Príncipe soterrado, a quien tiene el amor contraminado y a quien, zahorí, su dama le hace guerra siete estados debajo de la tierra: advierte que ya el día repite la luciente bobería de vestirse temprano, sin saber si es invierno o si es verano. Pasquín, ¿aquí das voces? ¿No echas de ver que te daré de coces? ¿Dónde el pollino tienes? Allí está, con jamugas de borrenes. Por eso traigo yo espuelas secretas, que en efecto es pollino de corvetas. Vamos de aquí. Parece que aturdido vienes: ¿qué hay? Que dos dueñas me han sentido, una peor que otra. Eso no lo ignores, que las mejores dueñas son peores; pero... diraslas algo si son dueñas. Ya se lo di, mas díselo por señas. Ay, señor, mejor fuera de contado; que en Castilla el que es adelantado, vive con alegría, porque es señor de Dueñas y Buendía. ¡Gran daño el alma llora! Mas vámonos, que es hora de ser hora. Eso es lo que yo quiero. ¡Amaina, amaina, pícaro cochero! En vano por salir a tierra anhelas, que apaga las cortinas, sin ser velas, el aire en travesía. ¡Mal haya alcoba que en cortinas fía! ¿Qué es aquello? Que, en esos hondos mares, tormenta corre como en Manzanares, dando al través un coche. Aqueso tiene el caminar de noche. Cosa será perfeta lo que trae, pues por mar viene en carreta. Pues vámonos pasico, sin mirallo, como que no lo vemos. ¡Jo, caballo! ¿Qué voz es esta que escuché a otro lado? Un borrico es que viene, desbocado, despeñando del monte a un caballero. No subiera él en bruto tan ligero. ¿A los dos no daremos dos consuelos? ¿Cuáles? Ven a pensarlos. ¡Piedad, cielos! Bruto veloz que vas con ansia fiera, sin ser media, tomando esta carrera: dime si la pespuntas o la coses... ¡Que nos vamos a vuelco! ¡Piedad, dioses! Puesto que aquí delante un bergantín no hay, haya un bergante. Llega; yo te daré para buñuelos. ¡Jo, pollino! ¡Harre, hombre! ¡Piedad, cielos! ¡Ya a tierra habéis salido! ¡Oh humano bergantín! Agradecido confieso que he quedado: tomad la oncena parte de un ducado. ¡Que a despeñarme un bruto así me traiga! ¿Qué piedra habrá mullida en que yo caiga? Mas quiérome matar hacia esta parte; ahora no habrá quien pueda ya menearte. ¿Qué tierra será esta? ¿Si habrá pastor en toda esta floresta? Voy de hoja en hoja. Voy de rama en rama. Céfalo. Rosicler. ¿Quién es? ¿Quién llama? Yo soy. Yo llamo. ¿Cómo has escapado de aquese inmenso ciénago? Mojado. ¿Cómo hasta aquí llegaste? Despeñásteme tú y te despeñaste; que señores menguados se despeñan a sí y a sus crïados. Pues ya que tú escapar puedes hollando húmidas arenas, no aquí parado te quedes en vil retrete que apenas se divisan las paredes. El susto al consuelo trueca; y, andando de Ceca en Meca, pisen tus huellas bizarras campo inútil de pizarras, ribera agostada y seca. No sé si gente hallaré por el desierto que sigo. Pues, ¿no me dirás por qué? Yo que lo sé, que lo vi, te lo digo; yo que lo digo, lo vi y me lo sé. Mal a buscar persüades ni palacios ni retiros, pues aún no cantan abades aquí donde mis suspiros pueblan estas soledades. Van once maravedís que a mis voces, en un tris, gente hay arriba y abajo. ¡Hola, pastores del Tajo que a Manzanares venís! ¿Oyes voz? Y aunque imagines, no será delito feo, que ha sido voz de maitines cantando los serafines el Gloria in excelsis Deo. Responde tú, dando al viento otros suspiros más claros, para que escuchen tu acento. Otra vez vuelvo a templaros, desacordado instrumento. ¡Pastores destos apriscos, aliviad vuestros pesares, que la suerte entre estos riscos trasladó de Manzanares milagros y basiliscos! Ya hemos hallado socorro, pues si con la vista corro al pie de aquel monte altivo, cabizbajo y pensativo estaba el pastor Chamorro. ¿Ves