Dejadme las dos. Señora, mira... Oye... Advierte... ¿Qué tengo de oír, advertir y mirar, cuando miro, oigo y advierto cuán desdichada he nacido, sólo para ser ejemplo del rencor de la Fortuna y de la saña del tiempo? Dejad, pues, que con mis manos, ya que otras armas no tengo, pedazos del corazón arranque, o que de mi cuello, sirviéndome ellas de lazo, ataje el último aliento; si ya es que, porque no queden de tan mísero sujeto ni aun cenizas que ser puedan leves átomos del viento, no queráis que al mar me arroje desde ese altivo soberbio homenaje, en fatal ruina de la prisión que padezco. ¡Sosiega! ¡Descansa! ¡Espera! ¿Qué descanso, qué sosiego ha de tener quien no tiene ni esperanza de tenerlo? El entendimiento sabe moderar los sentimientos. Ésa es opinión errada; que antes el entendimiento aflige más cuanto más discurre y piensa en los riesgos. Es verdad, pero también... No prosigas; que no quiero desaprovechar mis iras ahora en tus argumentos. Dejadme sola, dejadme, idos, idos de aquí presto. Dejémosla sola, pues sabes que sólo es el medio de su furor el dejarla. Ya se han ido. Ahora, cielos, han de entrar con vuestras luces en cuenta mis sentimientos. ¿Qué delito cometí contra vosotros naciendo, que fue de un sepulcro a otro pasar no más, cuando veo que la fiera, el pez y el ave gozan de los privilegios del nacer, siendo su estancia la tierra, el agua y el viento? ¿A qué fin, dioses, echasteis a mal en mi nacimiento un alma con sus potencias y sus sentidos, haciendo nueva enigma de la vida gozarla y perderla, puesto que la tengo y no la gozo, o la gozo y no la tengo? O son justas o injustas vuestras deidades, es cierto; si justas, ¿cómo no os mueve la lástima de mis ruegos? Y si son injustas, ¿cómo las da adoración el pueblo? Ved que por entrambas partes os concluye el argumento. Responded a él... pero no respondáis; porque no quiero deberos esa piedad, por no llegar a deberos nada que esté en vuestra mano, y de vosotros apelo a los infernales dioses, a quien vida y alma ofrezco, dando por la libertad alma y vida. Yo [la] acepto. ¿Quién eres, gallardo joven, que, si las noticias creo de pintados simulacros que en algunos cuadros tengo, viva copia eres de aquel ídolo que en nuestro templo, con el nombre de Astarot, adora todo este reino, cuya opinión acredita haber penetrado el centro de esta ignorada prisión sobre las alas del viento? ¿Qué mucho que a él me parezca, Irene, si soy el mesmo, pues las doy a sus estatuas alma, vida, voz y aliento? Yo soy el dios de Astarot, aquél a cuyo precepto ilumina el sol, la luna alumbra, los astros bellos influyen, el cielo todo se mueve y los elementos en lid se conservan, siempre amigos y siempre opuestos. Yo soy el que en toda el Asia, por los extraños portentos de mis milagros, estoy adorado, hallando a un tiempo su amparo en mí el afligido y su salud el enfermo. Compadecido a tu llanto y enternecido a tu ruego, concurriendo a tus conjuros, a darte libertad vengo. Y aunque yo sepa la causa, oírla de tu boca quiero, porque caiga nuestro pacto sobre mejor fundamento. Dime, ¿qué quieres de mí? Tanto a tu voz me estremezco, tanto a tu vista me asombro, tanto a tu semblante tiemblo que no sé si formar pueda razones; mas oye atento. Esta provincia de Asia, a quien los que dividieron el mundo dieron por nombre inferior Armenia, imperio es del grande Polemón, de cuya corona y cetro hija heredera nací, si hubiese querido el cielo que se midieran iguales fortuna y merecimiento. Quiso mi padre que hiciesen juicio de mi nacimiento sus sabios y en él hallaron --¡de imaginarlo reviento!-- que había de ser mi vida el más extraño, el más nuevo prodigio de cuantos dio la fama a guardar al tiempo; pues de ella resultarían para todo aqueste imperio robos, muertes, disensiones, bandos, tragedias, incendios, lides, traiciones, insultos, ruinas y escándalos, siendo en oprobio de los dioses el principal instrumento de otra nueva ley de un dios superior a todos ellos. Con estos temores, dando, entre tan raros sucesos, crédito a los vaticinios y opinión a los agüeros, equivocando los nombres de piadoso y de severo, dispuso mi padre el rey que yo muriese en naciendo. ¿Quién vio más crüel, tirano, injusto y torpe decreto que hacer los delitos él porque yo no llegue a hacerlos? De esta sentencia apelando de su ira a su consejo, él mismo mudó intención, tomando --¡ay de mí!-- por medio que en esta torre, fundada en los ásperos desiertos de Armenia, viva, si acaso vive quien vive muriendo. Aquí con solas mujeres me ha criado, de quien tengo, por su relación, remotas noticias del universo. No sé hasta ahora cómo son sus repúblicas, sus pueblos, sus políticas, sus leyes, sus tratos y sus comercios. El primer hombre que he visto, si no me miente el objeto tuyo aparente, eres tú; tan cerca --¡ay de mí!-- y tan lejos vivo de lo racional. Y aun ya pasara por esto, si hoy no me hubiera una dama dicho que mi padre --¡ay cielos!-- a dos hijos de Astiages, su hermano, trajo a su reino; cuya desesperación me hizo --¡de cólera tiemblo!-- salir de mí --¡de ira rabio!-- hasta --¡ahógame mi aliento!-- decir que en muerte y en vida el alma le daré en precio a cualquiera que me dé la libertad que apetezco. Y así, si tú, enternecido de mi llanto y de mis ruegos, de mi pena y de mi agravio, de mi voz y mi tormento, me la das, otra vez y otras mil veces a decir vuelvo que soy tuya, y lo seré en vida y en muerte, haciendo libre donación en vida y muerte de alma y de cuerpo, para ver si así me libro de esta prisión que padezco, de esta esclavitud que lloro, de esta sujeción que tengo, de esta envidia que publico y de esta rabia que siento. La lástima, hermosa Irene, de tus extraños sucesos me ha obligado a tomar hoy esta forma, concurriendo, como dije, a tus conjuros; y aunque puedan mis portentos no sólo de aquí sacarte, pero todo este soberbio edificio trasladar, arrancado de su asiento, a los más remotos climas de todo el orbe, no quiero que hoy en tu favor me ayuden tantos prodigiosos medios. De medios más naturales me he de valer. (Y es que tengo limitada la licencia de Dios, y así no me atrevo a más de lo que permiten sus soberanos decretos.) Yo te pondré en libertad, revalidando el concierto de que serás siempre mía. Otra y mil veces lo ofrezco. Pues con esa condición yo haré que tu padre mesmo por ti envíe y que esos dos sobrinos suyos que al reino aspiran, porque te juzgan incapaz de su gobierno, se pongan tan de tu parte que ellos sean los primeros que te ilustren y te adornen de la corona y el cetro de toda Armenia. Y porque no te dé cuidado el verlos hoy en tu corte, sabrás de su venida el intento. Astiages, menor hermano de Polemón, rey supremo de algunas de las provincias de Asia, tuvo tan a un tiempo esos dos hijos que hasta hoy el mayor ignora de ellos; porque al tiempo del nacer las matronas, acudiendo a su madre, olvidaron de señalar el primero que vio las luces del sol, perturbándose el derecho que a la herencia de su padre tenían; de cuyo yerro nació dividirse en bandos sus vasallos, pretendiendo cada uno para sí merecer el valimiento. Polemón, por excusar lides, batallas y encuentros, llamó a los dos a su corte, tomando por buen acuerdo que el uno a su padre herede y el otro al tío; advirtiendo que él ha de hacer la elección del que ha de jurar su reino. No temas que de ninguno se agrade su entendimiento; porque los dos son, Irene, tan encontrados y opuestos en acciones y en costumbres, en obras y en pensamientos, que duda al que ha de fïar la corona, conociendo que ninguno de ellos es merecedor del gobierno. Es el defecto de Ceusis ser ambicioso, soberbio, cruel, homicida, tirano, lascivo, injusto y violento. De todo esto es al contrario de Licanoro el afecto, porque es de ánimo abatido, postrado, humilde y sujeto. Tanto a la lección se entrega, apurando y discurriendo quién es causa de las causas, que le deja desatento para lo demás; de suerte que, aplicando yo otros medios hoy a la neutralidad que tu padre tiene, puedo hacer que tú te corones, bella Irene, y, siendo ellos quien en tu frente y tu mano pongan la corona y cetro, rendidos a tu hermosura, para que acaben con esto tus prisiones, tus ahogos, tus llantos, tus desconsuelos, tus pasiones, tus desdichas, tus penas, tus sentimientos. ¡Oye! (¡Ay de mí!) ¿Qué me quieres? Tu poder no dudo inmenso. Ya sabes cuánto es vehemente la cólera del deseo; dame una señal de que no es delirio, asombro o sueño de mi loca fantasía lo que estoy tocando y viendo. Sí haré. ¿Qué es lo que deseas ver más del mundo? Aunque tengo en mal formadas especies retratados mil objetos que me llevan la atención, a esos dos jóvenes, puesto que ellos dices que han de ser de mi libertad el medio, quisiera ver. Pues yo haré que los veas en los mesmos ejercicios que ahora están divertidos. (Aquí, infiernos, he menester vuestra ayuda, pues para la lid que espero es necesario tener tan [pervertido] este reino que en él no halle entrada aquella nueva ley del Evangelio que los apóstoles van por todo el orbe