seáis con aleve trato vos a las honras ingrato, que yo estoy reconocido. Cuanto ha hecho por vos aquí Lidoro, por mí lo ha hecho, no por vos; y así sospecho que el duelo me toca a mí de que no quede ofendido, yendo mañana los dos, muy favorecido vos, yo muy desagradecido. Ya veis que justo no es que haya en mi nombre cautela. «Ven, Amor, si eres dios, y vuela». Yo os responderé después. No, sino agora. Cuando veo que pierde la suerte mía... Canta dentro. «Al campo te desafía...» ...la ocasión, ... Sí, eso deseo... No cantes más. ...que es rigor, y mirad Oíd, que un papel echaron por esa reja. ¿Qué va que viene la queja de lo que me tardo, en él? A César, dice. Mostrad, pues yo soy César aquí: oireisle, por ver si así convenzo vuestra amistad. Mas no es letra de mujer. Ya saber cúyo es aguardo. La firma dice «Lisardo». ¡Lisardo! ¿Qué puede ser? «Aunque pudiera tomar, ventajoso, satisfación de la muerte de mi hermano Laurencio...» Todo eso es burla. Eso no. Habeisle, César, de leer; que ya me importa saber si el César sois vos o yo. Estas son burlas: extremos no hagáis, supuesto que aquí el César soy yo, y a mí viene el papel. Aunque estemos trocados para un engaño, que no lo estamos mirad, César, para una verdad, y verdad que toca en daño de mi honor. Seguro está siempre vuestro honor conmigo; que soy, César, vuestro amigo. No lo dudo; pero ya, sin ver el papel, no es posible que yo sosiegue. Ni que yo a enseñarle llegue es posible. Advertid, pues que satisfacerse quiera de ese renglón, se percibe que he de ver de dónde escribe y dónde Lisardo espera. A mí el papel ha venido, y yo responderé a él. Aunque a vos vino el papel, fue equivocado el sentido. Que habla conmigo mirad, y, aunque yo ser vos arguya, no será bien que destruya un engaño a una verdad. Ser yo aquí César abona que a mí en su sentido encierra, pues, aunque el nombre me yerra, no me yerra la persona. Yo ¿no hice esta muerte? Sí. Vos ¿sois su enemigo? No. Luego, aunque a vos se escribió el papel, es para mí. Vos ¿sois aquí César? No. Yo ¿soy aquí César? Sí. Luego, viene para mí. Pues a vos no os conoció quien a mí hallarme desea. ¡Bueno es que vos pretendáis, porque César os llamáis, quitarme que yo lo sea! Mejor es haber yo sido César para haberme hallado de un caballero hospedado, de un ángel favorecido, y que dejara de ser, después de gozar los gustos, César para los disgustos. Eso no, ni es de creer que un hombre en empeño tal sea a cuantos hoy le ven César cuando le está bien, y no cuando le está mal. Y así, pues que no soy hombre que al bien y no al mal me obligo, ¡por Dios, que han de andar conmigo dicha y desdicha del nombre! Argüid; mas no guardéis el papel, porque he de leelle. Vos, César, no habéis de velle. No en aqueso os empeñéis, porque lo he de ver. Si yo le guardo, ¿cómo ha de ser? No sé; pero sabré hacer... ¿Qué? ...que tampoco vos no lo leáis. ¿De qué manera? No apartándome de vos un instante; y, ¡vive Dios!, que con vos adondequiera que vais he de ir, y no habéis de dar un paso sin mí. Vuestra sombra desde aquí he de ser. ¿Cómo, si veis que estáis preso? Eso me hará romper el inconveniente, y aun publicar claramente quién soy. Aqueso será aventurar –tema tal– vuestro honor y el mío también, pues que, por quedar vos bien, ambos quedaremos mal. Pues veamos el papel y, una vez visto, sabremos lo que hacer los dos debemos. Yo os diré lo que hay en él después; adiós. Vamos, pues; que yo os tengo de seguir. Vos no habéis de ir. He de