si ya las voces mías tuvieron algo de bueno? Sí, pues allí junto a Olías mirando estaba Fileno, del Turia las aguas frías. Caballero es. Sus pisadas dicen que lo determines, pues tienen aderezadas borceguíes marroquines y espuelas de oro calzadas. Marinero es. No lo temo, antes me alegro en extremo, pues así dará a mi enfado de esperanza y de cuidado poca vela y mucho remo. Dél, pues, sabré mi venida dónde fue. De mi caída sabré dónde me hice el daño. Dígasme tú, el ermitaño, que haces la santa vida, qué ciudad, qué pueblo o villa hay en estos horizontes que, sin poder descubrilla, pasaba a extranjeros montes una bella pastorcilla. Lo mismo en los mismos males preguntaron mis destinos, pues que voy en dudas tales, de día por los caminos, de noche por los jarales. Extranjero, gimo y lloro, pues saliendo a este horizonte el alba entre rayos de oro, y con ella un fuerte moro semejante a Rodamonte, que soy yo, con tal rigor se hizo mi caballo astillas que no corrieron mejor cüando corren las füentecillas riyendo y saltando de flor en flor. Y así, sobre estos tapetes que abril supo dibujallos, quedamos los dos pobretes entre los sueltos caballos de los vencidos jinetes. Yo, no con menor mancilla, iguales fortunas siento; pues que me arrojó a la orilla fatigada navecilla que al mar se entrega, y al viento. Uno y otro dura guerra me hicieron, con tal extremo, que estaba viendo esta sierra con las manos en el remo y los ojos en la tierra. Viendo, pues, que perecían todos al rigor de Eolo, a un gran bergante me fían, dejándome venir solo las gentes que me seguían. Aliento vuestro mal cobre pues, para ejemplo, el mío sobre; y ese monte que el olvido le dejó por escondido, o le perdonó por pobre, examinemos. Mi ofensa no hallará otra recompensa. Nuestras amistades digan que los trabajos obligan a lo que el hombre no piensa. ¿Oís, escudero? Decid, ¿qué me mandáis? Advertid que solo saber espero quién es este caballero que a mis puertas dijo: «Abrid». Príncipe es (porque no troven sus señas y me le roben) de Trapobana arrogante, el más venturoso amante y el más desdichado joven. ¿Quién es esotro? Escuchad: rey Picardía le jura, y busca Su Majestad muchos siglos de hermosura en pocos años de edad. Ya aquí no puede romper la maleza mi deseo; y solo se dejan ver montañas, sin ser recreo del hombre ni la mujer. ¡Qué notable desconsuelo! Altos montes de Aranjuez, cumbres con cuya altivez también saltean el cielo gigantes segunda vez: ¡sacadnos de aqueste horror! Escuchad: ¡un instrumento! Y el más sonoro y mejor, porque no iguala a su acento clarín que rompe el albor. San Cristóbal estaba a la puerta con su capillita cubierta, y rogando y suplicando a las monjas del perdón que le digan la oración. ¡Qué süave melodía! ¿Dónde será donde cantan? Canónigo, aqueste monte lleva arrastrando la falda; y en ella, si no me engaño, la provincia de La Mancha cae. Siempre aquesa provincia cae en las cosas que arrastran. ¡Un palacio se descubre tan grande como una casa! ¡Torres son sus chimeneas! ¡Son importantes alhajas de un palacio! Y más si tienen humos de verse tan altas. Andemos hacia él, pues él hacia nosotros no anda, y tomaremos noticia. Si es que nos la dan barata; que príncipes distraídos suelen caminar sin blanca. Escucha, que a cantar vuelven. Pícara, idos de mi casa. ¿Adónde? A espulgar un galgo. No espulgo bien galgos. Basta. Si no espulgáis galgos bien, id a buscar la gandaya, idos a buscar la vida, idos a Turra o a Jauja; harto os doy en que escoger; y si no, idos noramala. Para quien oye esa afrenta no hay consuelo, ¡ay desdichada! ¿Cantar y llorar tan junto? ¿Cúyo será aqueste alcázar? De un tahúr, que