esparciendo.) Vuelve los ojos, Irene; verás lo que a este momento tratando Ceusis está. Ya le veo, ya le veo, a cuyo asombro me admiro. ¡Villano! ¡Viven los cielos, que has de morir a mis manos! ¿Yo, señor, qué culpa tengo de que Marcela te trate con desdenes y desprecios? Si tú de mí la dijeras que he de ser yo el heredero de Armenia, porque mi hermano no tiene merecimientos para competir conmigo, claro está que fueran menos sus rigores. Tanto adora a su esposo que por eso presumo que no te admite. Añade, entre los que tengo de dar la muerte en reinando, a ese atrevido, a ese necio que con su propia mujer se atreve a darme a mí celos. Teme, señor, que los dioses castiguen tu atrevimiento. ¿Qué dioses se han de atrever a castigarme, si ellos me dieron vista con que mirase lo que apetezco? Acusen su providencia, pues ella fue el instrumento para mi culpa; o si no, preciados de justicieros quítenme la vista, si con la vista los ofendo. (Aquí, para ser más malo, me importa parecer bueno; y pues que me ha dado Dios permisión, por sus decretos, para usar de naturales causas, con ellas me atrevo a entorpecerle los ojos, con que dos nombres adquiero, el de justiciero ahora y el de milagroso, luego que a la vista que le turbo le quite el impedimento.) ¿Eso dices? Esto digo. Mas, ¡ay infeliz! ¿Qué es esto? ¿Qué se nos ha hecho el día, que a media tarde, cubierto de pardas nubes, fallece? ¿Dónde se ha ido el sol huyendo, sin permitir que la luna substituya sus reflejos en el horror de la noche? ¿De qué haces tantos extremos? ¿Qué tienes? Perdí la luz, y con mil sombras tropiezo. ¡Ay de mí, rabiando vivo! ¡Ay de mí, rabiando muero! Confusa estoy y turbada. A hablar --¡ay de mí!-- no acierto. Para quitarte ese horror, ve a Licanoro. Arguyendo con un sacerdote mío está; escucha el argumento. Dime, puesto que tú eres tan sabio, docto y maestro, ¿qué libro es éste que acaso hallé entre otros que tengo, que, por más que en él estudio, ni sus principios entiendo, ni sus misterios alcanzo ni su doctrina comprendo? ¿Cómo es el título? El Génesis se dice, voz que en hebreo creación quiere decir. Pues ¿cómo empieza? Oye atento; En el principio crïó Dios a la tierra y al cielo. No prosigas, si no dice qué dios. Mi duda está en eso. De un Dios habla solamente, poderoso, sabio, inmenso, criador del cielo y la tierra. Pues no le leas, supuesto que niega los demás dioses. Antes le estimo por eso; que no es posible que aquesta fábrica del universo sea obra de dos manos; y más si el lugar advierto del filósofo que dice lo que es ser Dios, infiriendo que es sólo un poder y un solo querer. Prosigue diciendo, La tierra estaba vacía, nada eran los elementos, y el espíritu de Dios iba, estándose en sí mesmo, llevado sobre las ondas. Ni lo alcanzo ni lo entiendo. Yo tampoco. De Dios dice que iba el espíritu inmenso llevado sobre las ondas, sin decir qué dios. De ahí veo cuán como rústico escribe el autor que le ha compuesto, pues nada prueba. Antes mucho. Oye, a ver si te convenzo. (Sí harás; que ya tu discurso por otros actos penetro. Pero yo, antes que lo digas, impediré el instrumento de tus voces. Habla ahora, que yo tu lengua entorpezco.) Pon el argumento, empieza; que a todo responder pienso. Quien dice dios, absoluto poder dijo. No lo niego. Prosigue. (No puedo hablar.) ¿Qué tienes? (No sé qué tengo; que el corazón a pedazos se quiere salir del pecho al ver que muda la lengua articula los acentos.) ¿Qué tienes?--Por señas solas habla, y con raros extremos al cielo y la tierra mira, y va de mi vista huyendo. (¡Ay de mí, rabiendo vivo! ¡Ay de mí, rabiando muero!) Con no menor pasmo --¡ay triste!-- me dejó aqueste suceso que el pasado. Mis piedades les darán la vista luego y la voz que les quitaron, porque hablaron con desprecio mío. Mira a qué poder te entregas. Yo me confieso tuya, Astarot, en la vida y en la muerte. Yo lo acepto. ¡Ay de mí, rabiando vivo! ¡Ay de mí, rabiando muero! ¡Ay! ¿Por qué lloras? Probar quisiera si conseguir puedo en todo este lugar, ya que a nadie hago reír, hacer a alguno llorar; pues si la causa te digo del mal que traigo conmigo, fuerza es que antes y después lloren todos. ¿Qué mal es? Estar casado contigo. Pues ¿cuándo pensasteis vos tener mujer de esta cara? Eso nunca; que--¡por Dios!-- que si una vez lo pensara, que no lo llorara dos. La causa saber espero. ¿Qué mayor, si considero a cuán pocas satisfizo de las cuentas que me hizo contigo el casamentero? Porque él me dijo, "Lirón, casaos; que es mucha razón el que tenga un hombre honrado casa, familia y estado. Vos, con aquesa ración que tenéis de barrendero de este tempro, y con tener quien lo gobierne, si infiero que en manos de la mujer luce doblado el dinero, lo pasaréis, craro está, como un rey; porque es así, que a eso se juntará su hacienda, y de aquí y de allí la gracia de Dios vendrá." Caséme, viéndole habrar tan sin duelo y sin mancilla, y la honra que vine a hallar son mujer, casa y familia que tener que sustentar. Lo que yo solo comía, lo como ahora en compañía, y el locirlo tú es engaño; pues no gano yo en un año lo que gastas tú en un día. Sin que de aquí ni de allí un pan me venga siquiera, ni la gracia de Dios quiera más acordarse de mí que si en el mundo no huera. Y así de aquesta africión, pues que le barro su tempro, le he de pedir a Astarón me libre; que, si contempro cuántos sus milagros son, que sana al cojo, al tullido, al manco, al ciego, al baldado, mayor milagro habrá sido sanar a un hombre casado del achaque de marido. Yo también al tempro iré, y a Astarón le pediré que, si en otra ha de empezar la grande obra de enviudar, en mí sea; que yo sé que me oirá mijor a mí, mentecato, que no a vos. ¿Por qué, Lesbia? Porque sí. Pues vamos juntos los dos habrándole desde aquí. Astarón de gran poder... Dios adorado y querido... ...duélos mirar... ...duélaos ver... ...el talle de mi marido. ...la cara de mi mujer. Dadme modo... Dadme traza... de librarme de esta maza... ...de quien él la mona ha sido... ...que, si hacéis esto que os pido... ...que, si esto hacéis... ¡Plaza, plaza! ¿Qué ruido aquéste será? Yo la causa de él no dudo; porque, viendo el rey que está un príncipe de esos mudo y el otro ciego, querrá traerlos al tempro a ofrecer sacrificio, para ver si así en la gracia conquista de Astarón su habra y su vista. Pues no tenemos que her por hoy mosotros, que tiene mucho que her nuestro dios; y así por hoy más conviene [.......................ós?] [......................ene?] irnos. No conviene tal; que mijor es asistir para ver en caso igual cómo le hemos de pedir la cura de mueso mal. Inmensa deidad bella de esta patria felice, pues en ella tu imagen venerada se ve, en templos y altares colocada, en ti la pena mía la fe con que te busca hallar confía favores y piedades, restituyendo al alma sus mitades. Y, puesto que mi celo, por excusarle la ojeriza al cielo, a Irene--¡suerte esquiva!-- muerta la llora y la sepulta viva, ya que otro arrimo ni descanso tengo que estos báculos dos, en quien prevengo descansar del prolijo peso del reino, con que ya me aflijo... Si yo, por obligarle, pudiera--¡ay infeliz!--sacrificarle vida y alma, lo hiciera, porque a la luz del sol restituyera la ciega vista mía. ¡Oh cuán triste es la noche sin el día! ¿Esto es ser ciego? ¡Ay Dios, y quién lo fuera! ¿Por qué? Di. Porque habrara, y no te viera. ¿A los cielos me enseñas? ¿Qué me quieres decir con esas señas? Solo "uno" me señalas; con tu dolor a mi dolor igualas. ¿Qué dices? No te entiendo. Yo sí; que su concepto comprehendo. Dice que, si él hubiera de pedir el remedio, le pidiera al dios que solo es uno. De oírlo se alegra. ¿Haber puede ninguno de absoluto poder? Ése es engaño. Busca el remedio donde hallaste el daño.