ir. Advertid... Mirad... ¿Qué es esto? Nada. (Bien será gozar de aquesta ocasión). ¿Sobre qué era la cuestión? Don Félix os lo dirá. Sí diré; pero ha de ser oyéndola él, por que no penséis que otra finjo yo, y así, hacedle detener. ¿Para qué? Lo que digáis creeré yo. ¡Lance cruel! Dejad que vaya tras él. Advertir que preso estáis, y que basta haber mandado el príncipe que sea aquí, sin que también... ¡Ay de mí! ...queráis salir. ¿Qué ha pasado? (¿Qué le diré? Que decir que desafiado va, bien a mi honor no le está. Mas, no habiendo de reñir yo en ocasión que es tan mía, no haré mal, si estorbos doy, pues, quitándosela a él hoy, podré lograrla otro día). ¿Qué inquietud tenéis cruel? Vos ¿no le queréis llamar? No. ¿Ni me queréis dejar a mí que vaya tras él? Tampoco. Pues desairado de un modo o otro, por Dios, que ha de ser de aqueste. Id vos, porque va desafiado. Pues ¿qué causa César dio? Eso es lo que yo no sé. Y ¿dónde el desafío fue? Esto es lo que no sé yo. Esperadme vos aquí, y que os quedan guardas, digo. Mientras, yo solo le sigo. ¡Oh, lo que dirán de mí ahora los duelistas, cielo, sobre si hice bien o mal!, sin mirar que en lance tal era yo el dueño del duelo que él reñir por mí pensaba, y que con esto podré lograrle yo, puesto que hoy el fingimiento acaba o mañana a más tardar, pues es fuerza que Violante diga... En venturoso instante, César, me resolví a entrar a este cuarto, viendo que divertida Serafina está en la esfera divina de ese jardín, pues que fue a ocasión, ¡ay, Dios!, que oí mi infeliz nombre en tus labios; y estimo, aunque sea en mí agravios, el que te acuerdes de mí. Claro está que lo han de ser, porque mal de una homicida de mi alma y de mi vida puedo memoria tener que para agravios no sea. ¿Qué queja, César, de mí puedes formar, si por ti quiere el cielo que me vea de tantos temores llena en fortuna tan escasa, como libre sin mi casa, y como presa en la ajena? Eso todo es que no habiendo logrado aquella traición, que con fingida intención me quiso matar, haciendo ahora pues ladrón fiel, has venido a desmentir tan vil trato, por decir que no eras cómplice en él. ¿Cómo es posible que quepa en límites de razón tan grande desproporción como, por que no se sepa de mí que yo te engañé, querer se sepa de mí que padre y patria perdí, pues padre y patria dejé por seguirte? Si no fuera esto, ¿cómo me esperara Aurelio? ¿Cómo intentara matarme, y cómo pudiera saberlo sino de ti? Habiendo el papel tomado tuyo, que llevó el criado de Félix. ¿De Félix? Sí. Aguarda; que va mostrando mucho campo esa razón, si no lo hace la pasión con que yo lo estoy deseando. ¿El papel que te llevó de don Félix el criado, vio tu padre? Y informado por él de todo, fingió, cerrándome a mí, su ausencia. Sin duda de aquí ha nacido pensar que Félix ha sido el dueño de la pendencia de tu casa, porque aquí yo preso, Violante, estoy pensando que Félix soy. ¿Pensando ser Félix? Sí, porque, por quedarme yo aquella noche infelice, tomar mi nombre le hice. ¿Qué aquí no eres César? No. Y aun por eso Serafina que no era César porfiaba el que por mí preso estaba; en cuyo yerro, imagina por ti lo que a mí me pasa, pues de la misma manera que creíste... ¡Bien pudiera buscarte toda la casa! Advierte que está por ti preguntando Serafina. Vamos, porque, si imagina que he entrado, César, aquí, se ofenderá; y considera a solas tú mi verdad. Sí haré, y aun mi voluntad sin oírlo lo creyera. ¿Por qué? Porque deseaba que la culpa no tuvieses... ¿De qué? De que ingrata