ellos a un tiempo son los que lloran y cantan. Adelantaos los dos a buscar la puerta falsa. Sí, que viniendo a escondidas no es justo entrar a las claras. Ven, Pastel. ¿Mi nombre sabes? Desde ayer. No me acordaba de que ayer fuimos los mismos. Diligencia ha sido vana enviarlos, que esta es la puerta. Pues llamad a ella. ¡Ha de casa! ¿Quién es? Dos príncipes somos, como quien no dice nada. ¿Príncipes a mis umbrales? Abro la puerta. ¡Deo gracias! Por siempre jamás, amén. ¡Ay cielos, figura extraña! ¡Qué monstruo de tan mal cuerpo! Sí, mas monstruo de buen alma según devoto responde. Siendo yo fuego, ¿quién llama a esta puerta? Aquel. Aquel. Mama, coco. Coco, taita. No temáis; que cuando mucho os daré con esta maza. Llegad. Necesarias fueron en todo tiempo mis calzas; pero después que te vi son dos veces necesarias. Las mías no, y así me voy en aquese monte a echarlas de mí. Yo también. ¡Yo os juro que no os vais, por estas barbas! ¿Quién sois? Dos andantes somos caballeros de importancia. Y ya somos dos 'patantes', a saber lo que nos mandas. Si sois caballeros, ¿cómo teméis? Por la misma causa; que tenemos que perder muchísimo en nuestras casas. Y estamos sin herederos; y así, este temor nos guarda de las vidas. ¿Dónde vais por aquí? Buscando maulas. ¿Tú quién eres? Yo, señor, de Picardía monarca. ¿Es gran provincia? No es muy grande, pero es muy ancha. ¿Y tú? En Trapobana fui nacido de mí y mi dama, y de este parto quedamos yo, el 'trapo', y ella, la 'vana'. ¿Venís más? Dos escuderos a los dos nos acompañan. Y estos nos traen los escudos de paciencia y no de armas. ¿Cómo ha nombre el tuyo? El mío Pastel. Ya lo adivinaba; que en Picardía el pastel escudero es de importancia. ¿Y el tuyo? Tabaco. Bueno, también era cosa clara que a trapos y vana sirva esa sucísima alhaja. ¿Dónde fueron? Por ahí. Pues, ¿cómo por aquí tardan? Gigante, mucho preguntas. Esto es más fuerza que maña. Pena de muerte los cuatro tenéis. ¿Por qué? Por nonada; y así, yo quiero mataros, pero ahora no tengo gana. Idos de este monte, idos; porque en este inmenso alcázar soy guardadamas tan fiero como cualquier guardadamas. No os burléis conmigo ahora, porque no gusto de chanzas. A fe que si no volviera tan aprisa las espaldas... ¿Qué? Que habíamos de volverlas nosotros. ¡Príncipes mandrias! Céfalo. Rosicler. ¿Tienes miedo? Tengo el que me basta para mí. Yo el que me sobra para mí y un camarada. No hemos hallado otra puerta que la de Guadalajara. Nosotros sí, la del Sol, pero hicímosla Cerrada. ¿Qué hacéis en el suelo? Atunes somos de capa y espada. A aquesta estancia llegamos... Venimos a aquesta estancia... ...adonde un ruin gigantillo... ...hijo de enano y giganta... ...nos puso de vuelta y media. ...puso en nosotros las patas. Calla, cobarde, ¿eso dices? Medroso, ¿eso dices? Calla. ¡Las hazañerías que hacen! Pues sigamos las hazañas nosotros. ¡Caiga esa puerta! ¡Échala fuera! No caiga. Jácara piden adentro, pues «échala fuera» claman. Ya sale sola quien es. ¡Ay belleza desdichada! ¡Ay malograda hermosura! ¡Nunca Dios me diera gracia para enamorar infantes ni para servir infantas! Caballeros, si os merezco piedad, piedad a mis ansias. Si es tu hermosura santera, dinos ya de qué demanda; que quien canta mal sus males, muy mal sus males espanta. Dinos ya de quién te quejas con música tan amarga. Tinaja es aqueste reino, que dizque ayer fue Trinacria; Tebandro, baldado rey, le tiene, mas no le manda. Diole dos hijas el cielo: a la una Pocris llaman y a la otra llaman Filis, si bien poco filis gasta. Su padre, el Rey, es tan diestro en esto de echar las habas, que las ha echado a perder solamente por ganarlas. No sé qué le dijo un día