-- Todos al templo entremos; que no dudo que en él piedad hallemos. Ya desde aquí la imagen se termina, y corren a sus aras la cortina. Con músicas vosotros y con voces los altos cielos penetrad veloces. Grande prodigio de Asia, dios de la inferior Armenia, nuestros lamentos escucha, atiende a las voces nuestras; pues deidades supremas ni esconden el rigor ni el favor niegan. A ti, deidad soberana, con dos aflicciones llega quien más tu grandeza adora, quien más tu culto venera; a Ceusis y a Licanoro, gran dios, traigo a tu presencia, uno ciego y otro mudo. En mí y en ellos ostenta lo sumo de tu poder, lo inmenso de tu grandeza. Si pequé soberbio, humilde ya el perdón te pido; muestra que tiene la humildad premios, si castigos la soberbia; pues tu dulce voz süave nos advierte y nos enseña... ...que deidades supremas ni esconden el rigor ni el favor niegan. Quien a los dioses ultraja justo es que sus iras sienta, y justo también que goce sus piedades quien los ruega. Y, porque veas que en mí hay castigo y hay clemencia, la luz del sol a tus ojos a restitüirse vuelva. Gracias te den, dios inmenso, a un tiempo el cielo y la tierra. Feliz quien ver mereció revocada tu sentencia. ¡Viva nuestro gran dios! ¡Viva! ¡Viva muy en hora buena! ¡Viva, como me descase, pues que tan poco le cuestan los milagros! Licanoro, pide tú con vivas señas sus favores, y entretanto la música a cantar vuelva. ...pues deidades supremas ni esconden el rigor ni el favor niegan. (Aunque las señas que hace nada conmigo merezcan, la voz le he de dar; pues más me importa ocultar la ofensa que limitar el poder.) Quien mi majestad venera con señas, es justo que ya con voces la engrandezca. Es engaño; porque yo no te he pedido clemencia; a la causa de las causas la he pedido. Porque veas que Astarot lo es, ha querido darte como tal respuesta. ¡Viva nuestro gran dios! ¡Viva! Aun con ver que me reserva del dañado impedimento que tuvo atada mi lengua, con mi duda quedé. ¿Han visto cuánto es a la estatua muesa záfil el hacer milagros? Lleguemos nosotros, Lesbia. ¿No ves que está el rey aquí, y no querrá en su presencia ocuparse en pocas cosas? Yo bien sé cómo pudieras, si el milagro es descasarnos, hacerlo tú, sin que huera menester pedirlo a nadie. ¿Cómo? Cayéndote muerta. ¡Malos años para vos! Divina deidad eterna, ¿qué víctima, qué holocausto, qué sacrificio, qué ofrenda en hacimiento de gracias puedo yo hacerte que sea más acepto? Dar a Irene libertad. Mi providencia pervertir quiso sus daños; mas si eso mandas, por ella vayan, señor, al momento. ¡Penitencia, penitencia! ¿Qué triste y mísero acento es el que en los aires suena? Nunca se oyó en sus espacios voz tan horrible y funesta. El sonido de sus ecos el corazón me atormenta. ¡Qué pavoroso rüido! ¿Cúya será esta voz, Lesbia? A todos turba el oírla. (Y más a mí el conocerla. Pero ¿qué temo, qué temo, que el apóstol de Dios venga, si viene a tiempo que tengo, con las mentidas grandezas de mis fingidos milagros, toda esta gente suspensa?) ¡El corazón se estremece! Gran dios, ¿cúya voz es ésta? Yo te lo diré. (Aquí importan mis engaños y cautelas.) De un hombre, rey, que a tu corte viene, que tirano intenta quitar de tu mano el cetro y el laurel de tu cabeza. Y aunque otra cosa te diga, ni le escuches ni le creas, y está advertido, porque o le mates o le prendas. Esa palabra te doy. ¡Penitencia, penitencia! ¿Qué hombre, cielos será éste? ¡Aguarda, detente, espera! Que, aunque debiera primero rendir gracias y obediencias a dios que me da la vida, y a ti que me la reservas, de este hombre o de este monstruo te quiero contar las señas, ya que viniendo le vi entre el vulgo que le cerca, a cuya vista quedé ni bien viva ni bien muerta, de ver que el gusto de verte me embaracen estas nuevas. (¡Qué peregrina hermosura!) (¡Qué soberana belleza!) Es su estatura mediana, su barba y cabello en crencha partida a lo nazareno y de cenizas cubierta, afectando el desaliño más su hipócrita modestia; el rostro es grave, la voz, bien como de una trompeta, armoniosamente dulce y dulcemente tremenda; vivo esqueleto de un vil báculo que le sustenta, es todo su adorno un saco ceñido con una cuerda. Pero ¿para qué repito las señas suyas, si entra ya en el templo? A cuya voz todo el edificio tiembla, cuando en pavoroso acento dice atrevida su lengua... ¡Cristo es el Dios verdadero! ¡Penitencia, penitencia! ¡Ay qué voz y qué semblante! Peor cara tiene que Lesbia. Sí; pero mejor que tú, por mala que te parezca. Hombre, aborto de la espuma, que esa marítima bestia sorbió sin duda en el mar, para escupirte en la tierra... Parto de aquesas montañas que, equivocando las señas, para ser fiera, eres hombre, para ser hombre, eres fiera... Racional nube que el viento para rayo suyo engendra, pues el trueno de tu voz espeluza y amedrenta... Prodigio, ilusión y asombro que ha bosquejado la idea de algún informe concepto de soñadas apariencias... ...¿qué mal entendido rumbo... ...¿qué derrotada tormenta... ...¿qué deshecho terremoto... ...¿qué fantástica quimera... ...a estos puertos... ...a estos montes... ...te trae? ...te arroja? ...te echa o te forma para asombro? ¿Qué solicitas? ¿Qué intentas? La salud de tantas almas como cautivas y presas de la injusta idolatría tiene la ignorancia vuestra, que dejáis de dar al Dios que es criador de cielo y tierra las alabanzas que dais al bronce, barro y madera de que labráis vuestros dioses. Éste es único en esencia y trino en personas; pues el Padre, que es la primera, ni criado, ni engendrado ni procedido se ostenta de nadie, porque en sí mismo sin fin ni principio reina; el Hijo, que es la segunda de esta soberana esencia, ni criado ni procedido, sino engendrado se muestra del Padre, cuyo concepto siempre incesable se engendra; el Espíritu, que es de aquesta esencia suprema la tercera, ni crïado ni engendrado, es cosa cierta, sino procedido de ambos; que, aunque tres personas sean, no son tres dioses, un solo Dios es no más, una mesma voluntad, un querer mismo y una misma omnipotencia. Uno es el Padre, uno el Hijo, y de la misma manera uno el Espíritu; pero no son tres con diferencia, no es fingido simulacro, en cuya errada asistencia habla el espíritu impuro del demonio. Ten la lengua; que nuestros dioses infamas. No prosigas, cesa, cesa; que su gran poder ofendes. ¿Qué imposibles sutilezas son [a] las que nos persuades? Tente, Ceusis; no le ofendas, hasta entender sus razones. ¿Qué razones? Todas ellas son para darme la muerte. No son sino vida eterna. Cuando eso fuera verdad, ¿cómo quieres que lo crea, que este simulacro hermoso virtud divina no tenga, si, cuando vienes, estamos dándole gracias inmensas de dos milagros tan grandes como dar su providencia vista al ciego y voz al mudo? Sabiendo que todas esas obras caben en la margen de la gran Naturaleza, habiendo puesto primero el impedimento en ella, como angélica criatura, capaz de todas las ciencias. Prosigue sus sacrificios y di, si de dios se precia, que, estando yo aquí, responda a alguna pregunta vuestra. Sí responderé. No harás; que yo con esta cadena de fuego, en nombre de Dios, tengo de ligar tu lengua. Habla ahora.-- Preguntadle; decid que os dé la respuesta. Gran dios de Astarot, tu nombre hoy se ilustre y engrandezca. Vuelve por ti, con decirnos lo que este bárbaro intenta. (No puedo hablar--¡ay de mí!-- porque cautivas y presas con cadena están de fuego mis acciones y mis fuerzas.) No me aflijas, no me aflijas, Bartolomé; que ya deja mi engaño este ídolo mudo, faltándole mi asistencia. Y así cúbranme la faz caliginosas tinieblas que den al cielo pavor, que den asombro a la tierra. ¿Cuánto es más, quitar a un dios vista y voz, que no el que pueda dar a otros voz y vista? Eso fuera, si no fuera valido de los encantos y mágicas apariencias de que usáis los galileos todos, de hechizo y quimera. ¡Muera a mis manos quien viene a alterar la patria! ¡Muera! Dejadle; que hasta ahora no sabemos que nos ofenda. Sí sabemos, pues que viene a introducirnos ley nueva de un dios que ignoramos, siendo la gran provincia de Armenia patrimonio de los dioses y de nosotros herencia, desde que la primer nave tomó en sus cumbres excelsas puerto, sobre cuya cima incorruptible se asienta. Y aun por eso aquí de Cam la réproba descendencia obra con su idolatría en vuestros pechos impresa. No lo escuches. No le oigas. ¡Muera a nuestras manos! ¡Muera! Para otra ocasión el cielo mi vida guarda y reserva. Hecho una bestia he quedado. Siempre tú eres una bestia. Seguidle todos, buscadle, hasta traerle a mi presencia. Sacrificio le he de hacer de aquestas aras sangrientas. La primera seré yo que le dé la muerte fiera, pues como esclava me toca del dios de Astarot la ofensa. Yo bien quisiera seguirle, mas la divina presencia de Irene me lleva el alma. A mí también me la lleva, y por eso no le sigo. (Aunque el seguirle yo fuera, no para darle la muerte, mas para que luz me ofrezca de si el dios que yo imagino es como el dios que él enseña.) ¿Qué pretende mi fortuna, que tan enojosa y triste con dos pasiones embiste, pudiendo matar con una? Y molesta e importuna darle dos muertes previene al que una vida no tiene, siendo causa de las dos la investigación de un dios y la hermosura de Irene. ¿Qué solicita mi suerte, que tirana y atrevida, para quitarme una vida, usa de una y otra muerte? Justo celo, dolor fuerte ocasiona mi tristeza, siendo causa la aspereza de mi cólera y mi furia, del dios de Astarot la injuria y de Irene la belleza. ¿Adónde pudiera hallar aquel hombre prodigioso, porque de su misterioso dios me volviese a informar? ¿Dónde pudiera encontrar aquel monstruo peregrino que a nuestra provincia vino, para que mi saña vea, y víctima humana sea de nuestro ídolo divino? ................... [ -ós] ...................... ...................... ...................... [ -ós] Mas ¿cómo pretendo--¡ay Dios!