fueses... ¿A quién? A quien te adoraba. ¿Qué mayor satisfación... ¿Qué? ...que verme padecer? Aún otra hay mayor. ¿Qué es? Ser en favor de mi pasión. ¿Cómo? Como ella en los dos ha vuelto a encender la llama. ¡Flora, Violante! Que llama otra vez. Adiós. Adiós. Desde que eché por la reja el papel, buscando tiempo de que César estuviese en su cuarto, pretendiendo que no se sepa quién soy hasta que concluya el duelo, por que entienda Serafina, matándole cuerpo a cuerpo, si él la vengará de mí, o yo de los dos me vengo, esperándole en la calle, voy sus pisadas siguiendo; que, aunque de su ilustre sangre y de su valor no temo, que irá solo donde digo que le aguardo, con todo eso, puesto que no me conoce, así asegurarme quiero de todo, que yo diré quién soy, en llegando al puesto. Vuélvete de aquí, Tristán, y mira que ¡vive el cielo, que si me sigues u dices por dónde voy, que te tengo de dar muerte! Ya tú sabes cómo siempre te obedezco, y más en aquestos casos. ¡Ea, pues, vuélvete presto! (Aquí de toda mi honra. ¿Qué debo hoy hacer, sabiendo que va a reñir, y por otro, siendo el desafío primero que se hace por poderes cual si fuera casamiento? Mas ¿qué debo hacer, pregunto? No hallarme en él, lo primero, y lo segundo, contarlo a quien lo estorbe; y con esto será la primera cosa que pago de cuantas debo). (Solo ha quedado: mal pude nunca dudar de su esfuerzo). Para informarme mejor dónde me espera, a leer vuelvo. «Aunque pudiera tomar, ventajoso, satisfación de la muerte de mi hermano Laurencio...» Señor, por ti preguntando viene un caballero viejo, y, sabiendo que hacia aquí estás, a buscarte vengo. (¡Oh, a qué mal tiempo has venido!). Llegad, señor; que éste es Celio. Dadme mil veces los brazos. Aunque no os conozco, debo responder agradecido a tan cortés rendimiento. (No se me pierda de vista). Aún más me debéis que eso. «Yo siempre desearé hacer lo mejor, y para ver si tenéis conmigo tan buena fortuna como con él, ...» Para procurar pagarlo, me holgara yo de saberlo. Pues en sola una palabra diré quién soy y a qué vengo. Merced me haréis; que me importa la brevedad en extremo. «...os espero detrás del castillo. Dios os guarde». Pues abrazadme ahora como Lisardo, y no como Celio; que yo sé que sois Lisardo. Harto me habéis dicho en eso, pues me habéis dicho que sois –que otro no lo sabe– Aurelio. (Detrás del castillo dice, ¿por dónde se irá más presto?) Es verdad, y mis desdichas, por mi honor y por el vuestro, me hacen que venga a buscaros. La fineza os agradezco. (Sin duda, como está aquí César, a avisarme dello viene, y a hallarse conmigo). Porque sabréis... Caballeros, ¿por dónde saldré al castillo antes desde aquí? ¡Qué veo! Traidor, por dónde a tu muerte se va has de saber más presto. (Bien presumí). (Que embarace es fuerza un duelo a otro duelo). (Porque de mí no se diga que al que yo llamado tengo pude embestir ventajoso antes de llegar al puesto, aunque contra Aurelio sea, le he de defender). Teneos, señor. Pues ¿vos a su lado os ponéis? Sí; que este empeño ignoráis por qué me toca. ¿A quien yo buscando vengo en demanda de mi honor que tanto tiene de vuestro, agora defendéis? Sí. El favor os agradezco, no por mi peligro tanto como por lo que deseo, sin su ofensa, mi defensa: y advertid, señor Aurelio, que en mi vida os he ofendido. Ingrato Félix, sí has hecho. (Félix le llamó: ¡qué escucho!). Y así yo sabré... A buen tiempo os alcancé. A vuestro lado estoy, don César. ¿Qué es esto? ...la ciega resolución de un noble