un cedacico en su estaca, unos berros en su artesa, una candela en su ara, un chapín en sus tijeras, en su orinal una clara de huevo, y en fin, de ahorcado una soga en su garganta; pues, sin más ni más, ¿qué hizo? Naciendo de un parto entrambas, de un parto las desnació; de modo que aquesta casa de las niñas de Loreto es, porque hay muchas y pasan extrema necesidad de ingenio, hermosura y gracia. Dejemos aquí a las dos; que en todo tiempo encontradas, siendo en todo tiempo autoras de mil competencias vanas, yacen silbándose una a otra, culebras humanas; y vamos a mí, que entre ellas estoy vendida y comprada: yo soy hija de Luis López... Mas, ¡ay de mí, qué ignorancia! ¡Hablar en montes ajenos como si fuera en mi casa! Hija soy de Antistes, que hoy tiene del Rey la privanza; y pues él es el privado, su hija será la privada. Mi nombre es María... ¡Qué digo! Es Aura, que estoy turbada. El príncipe Pollodeoro por mis amores se abrasa, que príncipes de mal gusto hay en infinitas farsas. He aquí que lo sabe el Rey, he aquí mi padre lo alcanza, y que el uno dice «¡tate!» cuando el otro dice «¡vaya!, encerremos esta moza»; dicho y hecho: aquí me enjaulan. El Príncipe, enamorado, buscó modos, halló trazas de hablarme. Y viéronle dos destas señoras urracas que traen los alones negros y traen las pechugas blancas; destas que velando siempre duermen en Valdevelada, y comiendo en Buenavista, van a merendar a Parla. Dijéronlo y... ¡La justicia, caballeros! ¡Qué desgracia! Abrid aquesas linternas. ¿Linternas con luz tan clara? Pues, ¿qué se os da a vós? ¿No es mi cera la que se gasta? ¿Es bueno escandalizando estar aquí con jácaras la vecindad? Pues, ¿quién es vecino desta montaña? Aquel risco. Quién son digan. Son dos príncipes que vagan el mundo. ¿Vagamunditos son? Pues a la cárcel vayan: ¡prendedlos! ¡Las armas vengan! Esta, señor, es mi espada; que no puedo en trance tal daros mejor memorial que a ella de sangre bañada. Y ella, ¿qué habla aquí con cuatro hombres? ¿De cuatro se espanta? Prendedla. ¿Por qué? Por fea, que es precisa circunstancia, pues es fea, ser prendida. Ponedlos carantamaulas porque nadie los conozca. Y tú, ahora, a todos los ata, y tiremos. ¡Hola, hao! ¡San Pedro! ¡Gentil redada! Aun si fuéramos besugos iríamos a la plaza. ¡San Francisco! ¡Hola, hao! De aquesta manera vayan. ¡Ay infeliz padre mío, qué malas nuevas te aguardan! ¡Los príncipes forasteros por qué de indecencias pasan! Eso no será en mis días. ¡Uno de la red se escapa! ¡Resistencia! Tras él yo iré. ¡San Martín me valga! No valdrá. Sí hará. Por qué di. Porque Dios ve las trampas. ¿Qué dïablos se hizo dél? Hombre, ¡mira que te matas! ( Debió como un pajarito de quedarse, pues no habla ni paula, que es mucho menos, tampoco. Aunque me hagas rabias, para esta sí te has muerto; que no me has de ver la cara alegre en toda tu vida.) ¡Qué hombre era de tan buen alma! Ya basta, Clori, ya basta: cese la cólera fiera, que la paciencia se gasta; y si fuera yo frutera, te diera con la banasta. Bueno es que tan zahareña me riñas lo que parlé, cuando la razón enseña que dueña que calla... ¿Qué? No sabe lo que se dueña. Eso, ni lo riño, no, ni en mi dueñez fuera justo; solo mi pecho sintió que me quitases el gusto. ¿De qué? De parlarlo yo. Y aun otra cosa que hiciste... ¿Cuál? Llégamela a advertir. ¿Lo que viste no dijiste? Sí. Pues debieras decir aquello que nunca viste. Pues, ¿tú no echas de ver, boba, que me llevara el demonio? La dueña que más se arroba, levantar un testimonio puede, aunque pese una arroba, con buena conciencia, a efeto de enredar y de lucir las tocas sin su buleto. ¿Nunca has oído decir desta quintilla el soneto? Guardaos