-- buscarle, si preso lucho de Irene divina? Mucho es mi mal, mi pena atroz. Mas ¿qué instrumento...? ¿Qué voz...? ¿...es el que oigo? ¿...es la que escucho? Sin mí, sin vos y sin Dios, triste y confuso me veo; sin Dios, por lo que os deseo, sin mí, porque estoy en vos, sin vos, porque no os poseo. No cantéis; que no permite esta necia pasión mía que de su melancolía nadie el mérito la quite. No, señora, solicite vuestra tristeza estorbar lisonja tan singular a quien de ella traído viene. Mandad, bellísima Irene, que otra vez vuelva a cantar ese bellísimo encanto. Mucho extraño que haya a quien suene la música bien, pudiendo escuchar el llanto. Más extraño yo y me espanto de veros con tal crueldad, después que vuestra beldad de su libertad gozó. Pues ¿quién os dijo que yo gozo de mi libertad? El veros vivir, señora, en palacio lo confiesa. ¿Y qué sabéis vos, si esa también es prisión ahora? ¿De qué suerte? ¿Cómo? ¡Flora! ¿Qué mandas? Vuelve a cantar.-- Así pretendo atajar vuestra plática, porqué no pidáis que razón dé de razón que no he de dar. Sin mí, sin vos y sin Dios, triste y confuso me veo; sin Dios, por lo que os deseo, sin mí, porque estoy en vos, sin vos, porque no os poseo. Bien letra y tono parece que compuso mi dolor, viendo que el alma padece un nuevo incendio de amor, que nunca a ser mayor crece. Su objeto somos los dos, y aun Dios, pues al irme a hallar, sin mí me hallo, y no con vos; con que me vengo a quedar sin mí, sin vos y sin Dios. Yo del imán soberano de vuestros divinos ojos contento estoy, aunque en vano intento que los enojos de mi dios vengue mi mano. Si ir tras su ofensa deseo, mi muerte en mi ausencia veo, y entre los discursos varios de dos afectos contrarios, triste y confuso me veo. Del dios que ignoro, hasta agora principio ninguno hallé. y aunque por saber de él llora el alma, ciega es la fe que a uno busca y a otro adora. Si a Dios busco, a vos no os veo; si os veo a vos, a Dios ignoro; y así está mi devaneo sin vos, por lo que os adoro, sin Dios, por lo que os deseo. Desde el instante que os vi, toda el alma os entregué; y aunque el agravio sentí de Astarot, también mi fe me ha dejado a mí sin mí. Perdone su ofensa el dios, y dé castigo a los dos; pues me ha de hallar desde aquí con vos, porque estáis en mí, sin mí, porque estoy en vos. Tan corta es la dicha mía que aun ser esperanza ignora. La mía no; porque sería mostrar, quien sin ella adora, cuán poco al mérito fía. Yo no aspiro a tanto empleo... Yo aspiro a cuanto deseo... ...y con gusto... ...y con pesar... ...he de vivir... ...he de estar... ...sin vos. ...porque no os poseo. Si sois los que me habláis, dudo, cuando a oír a los dos llego, que a vos os jugzaba ciego y a vos, Licanoro, mudo. Nunca con más causa pudo juzgarlo vuestra hermosura. Una razón lo asegura bien en mí. Y en mí lo advierte un ejemplo. ¿De qué suerte? Ciego es [a] aquel que la pura luz del sol falta. Es así. Y ciego, Irene, también viene a ser aquel a quien la luz del sol ciega. Di. [......................-í?] Luego en mí este ejemplo cobra fuerza; ciego estoy, pues obra una experiencia tan alta, allí porque luz me falta, aquí porque luz me sobra. ¿Que yo estoy más mudo ahora que estuve entonces allí probar no me toca? Sí. Pues oye atenta, señora. Mudo es aquél--¿quién lo ignora?-- que por falta de instrumento no explica su sentimiento; luego yo a estarlo me obligo; pues cuando hablo más, no digo lo menos de lo que siento. Y aunque entonces embargada la voz, pude en algún modo por señas decirlo todo, ya ahora no digo nada; luego si al mirarla atada de otorgarme te desdeñas aun lisonjas tan pequeñas, más mudo vengo ahora a estar, pues no me puedo explicar ni con voces ni con señas. Que estáis ciego y estáis mudo los dos habéis pretendido probar, valiéndoos a un tiempo de cortesanos estilos; y así, que vos estáis mudo no he de creer, habiendo oído atrevimientos tan mal pensados como bien dichos. Que estáis ciego vos creeré más fácilmente, si miro cuán ciego debe de estar quien no ve que habla conmigo, y para que no os parezca por una parte mi juicio tan fácil que le persuaden sofísticos silogismos, ni por otra tan grosero que no os crea, determino repartir entre los dos las dudas y los designios. Si yo pensara enojaros, mármol fuera helado y frío. Lince fuera yo, aunque viera vuestros enojos esquivos. Porque atento a no ofenderos... Porque atento a conseguiros, mi afecto os rindo postrado. ...yo os le doy, mas no os le rindo.-- Mucho el ver que me compitas con esa arrogancia estimo. Pues ¿quién te ha dicho que yo, Licanoro, te compito? Lo bien que a ti te estuviera cualquiera igualdad conmigo. Pues ¿cuándo yo...? Bien está; y ya que ostentar los bríos intentáis, para que sea en mejor lid, solicito daros a entender la queja que de los dos he tenido, el valor de que me ofendo y el amor de que me obligo. Usa el gran dios de Astarot con los dos de sus prodigios, póneme a mí en libertad, interrumpe el sacrificio un hombre que al templo llega, extranjero advenedizo, abortado de esos mares, y engendrado de esos riscos. Enmudece nuestro dios, publica el nombre de Cristo, desaparece en el viento y, usando de sus hechizos, aunque le buscan en montes y en ciudades los ministros de mi padre, no le hallan; y para mortal castigo, enojado nuestro dios, nos niega sus vaticinios. Y cuando yo con tan grandes penas me ahogo y me aflijo con más causa, porque el dios de Astarot es dueño mío, después que le consagré alma y vida en sacrificio, antes de vengar su ofensa, tan necios o inadvertidos venís a decirme amores, sin advertir cuánto ha sido indigno de mi fineza quien no es de mi pena digno. [Mía] es la ofensa del dios de Astarot; a mí me hizo aquel asombro el ultraje, el desaire aquel prodigio. Pues ¿cómo, cómo queréis que yo os premie, cuando os miro tan desairados a vista de los sentimientos míos? Y si ostentar pretendéis las altiveces, los bríos, rendimientos y finezas, idos de mi vista, idos; y ninguno vuelva a ella sin traerme algún indicio; que a aquél que me le trajere a favorecer me obligo con la vida y con el alma, que es ofrecerle lo mismo que desagravio, supuesto que por suyas las estimo. ¿Eso ofreces? Esto ofrezco. ¿Eso dices? Esto digo. Pues yo le traeré a tus plantas, si sé por varios caminos pisar montes, sulcar mares, desde donde ese Narciso de los cielos nace en flores, hasta donde muere en vidrio. Yo no te ofrezco traerle. ¿Por qué? Porque no me animo a tanta empresa, aunque pierda de esa esperanza el alivio. ¿Cómo? Como hombre a quien guarda su dios, señora, es preciso seguro estar de nosotros, aun entre nosotros mismos. Y tengo a menos desaire no ofrecer, amante y fino, lo que no sé si podré cumplir después de ofrecido. ¡Ay, Licanoro, mal haces! ¿Cómo o por qué? No me animo a decirlo yo tampoco; que no me está bien decirlo. Peor me está a mí no entenderlo. Pues partamos el camino; yo te diré la mitad de la razón que no digo; adelanta tú al discurso la otra mitad, y preciso será que nos encontremos a entenderlo sin decirlo. Has dicho bien. Pues yo empiezo. Y yo, señora, te sigo. Al que me traiga a aquel hombre favorecer he ofrecido. Ya he dado yo el primer paso. Yo le doy ahora, y te pido no me mandes eso solo, y verás cómo te sirvo. Mucho que tú le trajeras estimara mi albedrío. No me atrevo contra un dios que, aunque le ignoro, le estimo. Muy lejos vas de encontrarme, Licanoro. Fuerza ha sido, Irene; porque los dos seguimos rumbos distintos. Con todo eso, quiero dar otro paso. Y yo otro indicio. El dios de Astarot está enojado y ofendido. Luego quien pudo ofenderle y agraviarle habrá podido más que él. Su ofensa es mi ofensa. Dios es; vénguese a sí mismo. Mira que vas, Licanoro, dejando atrás el camino. Tú eres quien le pierde, Irene. Pues volvamos al principio. Quien a los dioses ultraja fuerza es que quien me ha querido desagravie. ¿Quién a un dios que dejarse agraviar quiso desagraviará? Tú sólo. Es engaño. Eso es delirio. Ésa ilusión. Eso miedo. Ésa ignorancia. Es preciso; y no nos busquemos más, puesto que ya nos perdimos; siendo yo tan desdichada que, tú ingrato y Ceusis fino, me ha de deber el favor quien no me debió el cariño. ¡Que sea en mí tan poderosa esta aprehensión de que ha habido primer causa de las causas, dios sin fin y sin principio, que no deja en mi discurso razón, elección ni arbitrio aun para amar, cuando más a la hermosura me inclino de Irene! Pues por creer que aquel Dios de quien ya dijo el extranjero las señas y el que yo adoro es el mismo, a ofenderle no me atrevo. ¡Valedme, cielos benignos! Que a tanto misterio falta la razón, fallece el juicio. Si tres personas y un dios predica, y éstas han sido el Padre y el Hijo amado y el Espíritu divino, ¿cómo, no habiendo nombrado otro dios que el Uno y Trino, Cristo es verdadero Dios dijo también? ¿Quién es Cristo de estas tres personas? Presto saldrás de ese laberinto de dudas y confusiones. ¿Dónde o cómo? Mas ¿qué miro? El rey es, y tan suspenso viene que aquí no me ha visto. No le quiero hablar, porque no embarace los motivos de mis discursos. Dad, cielos, nueva luz a mis sentidos, que entre un dios y una belleza anda delirando el juicio. No hay consuelo para mí. Presto, señor, como he dicho, saldrás de esa confusión, en firmando los edictos. En ellos de todo el reino avisarás los ministros que a aquel hombre prendan, donde quiera que tengan aviso de él, por las señas que envías, ensanchando tus distritos hasta el reino de Astiages tu hermano, de quien