ofendido... Pero, ya que llegáis a impedirla, sabré esperar mejor tiempo, en que no hallen mis desdichas tantos padrinos en medio. (¡Cielos! ¿Qué haré? Que, aunque aquí me toca seguir a Aurelio, no puedo perder de vista a César, porque no quiero, aunque Félix le han llamado, que salga, y faltar del puesto). ¿Qué es esto, César? No sé. ¿Quién es este caballero? Es el padre de Violante. ¡Qué decís! ¿Este es Aurelio? Pues ¿qué tiene con vos? Ser amigo de Félix, pienso. Celio, mientras voy tras él para intentar componerlo, pues fue dicha haber llegado en esta ocasión a veros, no dejéis a César vos. De no dejarle os ofrezco. (Por lo que me importa a mí asistir a sus intentos). No en aqueso os empeñéis, porque donde ir solo tengo. No tenéis. ¿Qué sabéis vos? Nada sé; pero sospecho, señor César o señor Félix –que uno y otro creo llamaros–, que no tendréis qué hacer la hora que yo quedo encargado de guardaros; porque, a mi fineza atento, no dejaros ir me toca. Ya yo sé que hasta aquí os debo la hidalguía de pasaros a mi lado, y así espero deberos también... No pude alcanzarle; mas, sabiendo que es el padre de Violante, a quien yo en mi casa tengo, ... (¿Cómo? ¿Violante en su casa?). ...importará que tratemos de que casada con Félix la halle, para que con eso felizmente acabe todo. Venid, César, y veremos cómo ha de ser. Perdonadme: que ya voy tras vos. Mal puedo dejaros. (De un lance a otro van mis desdichas creciendo). Venid. Señor Celio, adiós. Él os guarde. Señor Celio (pues que no puedo salir, en dar razón me resuelvo), pues tanto os habéis mostrado en mi favor, bien me atrevo a fiar de vos mi honor. ¿Qué mandáis? Por caballero, os toca valer a quien de vos se vale. Yo tengo esperándome en el campo un hombre con quien deseo verme, aunque no le conozco. Lisardo es su nombre; el puesto es a espaldas del castillo. Que vos le busquéis, os ruego, y le digáis de mi parte estos precisos empeños de que vos sois buen testigo: que me perdone, que tiempo después habrá. ¿Hareislo? Sí, con tal fineza, que creo que podéis imaginar que se lo habéis dicho a él mesmo. Guárdeos el cielo mil años. ¿No venís? Ya voy. (Con esto, ya que al todo de mi honor no acudo, una parte enmiendo). ¿Qué es lo que pasa por mí? ¿Habrá algún discurso, cielos, que se atreva a atar los cabos de las dudas que padezco? A don César, a quien yo hoy desafié por serlo, con el nombre de don Félix le viene buscando Aurelio; y cuando pensé que hacía por ofensa mía el empeño, hallo que es la ofensa suya, después a Lidoro oyendo que está Violante en su casa. Pues ¿cómo, si es César, ¡cielos!, Aurelio no le conoce, y cómo, si es Félix, luego dicen que con Félix van a tratar el casamiento? Esto es discurrir en vano; y pues solo podrá el tiempo descifrarme tantas dudas, buscaré volando a Aurelio; que, acabada la hidalguía que me hizo poner en medio, he de asistir a su lado, hasta que ambos nos venguemos de él, o Félix sea o sea César; y hasta entonces dadme, ¡cielos!, discurso para dudarlo o ánimo para saberlo. ¿Qué has dicho a Violante? Que unas amigas te han hecho disfrazar, y que con ellas vas a un festín. Pues ven presto. ¿A esto te resuelves? Sí; que habiendo oído primero el desengaño en Violante de que César es el dueño de sus penas, ver después que no va, cuando le ofrezco ocasión de hablarme, aunque le llamaron tus acentos, es sin duda que el no ir fue por no darla a ella celos: conque, si la verdad digo, los que a ella no le da, tengo. Y así, puesto que él rehúsa verme en