todos de una Urganda que con blandas tocas anda, porque de sus tocas sé que en el mar donde se ve, son todas velas de Holanda. Es engaño manifiesto; y algún ingenio molesto ese romance escribió, y he de sacártele yo de la memoria. ¿Qué es esto? Clori, que riñe endueñada porque, como dueña honrada, te dije yo lo que vi. ¿Por qué, Clori? Porque sí. Esa es razón extremada. Y por esto y por aquello y por lo otro, la decía que ya que llegaba a vello era gran bachillería que no se mirase en ello. Decía bien. No decía tal, sino muchas veces mal. Pues, sepa la causa yo por que reñís. Porque no. Llamome una tal por cual. Yo, pues honrada me llamo, haré que con un cordel, cuando vuelva aquí al reclamo, le den. ¿Qué? Un pote con amo. ¿Cómo? Como para él. Que, pues a Mari Aura eché de palacio, vengaré mi enojo en este atrevido que a mi jardín ha venido tan sin qué ni para qué; que sabiendo que vivía yo en él, saliese y entrase, sin que aun solo en cortesía ni las manos me besase, diciendo esta boca es mía. La resolución alabo; mas, si ausente a ella la advierto, no se le dará a él un clavo de entrar, y es al asno muerto poner la cebada. Al cabo de tu concepto estoy ya; no le expreses, que será muy inmundo a mis orejas. Yo sabré vengar mis quejas por aquí o por acullá; y así, cuando aquesta noche la sombra se desabroche, le tengo de hacer cascar. Sin 'coche', no hay acabar la copla: pues digo 'coche'. ¡Qué notables son mis penas! Diviértate este pensil, pues te ofrece a manos llenas las flores de mil en mil. Haz de aquestas berenjenas un ramillete. Arreboles allí hacen, con blando son, tulipanes y fasoles. ¿Qué son estas? Coles son. Y yo el alba entre las coles. ¡No vi más cultos jardines! Ven; divertirante ahora del estanque los confines; verás en ellos, señora, cómo nadan los rocines. La gala ahora del nadar aumentará mis pasiones. Pues ven hacia el palomar, que hay cría y verás sacar de sus huevos los lechones. Nada me dará placer; todo, ¡ay amigas!, me enfada. No es mucho, llegando a ver que una mujer encerrada es la más libre mujer. Aquí, que el mayor farol hiere con blando arrebol, me siento. ¿Cantarán? Sí; y tú... ¿Qué? Espúlgame aquí, porque sirva de algo el sol. Al sol, porque se durmiera, le espulga Amor la mollera, alumbrándole otro sol; y fue girasol de un sol otro sol para que nadie los viera. ¡Ce! ¿Quién llama? A esa divina beldad que despierta está, decid que es mucha mohína que duerma, que es hora ya de salir yo de la mina. Ya lo ha oído y se enternece. No cantéis más, que parece que ya al sueño corresponde. Pues vámonos, porque adonde el Rey no está, no parece. Que una boca me trague y otra me escupa. ¿Quïén creyera, madre, tan gran ventura? ¿Qué jardín es aqueste donde he llegado? Pero, ¿qué gana tengo de averiguarlo? Sea donde se fuere, ¿no basta hallarme orillitas del río de Manzanares? Y aún mayores prodigios mis ojos hallan en el alamedita, que no en el agua. ¿Qué deidad es aquesta, cielos, que miro, al pasar el arroyo del Alamillo? Porque sus ojos bellos mi alma no abrasen: aires de mi tïerra, venid, llevadme. ¿Si será deidad muerta o mujer viva? Venga el padre del alma que me lo diga. ¡Válgame el amor mismo con qué donaire duerme y ronca mi niña y enjuga el aire! Acechando si duermo y a ver si ronco, hétele por dó viene mi Juan Redondo. Entre süeños canta y a ella me llego, porque vaya más cerca del bien que dejo. Cautelosos ahora son mis ojuelos, que parece que duermen y están despiertos. Puesto que no te sirven de nada amores, préstame tus ojuelos para esta noche. Acercándose viene para mirarme; hácelo de valiente, Dios es mi padre. Con las liendres parecen sus rubias trenzas de color