confío que hará mayor diligencia. Hasta que en el poder mío le veo, y haga en las aras de Astarot su sacrificio, no ha de haber consuelo en mí, por verle tan ofendido. Pon aquí aquesos papeles, y nadie entre mientras firmo. Leer quiero en esta minuta de los demás el estilo. Nobles prefectos de Armenia, jueces y legados míos, sabed que a nuestra provincia llegó un humano prodigio que, alterando nuestras leyes, las ceremonias y ritos, un nuevo dios predicando, turbó nuestros sacrificios. Huyóse al punto; y así conviene a nuestro servicio que le busquéis y prendáis; para cuyo efecto envío sus señas. Son pobres ropas, y él un esqueleto vivo. ¡Ay de mí, que de acordarme de él ahora tiemblo y me aflijo, y tan presente le tengo que parece que le miro! En vano, rey engañado, despachas contra mí edictos, para que me busquen otros, si yo me traigo a mí mismo. Prosigue; que, porque no yerres la copia, he venido a que de mí la traslades. Ilusión de mis sentidos, sombra de mi devaneo, de mi discurso delirio, ¿cómo has entrado hasta aquí? Quien del cielo a abrirte vino las puertas bien es que abiertas halle las de tu retiro. ¿Diligencias para hallarme haces? ¿Qué me quieres? Dilo; que ya presente me tienes. De tus encantos y hechizos no menor efecto es el haberte aquí venido que el haberte allá ausentado; y aunque es la verdad que quiso mi deseo verte, ya tomara no haberte visto. ¿Qué me quieres? ¿Qué me quieres? Hacer al cielo testigo, al sol, la luna y estrellas, astros, planetas y signos, del gran poder de mi Dios, cuya nueva ley publico; porque soy uno de doce discípulos escogidos que a sembrar por todo el mundo de su Evangelio venimos la semilla; y nos envía de fe y esperanza ricos. Y así, en nombre suyo vengo a aplazarte un desafío, a cuyo duelo señalo de aqueste gran templo el sitio, por armas sola mi voz, y por juez a tu dios mismo. En él me hallarás. A él haz que vengan prevenidos los sacerdotes, tus sabios, todos a argüir conmigo, en presencia de tu dios; y el que quedare vencido a manos del otro muera. Tanto de mis dioses fío y de mis sabios espero que lo acepto y lo permito. Pues en el templo te aguardo, y me hallarás en el sitio armado de fe, que son las armas con que yo lidio. ¡Espera, aguarda!--En el aire se ha desaparecido. Divinos dioses, ¿es sueño, es encanto o es delirio?-- ¡Hola! Señor, ¿qué me mandas? ¿No habéis visto, no habéis visto aquel pasmo, aquel horror? ¿Quién? El profeta de Cristo. Engaño es de tu deseo; nadie ha entrado ni ha salido, porque yo he estado a la puerta. No es; que aquí estuvo conmigo, yo le he visto, yo le he hablado, por señas de que me ha dicho que quiere hacer con mis sabios certamen y desafío de sus ciencias. Y así al punto se truequen estos edictos en pregones que convoquen, dando de esta lid aviso a los sabios de mi reino; que yo, postrado y rendido al asombro de su voz, de su semblante al prodigio, en mis sombras tropezando, voy huyendo de mí mismo. Mijor se puede pasar todo el año sin moger que dos días sin comer, dice un badajo vulgar; y cuando él no lo dijera, pudiera decirlo yo, que buen badajo me so. ¡Ay hambre terrible y fiera, cuánto tu vista me espanta! Pescudaba un hombre un día dónde cae el mediodía, y otro dijo, "A la garganta." Dígalo yo; que dempués que mueso dios perdió el habra, y que sola una palabra pronunciar no quiere, es tan poca la devoción que con él la gente tiene que nadie a su tempro viene; con lo cual de la ración la quitación ha llegado; que no hay tan sola una ofrenda, que era mi mijor hacienda. Pues pobres hemos quedado, remiendémonos los dos, Astarón omnipotente, y pues dicen comúnmente, Quien no habra, no le oye Dios, no el rofián mudéis conmigo; habrad sola una palabra, que dirán que a Dios que no habra tampoco le oye el bodigo. ¿Aun no queréis? Pues par Dios, que habéis, ya que mudo estáis, de habrar, aunque no queráis, o yo he de habrar por vos, haciendo lo que he pensado. Yo me tengo de esconder detrás de la estatua y ser dende hoy ídolo barbado. Que, viendo que habró Astarón, y la habra cobró ya, la devoción volverá y volverá la ración. A ganar voy, no a perder; y cuando me salgan malos, tan sólo matarme a palos es lo que pueden hacer. Y aunque no salga barato, a quien su industria le vale, barato el comer le sale. ¿Adónde estáis, mentecato? Lesbia es ésta. Ella ha de ser la que antes he de engañar. Ahora bien, voyme a endiosar, que es a tener que comer. ¿Dónde estáis, que no os encuentro, simpronazo? Aun no responde por su propio nombre. ¿Dónde se habrá ido, que aquí dentro ni huera le puedo hallar? Y quisiera yo saber si ha de busca la mujer la comida. No hay dudar. ¿Qué voz es ésta--¡ay de mí!-- que en el mismo altar se oyó? ¿Quién es quien ahí habra? Yo. ¿Es el dios de Astarón? Sí. Pues ¿cómo os dignáis conmigo de habrar hoy? Como me muero de lo que he callado, y quiero hartarme de habrar contigo. ¿Que os merezca tal ventura la mujer, señor, de vueso barrendero? Y aun por eso, que estó hecho una basura. Ya que afabre os llego a ver, ¿queréis enviudarme? No; porque ese milagro yo para mí lo he menester. Pues ¿cómo podré pasar con marido de aquel talle? Tratando de regalalle. ¿Con qué le he de regalar, si no tenemos los dos manjares que satisfacen? Buscadlos vos; que así hacen otros mijores que vos. Por no ofenderos, confieso que mil hambres padecí. No las padezcáis; que a mí no se me da nada de eso. ...................... Pues yo lo haré así. Haréis bien. ¿Quién, dioses piadosos, quién ........................ creerá que aquella ilusión tanto al rey ha persuadido que manda que prevenido el templo tenga, a ocasión de la lid que en él espera? ¿Vos licencia me dais? Sí. Mas ¿quién es quien habla aquí? Yo soy, señor; y quisiera pedirte albricias. ¿De qué? De que ya Astarón habró. ¿Quién, Lesbia, lo dice? Yo. ¡Felice, pues escuché su voz! Sin duda ha querido, viendo que el rey ha aceptado el desafío aplazado, volver por su honor perdido. A decirlo al rey iré, para que el concurso sea mayor, y este monstruo vea sus maravillas; aunqué el salir es excusado, pues dice sonoro el viento con cuánto acompañamiento el rey en el templo ha entrado. Ya el velo puedo correr. (¡Si me ve, hoy muero!) Señor, albricias de la mayor fortuna que merecer pudo tu imperio. ¿Qué ha sido? Ya el cielo vuelve por ti y por tu causa; y así nuestro gran dios ha querido dolerse de nuestro llanto. (¡Ay, que el rey mismo me adora! Estó por decir ahora que no lo hice yo por tanto. Mas mijor es proseguir el engaño, ya que en él estó empeñado.) Ya fiel vuelve en su culto a lucir.-- Llegad, preguntadle todos y veréis si da este día respuesta como solía. (Distintos serán los modos; mas al fin responderá bien o mal, como saliere.) Bello esplendor que prefiere a la luz que el sol nos da, pues hoy ha de ser aquí la lid de uno y otro dios, volved, gran señor, por vos. Yo me acordaré de mí. No permitáis que ensalzado en nuestras aras se vea dios que ignoramos quién sea. Yo me tengo harto cuidado. ¿No hablas, Licanoro? No quisiera, por excusar lo que le he de preguntar.-- Cristo ¿quién es? ¿Qué sé yo? ¿Dónde está, gran señor, di, que mis ojos no lo ven, el extranjero con quien arguir nos mandas? Aquí; que quien lidia voluntario por su Dios no ha de hüir, hasta vencer o morir, la cara de su contrario. Mira qué poco sirvió aquella prisión de fuego, pues habló la estatua luego. (Gracias a por quien habró; que a fe que se las debéis. ¿Qué va que vienen los palos primero que los regalos?) Ea, ya empezar podéis. Manda, señor, que la opinión asiente, porque con fundamento se argumente. Yo defiendo que un Dios... Antes que empiece la cuestión, si mi celo lo merece, y das licencia, gran señor, te pido que me escuches. ¿Qué traes? ¿Qué ha sucedido? En busca de esta fiera que escandalosa toda el Asia altera, penetraba los montes que dividen al sol en horizontes, cuando en lo más oculto de las entrañas de un peñasco inculto que, entreabierta la boca, haciendo labios de una y otra roca, parece, con pereza, que el monte melancólico bosteza, vi una mujer, si pudo del traje lo vestido o lo desnudo darme de serlo señas; porque más parecía entre las peñas bulto que inanimado el acaso sin arte había formado; cuya duda creyera, si con humana voz no me dijera, que aun ahora me aflige... Aguarda; yo diré lo que te dije. Gallardo joven, engañado vienes a buscar lo que ya en tu corte tienes; pues ese monstruo humano que de su nuevo dios intenta en vano introducir el nombre, predicándole Cristo, Dios y hombre, ya de estos montes, que traidores fueron, pues tres días oculto le tuvieron, falta. Yo lo he sabido, porque no hay para mí centro escondido, siendo yo Selenisa, del gran dios de Astarot la pitonisa. Estos páramos vivo, donde observo mejor, mejor percibo los humanos desvelos en el rápido curso de los cielos. Por mis observaciones he alcanzado que a un duelo va aplazado donde, si bien infiero que el gran dios de Astarot parezca, quiero entre sus sabios verme, por ver así si a mí puede vencerme. Esta la causa ha sido de haber, dije, "a