mi jardín, pretendo, en su cuarto disfrazada, decirle mis sentimientos; que, si una vez desahogo esta cólera del pecho, yo sabré después vengarme a desdenes y a desprecios. Vamos, Flora. No quisiera... Nada me digas: ya veo que tienes razón; mas ¿qué razón manda en los afectos, y más de mujer que, altiva y soberbia, en algún tiempo se ve desairada? Pues no tiene el Vesubio incendio, no tiene violencia el rayo, no tiene... Pero no quiero comparaciones, pues sola ella es su encarecimiento. ¡Ay, Nise, si hallara medio como –pues falta esta tarde, a causa de sus festejos, Serafina– hablar pudiera yo a César, a quien ya tengo casi persuadido a que son falsos sus sentimientos! Y más, si llegara Fabio, a quien ya he llamado, a tiempo de ser un testigo más al desengaño que intento; que fuera gran dicha mía que, de mi fe satisfecho, cuando viniera mi padre, le templara el casamiento. No sé qué diga, porque pasar al cuarto es a riesgo, como otra vez, de que en él te busquen; y fuera deso, ¿qué sabemos si entrará alguien en él a ese tiempo? Sólo de una suerte, Nise, puede ser: sin ese miedo. ¿Cómo? Usando los disfraces que usan todos. Pues yo tengo una criada que más que otras mi amiga se ha hecho y nos dará trajes. Ve; prevenla, Nise, te ruego, y dila que, si llegare preguntando un hombre viejo por mí, diga... Mas después lo sabrás; que ahora veo a Lidoro y a don Félix entrar en casa, y no quiero que acaso me hallen; tú aquí te queda por que, si oyeron ruido, a ti te vean. Fortuna, este lance te encomiendo: ten lástima de mí, pues ves que inocente padezco en las iras que tú tienes la culpa que yo no tengo. ¿Qué hace Serafina, Nise? Con unas amigas creo que ha salido. Y tú, ¿qué haces aquí? Éntrate allá dentro. César, es lo que ahora importa hablar a Félix en esto. No dudo que, si él llegara, señor, a estar satisfecho de que Violante no tuvo culpa en el pasado riesgo, que con ella se casara, porque le está bien hacerlo; y así, que le dé Violante satisfación es primero que otra diligencia. Pues mirad, amantes extremos mejor pasan entre amigos, don César, que entre terceros, y más terceros a quien se debe algún cumplimiento; haced vos, ya que sois cuerdo, que ellos allá hablen sin mí sus cosas, y aun para esto viene bien que no esté en casa Serafina. Yo me ofrezco a disponerlo. Pues yo me voy; ved que al punto vuelvo. Esto se va declarando muy aprisa, y nada, ¡cielos!, me embaraza con Lidoro ni el príncipe cuanto al trueco del nombre, sino no más que con Serafina, puesto que en viendo que no soy César, quizá... ¿Qué, estás sano y bueno, señor? Dame... Quita, loco. ¡Cuánto, don Félix me huelgo de veros que con Lidoro volváis! Pues arguyo de eso que donde íbadeis no fuisteis. A mí me pesa de veros, pues nunca en nuestra amistad creí que hubiera sentimiento, hasta hoy. Pues ¿qué queríais? Nada; que no es tiempo deso. Aurelio en Milán está. ¿Qué decís? Lo que es tan cierto, que la espada para mí ha sacado; y en efecto, todo esto viene, don César, a parar en que tratemos, para que acabe bien todo, de Violante el casamiento. Ved vos qué pensáis hacer. Yo estoy, si no satisfecho en el todo, en mucha parte, de Violante; porque, habiendo –según dice ella y según yo estoy deseando creerlo– su padre visto el papel que llevó Tristán, infiero que de él resultó el pensar ser vos el amante. Es cierto. ¿En qué ocasión el papel diste? Mientras el dinero contaba. ¿Luego, allí estaba? No estaba, sino allá dentro. Él le vio dar, y calló. ¡Miren el maldito