de silicio, blancas y negras. Iris es de colores su hermosa cara, amarillas y verdes y coloradas. Y en las perfecciones de toda ella, como tiene la cara la pascua tenga. Brujuleados descubren bellos celajes; la calceta caída, la pierna al aire. ¿Qué haré yo por servirte, prodigio hermoso? Hágame una valona de requilorio. ¿Qué es 'valona'? Trairete de todos cortes rábanos y lechugas y alcaparrones. Tiende presto tu manto, medrosa noche, que me importa la vida matar a un hombre. Pero, ¡qué miro! ¡Cielos! ¿Si este lo ha oído? Más valiera callarlo que no decirlo. Matar hombre dijeron... Mas, ¡qué hermosura!, púsoseme el sol, saliome la luna. Pues, ¿qué hacéis, señor hidalgo, aquí, y Filis a la mu? Esperar solo a que tu belleza me dé con algo. Mal de mi aliento me valgo; que al veros, de asombro llena, ¡qué horror!, ¡qué espanto!, ¡qué pena!, si me diérades lugar, me quisiera desmayar. Desmayaos en hora buena. ¿Desmayose esta señora? Sí. Pues, si se desmayó, quiero ahora despertar yo. Despertad muy en buen hora. ¿Qué entrada ha sido, traidora, esta? Si el saberlo os toca, allá me tragó una boca y acá me echó un agujero. Digerido caballero del vientre de aquesa roca, ¿cómo aquí entrasteis? Así. Así, no importa: si hubiera sido entrar de otra manera, os acordarais de mí. Al sueño, señora, os vi tan dulcemente rendida que el alma, a vós ofrecida, en viendo otra entre las dos me quedé, como si no os hubiera visto en mi vida. Por cierto, que obliga tanto esa lisonja, caballero, como si fuera otra cosa. Y así, agradecerla es lo que me toca, con aconsejaros que escurráis la bola; porque si en sí vuelve esa regañona, que en la condición es una demonia, hará que un gigante os pegue en la chola. Y si os da una vez, aqueso, per omnia; porque es el mayor pariente de todas las nobles familias de Mazas y Porras. Y aunque hayáis venido a ver a Aura hermosa, quiero perdonaros el venir por otra estando yo aquí, que no a todas horas me duermo en las pajas; harto he dicho, y sobra. Idos norabuena; temed que a deshora, en estos jardines, os halle la ronda de aqueste gigante, ya que mi piadosa cortesía os dice a voces sonoras: Caballero de capa y gorra, guardaos de la... Acorta, cesa, no prosigas; que cuando yo ahora, por ti que lo mandas, no huyera, señora, solo huyera por guardar mi persona; porque dizque tengo una vida sola, y no hay quien me venda en la tienda otra. En cuanto a que busco dama más hermosa es, por esta cruz, mentira tan gorda. Y así, agradecido a vuestras lisonjas, quiero obedeceros, que es lo que me toca. Excusad al eco que otra vez responda: Caballero de capa y gorra, guardaos de la... Acorta el falso discurso; pues, libidinosa, la traición que haces... Tú eres la traidora, pues que te desmayas y mayas a solas. ¿Quién era el que estaba aquí? ¿Qué te enojas? Ahí era un amigo de cierta persona. ¿Era hombre? No sé; porque no me informa del juego que tiene, si bien sé que roba. Dime, ¿qué se hizo? Fuese a cazar zorras. Lesbia, Clori, Laura, Flora, Nise, ¡hola! Pocris nos holea. Deidad de estas rocas, ¿qué mandas? ¿Qué quieres? ¿Qué hay en la parroquia? Un hombre que andaba aquí, ¿qué es dél? Sombras en el aire miras. Berros se te antojan. ¿Hombre aquí? Pluguiera a nuestra... Está loca; no hagáis caso de ella. Todas mentís, todas. Yo le vi; conmigo no ha de haber tramoyas; por señas que estaba (¡ay Dios, qué zozobra!) dando (¡qué desdicha!) con (¡qué carambola!) un dardo (¡qué susto!) en mí (¡qué pandorga!) como (¡qué presagio!) si diera (¡qué historia!) en real de enemigo. Infanta... Señora... El juicio ha perdido. No ha sido mamola. Un hombre aquí ha estado por señas notorias, Clori; que los hombres