la luz del sol salido. Mas él, que de mi acción mi ser colige, me dijo... Yo diré lo que te dije. Vente conmigo, adonde tu ciencia, que a tu ingenio corresponde, este prodigio venza. Obedecíle, y pues cuando comienza el argumento llego, que me admitas a él, señor, te ruego. De que tú a este concurso hayas venido estoy a mi fortuna agradecido. Pues yo, dándome, señor, vuestra majestad licencia, vos, serenísima infanta, altos príncipes, nobleza y plebe, porque a ese espanto hoy todo tu pueblo vea, que, siendo yo una mujer, menos capaz de la ciencia, basto para conclüirle, le propondré la primera cuestión, y podrán después tomar la réplica de ella con mayor autoridad los que mejor la defiendan. (Malo es ser dios en cuclillas; quebradas tengo las piernas.) Tú, peregrino extranjero, ¿en tus principios asientas un dios solo, y que éste es tres personas y una esencia? Sí. No es esa la cuestión, aunque contra ésa pudiera argüir, porque pretendo tomarla desde más cerca. Después de haber asentado esa Trinidad inmensa, asientas también que Cristo es Dios; y así contra esta parte de tus conclusiones he de argüir. Fuerza era que contra la humanidad te declarases, porque ella fue en tu primera ojeriza asunto de tu soberbia. Ya te he conocido; di, forma el silogismo, empieza. Quien dice que hay sólo un dios en tres personas y prueba que éstas son el Padre, el Hijo y el Espíritu, da muestra que no hay más dios. Es verdad. Pues contra ti mismo enseñas que Cristo es Dios verdadero. Cristo es persona diversa; luego son los dioses dos o Cristo no es dios, o aquesas personas, si es dios, son cuatro. Distingo la consecuencia; que las personas sean tres concedo; que una no sea de ellas Cristo niego. Pruebo; Cristo ungido manifiesta, que es humanidad. Concedo la mayor. Dios es eterna divinidad. La menor concedo. Luego evidencia es que divino y humano, que son distancias diversas, implican contradicción. No es. Niego la consecuencia; que el Hijo, que es de las tres segunda persona eterna, es Dios y hombre verdadero. ¿Hombre y Dios? Sí. ¡Aguarda, espera! Hombre es, pues fue concebido de humana naturaleza. Y Dios, pues divinidad y humanidad une y mezcla. Hombre es, pues su misma madre conoce de Adán la deuda. Y Dios, pues al elegirla de la culpa la preserva. Hombre es, pues ella en efecto en sus entrañas le engendra. Y Dios, pues su encarnación sin obra es de varón hecha. Hombre es, pues de ella nace, tomando su carne mesma. Y Dios, pues queda en el parto antes y después doncella. Hombre es, pues sujeto nace del tiempo a las inclemencias. Y Dios, pues que los pastores y tres reyes le veneran. Hombre es, pues sus padres le pierden del templo a la puerta. Y Dios, pues dentro le hallaron, leyendo divinas ciencias. Hombre es, pues de temor huye a Egipto y su patria deja. Y Dios, pues derriba huyendo cuantos ídolos encuentra. Hombre es, pues en el desierto la hambre y sed le atormentan. Y Dios, pues cuarenta días les pudo hacer resistencia. Hombre es, pues que se le atreven a tentar con duras piedras. Y Dios, pues con una voz tres tentaciones ahuyenta. Hombre es, pues de hombres se vale, y ésos de suma pobreza. Y Dios, pues que la humildad elige por compañera. Hombre es, pues uno de doce trata de ponerle en venta. Y Dios, pues aun a ese mismo lava y consigo le asienta. Hombre es, pues sentencia oye de muerte, y no la remedia. Y Dios, pues, por darnos vida, se dispone a esa sentencia. Hombre es, pues en una cruz clavado padece afrentas. Y Dios, pues el perdón pide de los que le han puesto en ella. Hombre es, pues espira y muere. Y Dios, pues muriendo deja vencida la muerte, y hacen sentimiento cielo y tierra. Hombre es, pues desamparado el cuerpo cadáver queda. Y Dios, pues de los infiernos baja a quebrantar las puertas. Hombre es, pues de hombre dejó en el mundo tantas prendas. Y Dios, pues que Dios y hombre en los cielos vive y reina, de donde vivos y muertos vendrá a juzgar. ¡Cesa, cesa! Que ya sé que hombre y Dios está sentado a la diestra del padre, hasta que por fuego a juzgar el siglo venga. Pues si tú mismo, tú mismo lo publicas y confiesas, después que mudo en la estatua quedaste por mi obediencia, ella postrada también a mi voz caiga y descienda; no tenga altares estatua que manda Dios que perezca. Cierto que so desgraciado dios, por do bajar quijera; pero echaréme a rodar, y de su mano me tenga el dios que esté más a mano. ¡Que esto los cielos consientan! ¡Viva Cristo! ¡Cristo viva! Viendo, Señor, tus grandezas, tus maravillas y asombros, ¿quién no se rinde y sujeta? Ni me sujeto ni rindo, Bartolomé, pues me queda otra viva estatua en quien puedo hacerte mayor guerra que la que me has hecho. Dueño soy de Irene; y así de ella no podrás echarme, pues posesión me dio ella mesma. Tú no pudiste adquirir posesión segura y cierta de Irene, cuyo albedrío puede mejorar la senda. Ya, mediante la justicia, es mía, y tengo licencia de Dios para que del pacto así el castigo padezca. Aunque la dé su justicia, la quitará su clemencia. En tanto podré en su pecho mover bandos, armar guerras, pervertir buenos intentos, alentar acciones fieras, sembrar cizañas y errores. No tanto bien te prometas, pues sabes que sus secretos te ponen unas cadenas a que siempre estés atado. Tal vez podré, aunque ellas sean las cadenas del demonio, quebrantarlas y romperlas. ¿Llamaste ya al extranjero, como mandé? Sí, señor. Y yo, a tu voz obediente, humilde a tus pies estoy. Alza del suelo, a mis brazos llega, y oye la razón que a llamarte me ha movido. Para que sepas que estoy capaz de ella, ¿quieres tú que a ti te la diga yo? ¿Cómo puedes tú saber mi oculta imaginación? Como esos favores debo a la piedad de mi Dios. Di. Destruyendo las aras de tu falsa adoración, cayó en tierra hecho pedazos el ídolo de Astarot. Alborotóse tu pueblo y, con despecho y furor, como si tuvieran culpa, los sacerdotes hirió de tu templo, cuyo estrago pasara a incendio mayor, si Irene, tu hija, tomando de los ídolos la acción, no se pusiera delante, cuyo respeto y temor bastó a parar el tumulto, pero a deshacerle no. Ceusis, siguiendo de aquella parcialidad el error, en defensa de sus dioses, al lado de Irene, dio aliento a sus cobardías, al tiempo que con mejor acuerdo iba Licanoro publicando al nuevo Dios. Encontráronse los bandos. ¿Quién nunca hasta entonces vio que a la vista de su rey batalla se diese atroz, donde era fuerza que fuese con equívoca facción el vencedor el vencido, y el vencido el vencedor? Irene, en medio de todos, era el rayo, era el furor de sus iras, cuando, al tiempo que ya uno y otro escuadrón se embestían, los detuvo lo tremendo de su voz. ¡Ay infelice de mí! dijo, y rendida cayó en la tierra, cuyo pasmo, cuyo asombro, cuyo horror suspenso dejó al amago y absorta a la ejecución; en cuya neutralidad se ha conservado hasta hoy. Retiráronla, y apenas volvió en sí, cuando volvió tan furiosa que no hay lazo, cadena, prisión que no rompa y despedace, y con despecho y furor delirios son cuantos dice, locuras cuanto hace son. Tú, viendo tu reino todo en tan mísera aflicción, tus dos sobrinos opuestos, y loca Irene, estás hoy, no sin causa, persuadido a que ya el cielo cumplió del hado las amenazas, que fueron de su opresión causa, pues por ella ha sido todo llanto y confusión, todo ruinas, todo muertes, todo asombro, todo horror. Y así me enviaste a llamar, pareciéndote que yo puedo remediar a un tiempo su desdicha y tu dolor. Es verdad; de ti no más, según admirado estoy de oír los prodigios tuyos, fiar quiero de mi pasión la esperanza, y por ponerte en mayor obligación, quiero que en mi reino seas mi privanza desde hoy, y que, siendo muy amigos, con más paz, con más amor y más blandura me enseñes la doctrina de tu Dios. (Cielos, ¿qué es esto que oigo?) (¿Qué es lo que mirando estoy?) (¿El rey le habla afable?) (¿El rey le honra?) (¡Qué dicha!) (¡Qué horror!) Y así, en tanto que da el tiempo a esta plática ocasión, quiero que en mi corte seas y en mis reinos otro yo, y en muestra de la verdad, estas insignias que son púrpura, corona y cetro, te ofrezco. De ellas dispón a tu arbitrio y, desnudando la túnica que vistió tu humildad, aquesta real púrpura viste. Eso no. Los apóstoles de Cristo, los discípulos de Dios no a medrar, no a enriquecer peregrinamos, señor; a sólo adquirir venimos almas; ellas solas son nuestro triunfo, nuestro aplauso, nuestra fama y nuestro honor. Y así, con aquesta humilde ropa más honrado estoy y más galán que estuviera con la púrpura mejor; porque sé que es toda ella majestad y ostentación, vanidad de vanidades; siendo la vida una flor que con el sol amanece y fallece con el sol. (¡Qué generoso desprecio!) (¡Qué hipócrita pretensión!) Ya que la púrpura real desprecias, por vencedor de aquesta pasada lid, ciñe el sacro laurel. Yo seré el primero que acuda a servirte en esta acción. Yo el primero que a estorbarlo acuda también; que no es bien que un advenedizo sea capaz de tanto honor. Suelta, Ceusis, el laurel. Suéltale tú, pues mejor estará en mis manos. Pero áspides en su