viejo! Pues siendo así... Mas ¿no llaman a esa puerta? El duende creo que será. Abre, pues. No abras. ¿Por qué? Porque en ver me ofendo... Esperad; que por que no escrupulicéis, ofrezco, quedando con ella airoso, despedir su favor, puesto que es fuerza que ya se sepa todo nuestro fingimiento. Pues, con esa condición, abre. Retiraos, os ruego, y oíd un cortés desengaño, que es lo que yo darla intento. Pensaréis, señor don César, que hoy agradecida vuelvo a saber de vos: pues no; que lo que hoy me obliga a esto, ya que vos no vais adonde yo os llamo, es sólo el intento de que favorezcáis una pretensión que con vos tengo. Y uced, ¿no tiene conmigo pretensión? Pues yo, ¿a qué efecto? De consentir que por mí perdiera el entendimiento. ¿Pretensión conmigo vos? Sí. ¿Qué mandáis? Oíd atento. (Aquí de todo mi honor). (Aquí de todo mi esfuerzo). Violante me ha dicho que vos –no Félix– sois el dueño de sus fortunas; su llanto me ha enternecido, su ruego, su fineza, su verdad, su fe, su amor y su afecto; y así, que de ella os doláis, de su honor, de su respeto, de su opinión y su sangre, es la prevención que tengo. Ved qué queréis que la diga; pero ha de ser advirtiendo que el sí o el no que digáis, todo es ofensa, supuesto que el no, es no hacer lo que pido, y el sí, lo que no deseo. Un sí y un no me mandáis que os dé, y, aunque son opuestos tanto un no y un sí, que nunca han cabido en un sujeto, yo soy tan poco dichoso, que caben en el mío, viendo que con el no os desobligo y que con el sí os ofendo; y así el sí, señora, es que es verdad que es César dueño de Violante; el no, que no lo soy yo; cuyo argumento ahora al contrario es, señora: el no que otra vez os vuelvo, que no lo es Félix, y el sí, que lo soy yo. No os entiendo. No me espanto: yo tampoco. Hablad más claro. No puedo. ¿Cómo? Como no me animo. ¿Por qué? Porque no me atrevo. ¿A qué?, decid. A enojaros. ¿Qué os acobarda? Perderos. César ¿no ha amado a Violante? Ese es el sí que os ofrezco. ¿Soislo vos? Ese es el no. ¿Qué es la causa? Un fingimiento. ¿A qué fin? De una amistad. ¿De qué suerte? Padeciendo... ¿Qué? Las dichas y desdichas. ¿De quién? Del nombre que tengo. Hablad más claro. Sí haré. Nada temáis. ¿A qué efeto? De que nada... Proseguid. ...os esté mal, ... Decid presto. ...sino que César seáis, si es César de otro amor dueño. Pues con esa confianza, oíd: yo soy... ¡Valedme, cielos! Muere, ingrata. Y mueran cuantos intentaren defenderlo. ¡Ay de mí! ¿Qué ruido es éste? ¡Buena hacienda habemos hecho! Grande alboroto hay en casa. Mientras yo voy saberlo, aquí esperad. De Violante es la voz: yo iré primero. Huyamos; huye, señora. Abre esa puerta. No puedo, que estará como otras veces. Violante, ¿qué es esto? ¿Tú entras aquí disfrazada? Yo en este traje –el aliento me falta– para pasar a satisfacerte –¡ay, cielos!– estaba, cuando me dijo una criada que un viejo me buscaba; creí que Fabio fuese, y llegué donde encuentro a mi padre... Pero él entra aquí. En algún aposento te retira, en tanto que nosotros le detenemos. Vos, señora, por que aquí no os vean, entrad también dentro. Fuerza será... Espera, aguarda. Perdona; que, si no cierro yo por de dentro, ... ¡Ay de mí! ...que no estoy segura pienso. ¡Vive tal, que del pasado lance se vengó! ¿Qué es esto? ¡En mi casa este alboroto! No hay sagrado a los despechos de un honor. Si en vuestra casa hallo esa ingrata a quien vengo buscando y a este traidor, ¿qué os admira? Deteneos. (¡Que no pudiese Violante esconderse!). (Por