son lindas personas. ¡Qué grande carga es reinar! Séneca dijo que era el rey palanquín, pues come de traer cargas a cuestas. Y más yo, que a cuestas traigo, o a la silla de la reina o a la gigantilla, todo el gran lío de mis ciencias. ¡Plaza, plaza! ¿Qué es aquello? Yo, señor, te lo dijera, a saberlo; pero no lo sé, en Dios y en mi conciencia. Dame tu mano a besar. Toma como me la vuelvas; porque esta es con la que como. Sí haré. Pues dame algo en prendas. Estos presos. No lo valen. Pues doyte encima esta presa. Tanto me darás, que diga: «Arrebózate con ella». En tu nombre, gran señor, eché la red. ¿Barredera? Sí, pues que pescó basuras. ¡Vós sois una gentil pesca! Las cáscaras de las caras les quitad, que quiero verlas. No veas, señor, la mía. ¿Pues por qué? Porque es vergüenza. Y aun desvergüenza. Mari Aura, ¿vós como galeota presa entre aquestos calafates? Honradme de otra manera; que puesto que puedo hablar con la cara descubierta, sabed que de Picardía rey soy. No le vilipendas, que aquí es menester valor. Aquí es menester prudencia. ¿Tú de mis reinos adentro? ¡Tú de mis puertas afuera! Sí señor, que por capricho camino de tierra en tierra como mujer desdichada. Yo como hombre sin vergüenza a la flor del berro ando. ¡Qué sentimiento! ¡Qué pena! Un borrico en que venía, por venir a la ligera, sin saber lo que se hizo se desbocó entre unas peñas. No me espanto, porque son los borricos unas bestias. Pocris, solo porque supo que el Príncipe sale y entra en su palacio, me echó dél, sin querer hacer cuentas del tiempo que la he servido. Las Pocris son unas puercas. ¿El Príncipe en el palacio a ti ha entrado a verte? Etiam. ¿Y tú la hallaste en el monte? Concedo la consecuencia. Grande mal hay aquí, Antistes, en un tris Aura está puesta. Pues el médico en un tras de cámara a verte venga. ¿Adónde el Príncipe está? No parece. Que parezca; pregónenle y den de hallazgo diez maravedís de renta, o sáquensele por hurto a cualquiera que le tenga; y en pareciendo, le pongan una corma en cada pierna porque otra vez no se vaya por novillos a la dehesa. Pasquín dirá dél. Mejor lo dirá Aura, pues con ella le dejé anoche. Es mentira; y aquí la coartada entra, que anoche me vieron todos remendar unas soletas, por no llegar despeada, gran señor, a tu presencia. ¡Qué virtud! Desde chiquita supo hacer bien sus haciendas. ¿Es esto así? Sí, señor. Pues, ¡sus! y hacia otra materia. Volvamos a la maraña: ¿por dónde entra y sale apriesa el Príncipe en el palacio? Por la bocamanga entra, y por el cabezón sale, si es que es camisa una cueva. Con eso tendrá unos flatos, y gastaré yo mi hacienda en curarle. Mas, ¡ay! ¡Que hay más mal en el aldehuela que suena! Pasquín... Señor... ¿Anoche el Príncipe a verla entró? Y no salió. Según eso, allá está. Por la cuenta. ¡Qué desdicha si él ha visto que son sus hermanas hembras tan bellas! Ir en persona me importa al instante. Espera. ¿Qué carrüaje pondrán? ¿El chirrión o la litera? No estoy para carrüaje; quien va con cólera y priesa, bastarale ir pian, pian. Cantando desta manera las tres anaditas, madre, pienso llegar a sus puertas en un santiamén. Seguidme todos dejando suspensa esta acción para después. Venga conmigo Tu Alteza. No señor, no he de pasar. Es obligación y deuda; que una cosa es ir a pie y otra no ir con la decencia que a príncipes extranjeros se debe. Esto es obediencia. Defectos somos los dos desta gente hoy. ¿De qué, bestia, lo has inferido? De que nadie de los dos se acuerda Antistes... Señor... Vuestra hija la causa es de toda esta carambola. Ya lo veo. Pues dadla... ¿Qué? Una fraterna. En la comedia de ayer no se hizo. Que se haga en esta. ¿Hay más de pedir