valor hay ocultos para mí. Suelta, que para mí no. Es verdad; pues tú serás quien le goce de los dos. Temiera tus profecías, cuando mirándome estoy a tus pies, si no creyera que encantos tus obras son. Levanta ahora del suelo, sin apurar más razón de que tú andas por caer y por levantarte yo. Pues ¿cómo en presencia mía os atrevéis...? Yo, señor, ¿en qué te ofendo, si acudo a tu misma pretensión? Menos te ofendo yo, pues cuidando de tu opinión, te estorbo acción tan indigna. ¿Indigna llamas la acción de honrar a quien nos ha dado noticias de un solo Dios? Sí; pues de los demás dioses viene a infamar el honor. No te opongas a mi gusto, Ceusis; y tú, Licanoro, el sacro laurel le ciñe en nombre mío. Aunque estoy al cielo reconocido y agradecido al amor, licencia de no admitirle me has de dar; y porque no pienses que esto es excusarme de no servirte, te doy la palabra de que a Irene verás libre del furor que la aflige y atormenta. Pues ¿qué poder tenéis vos para darme a mí salud? El que me ha dado mi Dios. Mucho me huelgo de oír que tan buen médico sois, pero curad otros males que tengan remedio, y no el mío, que no le tiene mientras que Dios fuere Dios. Extrañas locuras dice. ¡Qué lástima, qué dolor! ¿Qué hay por acá, padre honrado? ¡Cuál vuestra imaginación anda! Que estáis loca ahora creo con más ocasión porque dicen que verdades dicen los locos. Pues yo más para decir mentiras, que no verdades, estoy.-- ¿También los dos por acá estáis? ¿Cómo va de amor? Mal, viendo en ti mi desdicha. Bien, viendo en ti mi pasión. ¿Oís, buen viejo? Ved qué os digo; estimad mucho a los dos; mirad que entrambos me quieren y a entrambos los quiero yo; mas con una diferencia, que a éste le quiero mejor porque sé que éste es más mío; pero es tal mi inclinación que, por saber que éste está seguro y aquéste no, habéis de ver que a éste dejo y tras esotro me voy. ¡Que haya razón para celos aun adonde no hay razón! Pues tome el favor quien sabe que aun es locura el favor. De este delirio que ves padece la sujeción; y está ahora aun más templada que otras veces; pues me dio la palabra de librarla tu verdad o tu valor, duélete de ella y de mí. Dame tu amparo, mi Dios, contra tu mismo enemigo. ¡Que se rinda tu valor a tan loca confïanza! Si obra el cielo, ¿por qué no quieres que alcance victoria? ¿Podré en tu nombre, Señor, entrar en esta lid? Sí. ¿Vencerá el demonio? No. Luego en esta confianza que me da tu inspiración, bien podré atreverme. Bien. ¿Quién será en mi ayuda? Dios. Pues si Él me ayuda, ¿qué temo?-- ¡Irene, Irene! A tu voz otra yo dentro de mí parece que estremeció mis sentidos. ¿Qué me quieres? Que el verte me da temor. Que en este báculo adores la cruz que en él está. ¿Yo? ¿Yo adorar en un madero que es del hombre redención, de Dios la figura, habiendo no adorado al mismo Dios? Ya el torpe espíritu de su lengua se apoderó y habla en ella. ¡Quita, quita! Y no te me acerques, no, si no quieres que, arrancando pedazos del corazón de esta infelice mujer, te los tire. Ya volvió a su furiosa locura. ¡Qué lástima, qué dolor! ¡Huid todos, huïd de mí! ¡Tenedla! Es tal su furor que no es posible. Sí es. ¿Quién será bastante? Yo.-- Rebelde espíritu que, por divina permisión, este sujeto atormentas, da la humilde adoración a aquesta sagrada insignia. No quiero; y pues en mejor estatua asisto ¿qué quieres? Déjame, en mi centro estoy; pues es centro del demonio el pecho del pecador. Déjame, Bartolomé, déjame en mi posesión. Tú no pudiste adquirirla. Sí puedo; ella me la dio en vida, en muerte y en alma y en cuerpo. Todo es de Dios, y no pudo enajenarlo. Sí pudo, puesto que usó de su albedrío. También usa de él para el perdón. No le pide. Sí le pide. Ni le ha de pedir; que yo la embargaré los alientos. ¿Quién tan nuevo caso vio que hable ella y no sea ella? En el nombre del Señor te mando que te retires a la extremidad menor de un cabello, y libre dejes lengua, alma, discurso y voz. ¡Ah, con qué poder me mandas! ¡Irene! ¿Quién llama? Yo. ¿Cómo te sientes, señora? Siéntome mucho mejor; que parece que me falta un áspid del corazón. ¿A quién el alma y la vida has ofrecido? A Astarot la ofrecí, cuando ignoraba los prodigios de tu Dios. ¿No te pesa? Sí me pesa; mas no me arrepiento, no; que no puedo arrepentirme de ningún delito yo. Tarde volviste a ocupar el instrumento veloz de su lengua. Nunca tardo. Asiento y lugar me dio la lengua de la mujer, si yo la mentira soy. Ya a su primer fuerza vuelve. Miren si convaleció. Supuesto que ya no es tuyo después que se arrepintió, de este cuerpo miserable deja la dura opresión. Quita, quita aquesa cruz; que ya me voy, ya me voy a la cumbre de aquel monte, desde donde mi furor trastornará sus peñascos sobre toda esta región. Sin hacer daño ninguno en desierto, en población, en personas, en ganados, en mies, en fruto ni en flor, desampara esta criatura. Ya te obedezco, pues no puedo romper las cadenas que por ti me pone Dios.-- ¡Ay infelice de mí! Muerta en la tierra cayó. ¡Qué lástima! Mira ahora si encantos sus obras son. ¡Gran señora! ¡Prima! ¡Irene! ¿Quién me llama? ¿Dónde estoy? ¡Qué de cosas han pasado por mí! ¿No estaba ahora yo animando los parciales de los bandos de Astarot? Ya ha muchos días que eso, Irene, te sucedió. Luego ¿he vivido sin mí todo ese tiempo? ¡Oh qué error tan grande ha sido ignorar tanta verdad hasta hoy de otra nueva ley! Supuesto que se ha cumplido en lo atroz de mi vida, en lo piadoso se cumpla. Cristo es el Dios verdadero. ¡Cristo viva! Yo le ofrezco adoración. Yo templo y aras. Yo altares y sacrificios. Yo no, sino rayo desde aquí ser de su persecución. Ven tú conmigo, y al punto se dé en mi corte un pregón que muera por traidor quien no dijere en alta voz, Cristo es el Dios verdadero, Cristo es verdadero Dios. ¡Cielo! ¿qué es esto que escucho? Mas celos diré mejor, supuesto que cielo y celos mis dos enemigos son. Saldréme al campo a dar voces a solas con mi dolor. ¡Que pueda tanto un encanto! Pues ¿no bastó, no bastó deshacer los simulacros de mi antigua religión sino quitarme también la esperanza de mi amor? ¿Qué venganza mi tormento, qué castigo mi dolor tomará de este tirano? ¿Quién le dará a mi rencor alivio? ¿Quién me dirá cómo he de vengarme? Yo. Errada voz que los vientos discurres y con veloz acento me atemorizas, ¿qué es del cuerpo de esta voz? ¿De esto que yo te dije eres sombra acaso o ilusión de mi ciega fantasía? ¿Tú, qué me respondes? No. Pues ¿dónde estás? En el centro de aqueste peñasco estoy. Deja, deja el duro espacio de esa lóbrega prisión. con una cadena atroz de fuego que me atormenta me miro; y así... ¡Qué horror! Acércate a mí, pues que a ti no me acerco yo. No pudiéndose extender tu corta jurisdicción, ¿puedes ayudarme? Sí; porque tiene el pecador en su albedrío tal vez más ancha la permisión que yo, pues puede acercarse él a mí, pero yo a él no. Pues, siendo así, yo me acerco. ¿Quién eres? Decir quién soy no importa; basta saber que soy quien a tu dolor puede dar alivio. ¿Cómo? Oye atento. Ya lo estoy. En el reino de Astiages están foragidos hoy algunos de los ministros de Astarot. Ve allá y dispón tu venganza y su venganza. Y, para poder mejor, harás que a llamar le envíe tu padre, a tu persuasión, a este galileo, diciendo que sus prodigios oyó, y que quiere que en la corte se admita su religión; y, en yendo allá, dadle muerte, con que cesará el error de sus encantos, volviendo a su antigua adoración los dioses, y tú podrás, desenojado Astarot, gozar a Irene. Bien dices. ¡Oh quién pudiera veloz cortar el aire! Yo haré que a tu corte llegues hoy. ¿Cómo? Toma aquesa antorcha; que con ella exhalación serás del viento. ¡Ay de ti, Bartolomé! Que ya voy, rayo contra ti flechado, a ser tu persecución! Pues para que en todo sea igual nuestra oposición, ya que no puedo seguirle, porque encarcelado estoy, música también se escuche, diciendo en sonora voz, a pesar del cielo... ¡Viva el ídolo de Astarot! Aunque no esper[e] jamás de que libre me veré, ¿dónde estás, Bartolomé? ¿Bartolomé, dónde estás? Ven a desatarme, ven de aquesta cadena dura, para que pueda tomar venganza de mis injurias. ¿Qué aplauso te desvanece, qué vencimiento te ilustra si peleas sin contrario y sin enemigo luchas? Atadas mis manos tienes con el poder de que usa Dios contigo; señal es de cuánto temes mi furia. Si no la temieras, no te valieras de su justa piedad; luego vence en ti, no el valor, sino la industria. Justifique Dios su causa conmigo, y no me reduzca a estrecha prisión, si hacer pretende tu fama augusta. Desate de mi garganta este lazo que la anuda, y entonces será victoria; que, donde tuve mi suma idolatría, sus aras coloques y sostituyas. Pero ¿qué voces ahora, para más pena, se escuchan? ¡Ay qué gran dicha! Mas ¡ay qué ventura! Que el iris divino la paz nos anuncia. ¡Oh cuánto, cielos, oh cuánto debéis de temer la lucha última de los dos, pues tanto--¡ay de mí!