lo menos, Serafina, como sabe la casa, se entró allá dentro). (¡Cuánto de que Serafina hoy no esté en casa me huelgo!). Yo he de vengarme; apartad. Advertid, señor Aurelio, si no la casa en que estáis, que soy yo quien la defiendo. Señor don César, en vano es que os pongáis vos en medio, siendo también mi enemigo por la muerte de Laurencio. Tú diste muerte a mi hermano, traidor. Pues ya descubierto en decir que soy Lisardo, ¿no he de aguardar otro duelo? Pues haced éste conmigo, pues soy a quien antes desto teníais desafiado. ¿No basta, Félix soberbio, el ser dueño de un agravio, sino hacerte de otro dueño? (¡Qué es lo que escucho! ¿A don César llama don Félix, y luego a don Félix César llama?). (¡Doleos de mi vida, cielos!). Tu enemigo y mi enemigo, Lisardo, son los que vemos. Morir o vengarnos. Pues morir será lo más cierto. Teneos todos. Para, para. ¿Qué ruido es éste? Que, siendo en vuestra casa, no es bien que me pase sin saberlo... Y más agora que miro en ella a César y Celio. Yo os lo diré, si es que yo puedo alcanzar a saberlo. Aquesa dama es Violante, hija... (¡Ay, infeliz!). ...de Aurelio: consigo la trujo Félix, que es aquese caballero, de César amigo. Oíd, que padecéis algún yerro, que ese es Félix; ese es César. Eso es meterme en el duelo a mí. Pues a mí ¡me engaña nadie! Y a mí también, puesto que yo a mi casa le truje. Yo os dejaré satisfecho, si me oís, pues no es delito ser amigo verdadero. César de Violante es el amante; y siendo a tiempo el venir a visitaros que su dicha había dispuesto –el favor es de Violante–, con su nombre y con el pliego vine yo. Lo que después le obligó a venir huyendo fue que un papel un criado mío llevó, y le dio a Aurelio la noticia y el engaño de pensar que yo le ofendo. No es yerro hacer un amigo una fineza; y, si es yerro, es yerro muy disculpado; y más cuando todo esto para en que se case César con Violante, que, sabiendo su poca culpa, la mano por mí la ofrece. Sí ofrezco. Pues con aquesa palabra, yo me doy por satisfecho. Yo, no. Perdonad, señor, porque, aunque soy, como Celio, tu criado, no lo soy como Lisardo, y no tengo de dejar yo de vengarme porque él haga el casamiento. Pondreme a su lado yo, pues ya es don César mi yerno. O Celio seáis o Lisardo, estando yo de por medio, pues mi agravio les perdono, fuerza es perdonar el vuestro. Dadle la mano a Violante. Con mil almas; y supuesto que estás perdonada ya, descúbrete. ¿Por qué os retiráis, habiendo conseguido su perdón? Ya que os descubráis os ruego, por que al príncipe la mano beséis, señora, y a Aurelio. ¿Vos decís que me descubra? Claro está. Fuerza es hacerlo; mas ved en qué os empeñáis. ¡Ay, infelice! ¡Qué veo! Hija ingrata, ¿tú en aquese traje y aquí? Deteneos. ¿Cómo es posible? Tomando los ejemplares de Aurelio, pues, dándola yo la mano, señor, que no desmerezco por sangre y obligaciones, fuerza es quedar satisfecho, al ver que, al dármela ella, no tenéis otro remedio. ¿Qué he de hacer, si de la fuerza hacer virtud es consejo prudente? ¿Y dónde Violante está? A vuestros pies, haciendo de ellos seguro a mi vida. Dadme la mano. Yo quedo solamente desairado, sin venganza y con mis celos. Flora, ¿qué hacemos los dos? ¿Qué? Contarnos los dos cuentos de la dueña y de la mona. Otro día, que no es tiempo ahora de más de pedir el perdón de nuestros yerros. Y, si la «dicha y desdicha del nombre» dio este suceso, la dicha de quien le ha escrito supla en el sagrado vuestro, señor, que le perdonéis la desdicha del ingenio.