--lo rehusan vuestras piedades! Si así estoy, ¿qué mucho presuma Bartolomé que hoy Armenia a su nueva luz reduzca? Desáteme Dios, verá si son sus victorias muchas, o alárgueme esta cadena, si de verme vencer gusta. Pero ¿qué miro? Parece que a mi petición sus duras argollas eslabonadas se rompen, para que huya de esta provincia, por más que en ella la sombra impura de mi error asiste, pues ya el arco de paz la alumbra. Y, pues Dios me da licencia para que libre discurra, yo haré que Bartolomé no dilate más la suma ley del Evangelio, dando fin con la muerte que busca a sus triunfos y victorias con mis engaños y astucias. Y, pues que ya en mi prisión empezaron sus venturas, en mi libertad comiencen las persecuciones suyas.-- ¡Ah del ínclito seno que tanta gente esconde, víbora racional de mi veneno! ¿Todos me oyen y nadie me responde? ¿Tan poco el fuego de mi voz inflama? ¡Ah del monte otra vez! ¿Quién va? ¿Quién llama? Quien viene desterrado hoy de su patria bella, porque a Cristo adorar no quiso en ella. Mal mis designios graves te ocultaré, supuesto que los sabes. Yo, rayo desatado de gran mano, llegué donde, avisado mi padre de sucesos tan extraños, me dio palabra de enmendar sus daños. A su hermano escribió que le enviara a ese monstruo, porque comunicara a su reino la luz de su doctrina tan nueva, tan extraña y peregrina. Pues ya ha llegado el día, Ceusis, de tu venganza y de la mía; que, habiendo consagrado los templos y la gente bautizado, ya del rey despedido, su reino deja, sin haber querido que nadie le acompañe, para que más su hipocresía le engañe. A pie y solo camina a tu corte--¡ay de mí!--donde imagina sembrar de sus encantos los sustos, los asombros, los espantos. Mas ya llega. A este paso todos os retirad, porque, si acaso nos ve, puede ayudarse de sus mágicas ciencias y ocultarse. Dices bien. Pues yo llego, hielo mis plantas son, mi pecho fuego. ¡Felice yo que puedo ver desde aquí, sin que me cause miedo, de Astarot el engaño, reducido y en salvo aquel rebaño! ¡Oh cuánto, Armenia bella, debes a las piedades de tu estrella! (¡Con cuánto gusto va! Fervor le lleva; pero primero que de aquí se mueva, probará los rigores de mi saña.) Oh tú, que aquesta bárbara montaña discurres peregrino, ¿no me dirás por dónde es el camino? Sí diré; que mi celo es enseñar caminos para el cielo. ¿Cuándo no andas perdido tú, infelice? Luego ¿hasme conocido? Sí; pues que vengo ahora a hacerte guerra y arrojarte también de aquesta tierra. No harás; que ahora sin miedo te tengo yo donde vencerte puedo. ¿Tú vencer? ¿De qué suerte? De esta suerte; llegad todos, llegad a darle muerte; porque a mí irme conviene a repetir la posesión de Irene. Si la fe vive en ella, yo acudiré en ausencia a defendella. A tus plantas rendido un acaso me tuvo, y ha querido desagraviar el cielo injurias tantas, trayéndote a que estés puesto a mis plantas. Sí; mas es con alguna diferencia ese trueco de fortuna; que tu soberbia altiva fue allí la que a mis plantas te derriba, y aquí, para que más mi triunfo arguyas, es humildad quien me arrojó a las tuyas. Venid donde serán los justos cielos testigos de mi celo y de mis celos. De nada desconfío. Beber tu caliz ofrecí, Dios mío, el fuego del amor que el pecho labra; feliz voy a cumplirte la palabra. En notable soledad Bartolomé nos dejó; mas el ver que le ausentó el celo, amor y piedad de llevar su nueva ley a mi patria hacer pudiera que yo consuelo tuviera. ¡Oh si ya mi padre el rey admitiese esta verdad! Al punto escribirle iré en favor suyo, porqué no quiere mi voluntad que yo me aleje de aquí un punto, sin que primero a Irene vea, a quien quiero más que al alma que la di. Pero en su estrado dormida está. ¡Ay, dulce hermoso dueño! ¿Quién sino tú hacer al sueño pudo imagen de la vida? No para ser homicida de indicios hagas crisol; y pues basta un arrebol de tu cielo soberano, ¿para qué es, amor tirano, tanta flecha y tanto sol? Si, cuando sin alma estás, estás, Irene, tan bella, tú no vives más con ella, mas con ella matas más. Inútil muerte me das, ya es tuyo mi corazón; pues ¿para qué, Irene, son nevando abriles y mayos, tanta munición de rayos y tanto severo arpón? Lástima se me hace, cuando tan blandamente descansa, inquietarla. Ya vendré, en escribiendo las cartas. ¿Quién anda aquí? Mas ¿mi esposo no es quien salió de esta sala? Pues ¿cómo--¡ay Dios!--sin hablarme vuelve a mi amor las espaldas? ¡Esposo, señor, mi dueño! ¿Qué me quieres? ¡Pena extraña! A la voz de Irene vuelvo. Mas--¡ay de mí!--¿con quién habla? De ti pretendo saber a quién, enemiga, llamas señor y dueño que puedas llamárselo con más causa? A quien lo es. Yo lo soy, pues me diste la palabra de que siempre serías mía. (¡Cielos! ¿Qué escucho? ¡Ah, tirana!) Verdad es que te ofrecí que te daría vida y alma si me dabas libertad; mas de esa deuda me saca la nueva ley que profeso. (Ella--¡desdicha tirana!-- confiesa que le rindió alma y vida.) En vano hallas respuesta, pues aun lo mismo que te disculpa te agravia. ¿Qué nueva ley pudo hacerte no ser mía? (Honor, ¿qué aguardas? Mas--¡ay de mí!--que en tal pena valor al valor le falta.) La ley de Bartolomé, en cuya fe y confïanza estoy de aquel pacto libre. ¡Calla, no prosigas, calla, que ésta es la hora que a él le rompen y despedazan los verdugos de Astiages el corazón, las entrañas, viva imagen de la muerte! Pues el pellejo le rasgan, hasta que el sangriento filo le divida la garganta. ¡Mira para tu socorro si tienes buena esperanza! (¡Cielos! ¿Otro dolor? Pues el de los celos ¿no basta?) ¿No fuiste mía? (¡Qué pena! Mas ¿qué mi paciencia aguarda?) ¡Injusto, tirano dueño de mi vida, honor y fama, muere a mis manos! ¡Al cielo pluguiera que fuera tanta mi dicha que yo pudiera morir! Mas ya que no alcanzan victoria de esta mujer por ahora mis venganzas, dejarla en el ciego, el loco poder de un celoso basta. ¿Adónde de mi furor, hombre o demonio, te escapas? ¿Eres de mis celos sombra? ¡Esposo, señor! ¡Aparta! Que tu amor y tu respeto, u otra más oculta causa que ignoro, en prisión del hielo mis pies y mis manos ata, para no darte la muerte. Pues ¿en qué te ofendo? ¡Ah ingrata! Si antiguo dueño tenías, a quien la vida y el alma ofreciste antes que a mí, ¿para qué, traidora, falsa, ofendiste tanto amor, burlaste fineza tanta? Verdad es... ¿Que aun no lo niegas? ...que yo... ¿Qué aun no lo recatas? ...ofrecí al dios de Astarot alma y vida. Calla, calla; que el dios de Astarot no tiene poder ya en vida ni en alma para venirte a pedir celos de mí. Tú me engañas. Verdad, Licanoro, digo. Y si el irse--¡ay Dios!--no basta de aquí invisible, daré otro testigo que haga más fe en mi crédito. ¿Quién? Bartolomé, a cuya instancia estoy de aquel pacto libre. ¿No has escuchado, tirana, que mi padre--¡ah dura pena!-- le dio muerte? En vano trazas valerte de su noticia tan aprisa. Mi fe es tanta que aun muerto he de esperar que tus dudas satisfaga. ¿Cómo es posible, si ya la cólera me desata las manos, para que tome de tus agravios venganza? ¡Muere pues! ¡Bartolomé, tu amparo y favor me valga! A quien con fe le llama, siempre socorre y nunca desampara. ¿Qué voces mi acción suspenden? Las que mi inocencia guardan. ¿Qué música es ésta, cielos, que suspende y arrebata los sentidos? Todo el aire se puebla de luces claras. Licanoro, ¿contra quién desnuda traéis la espada? Contra mí mismo primero que contra quien la sacaba, oyendo estas voces. Luego ¿oísteis las músicas varias? Sí, señor. Y no eso sólo nos admira y nos espanta, sino el ver que allí una nube hojas de púrpura y nácar despliega, y un trono en ella, sobre cuya ardiente basa, triunfante Bartolomé, los coros el viento rasgan. Roja púrpura se viste, y un monstruo trae a sus plantas, a quien con una cadena aprisionado acompaña. Aladas divinas voces dicen en cláusulas blandas... A quien con fe le llama, siempre socorre y nunca desampara. Feliz imperio de Armenia, no sólo vuelvo a tu patria en alas de serafines, para que sepas la rara crueldad que conmigo usaron, habiéndome hecho mudara, como culebra, el pellejo, con ira y cólera extraña, sino también para que vivas, en mi confïanza, seguro de que esta fiera, que atada traigo a mis plantas, no perturbará tu paz. Éste es... Yo lo diré, calla; porque quiero que me sirvan de veneno mis palabras. Yo soy el dios de Astarot, yo el que tuvo vuestra patria idólatra tantos años, dándome adoración falsa. De esta esclavitud el cielo hoy por Bartolomé os saca, alumbrándoos en la ley evangélica de gracia. Irene, que un tiempo fue de mis engaños esclava, ya está libre. Mas ¿qué mucho que ella y todo el mundo salga de mi esclavitud, si el cielo con estas cadenas ata mis fuerzas, dando poder a su apóstol de cortarlas? Con esta declaración pública que has hecho, baja al abismo, mientras yo a esferas subo más altas. Abra, para recibirme, el infierno sus gargantas. Y a mí sus puertas el cielo, para recibir mi alma. ¿Quién, a tan grandes prodigios, no le rinde al cielo gracias? ¿A quién quedarán recelos, viendo verdades tan claras? ¿Y quién, viendo que en su mano Bartolomé santo enlaza las cadenas del demonio, contra él no le invoca y llama? Dando fin a esta comedia, perdonad sus muchas faltas.