prestado ese paso a otra comedia? Las palabras de los reyes son balas de pieza gruesa: pues fraterna y a ello. Aura, ¿dónde vas? Voy a irme. Espera, hija aleve, ingrata hija, hija en efecto de aquella bellaca, tu santa madre, que Dios en el cielo tenga; que primero que te vayas he de hacer una experiencia yo de cuánto valgo yo. ¿Qué haces? Cerrar esta puerta. Bien ves las revoluciones que ha causado tu belleza... Pues, ¿qué hay para eso? Hay tomarte la residencia del tiempo que has gobernado del Príncipe las ausencias. ¿Qué hay aquí? Que como había de dar... ¿En qué? En comer tierra, dio en quererme. ¿Y tú en qué diste? En amarle. Tómate esa. Hame dado una palabra. ¿Qué te ha quitado por ella? Solo el honor. ¿No más? No. Me cautiva esa modestia; que si hubiera hecho contigo alguna cosa mal hecha, vive Dios que hiciera... Pero, ¿qué sé yo lo que me hiciera? Y así, aunque indignado estaba, tanto mi cólera templas que te he de dar a escoger si quieres morir con esta daga o con este veneno. ¿Dónde está? En la faltriquera. ¿Tan prevenido venías? ¿Qué padre que honor sustenta y tiene sangre en el ojo, pelo en pecho y canas peina, puede andar sin un veneno teniendo una hija doncella que la pesa el serlo tanto que parece que se huelga? Padre, señor, yo... si... cuando... No me hagas ya pataletas ni carantoñas ni esguinces, sino escoge como en peras, en muertes. Dime pues, ¿qué te agrada? Ninguna dellas; porque ninguna es airosa. Luego airosa muerte esperas. Ya eso es mucha golloría; y al caballo del rey, piensa, que no hacen más que ponelle delante el manjar; alienta, que no te hemos de rogar nosotros que tú te mueras: daga o veneno me fecit. ¿No hay remedio? Ni remedia. Pues padre y señor, si tanto la dificultad aprietas, brindo a la muerte. Yo haré la razón cuando se ofrezca. Mas, ¡ay de mí! ¿Lo bebiste todo? Todo. ¡Ha, galamera! ¡Y me voy muriendo ya! No hayas miedo que te veas en ese espejo; que solo un poco de hipocrás era que yo para mi regalo tomé ahora de una despensa. Pues, ¿es bueno andar haciendo burla de mí? Hícelo, necia, por hacerte regañar, que no porque tú merezcas morir de veneno; y pues hemos llegado a esta selva... ¿A qué selva? ¿No quedamos en palacio y esa puerta cerraste? ¿No basta ser tan golosa y tan resuelta, sino poner objeciones, tan crítica y bachillera? ¿Quién os mete en eso a vós? Para llegar donde quiera, ¿no basta que yo lo diga? Perdona mi inadvertencia. Pues hemos llegado, digo, con el Rey hasta las puertas de palacio, desde aquí veamos la escarapela en qué para; que si el daño que has hecho no tiene enmienda, o tengo de andar yo a zurdas o tú has de andar a derechas. ¡Que canse el andar a pie! En mi vida lo creyera. Pues creedlo de aquí adelante. Tendrelo por cosa cierta. Todos estamos acá. Antistes, ¿con tanta priesa? Como Aura anda despacio, tomamos la delantera. ¡Fuerte razón! ¿Vós sois Aura? Sí, señor. Pues para esta. Todos allí os retirad; llegaré solo a esas puertas. ¿Ha del palacio? ¿Quién llama? Atollite portas vestras. El Rey es que, como es docto, sabe latín. Bene venias. Pues no vengo sino malo. ¿Qué traes? Ando de pendencia. Gran señor... Chico gigante... ¿Con quién? Con vós. Pues, ¿qué queja tienes de mí? Dos o tres. ¿Cuáles son? Es la primera esta, y la segunda la otra, y la tercera es aquella. Ahora echo de ver que tiene la razón notable fuerza. Mal guardas mi honor. Así guardara los días de fiesta. Pues, ¿cómo un hombre está ahí dentro? No está, que anoche entró apenas a buscar el aleluya cuando halló el requiem eternam. ¿Qué dices, bárbaro? Digo, señor, que esta maza mesma fue su maza doctoral, pues le batané con ella. ¿No viste que era mi hijo? Estaba a escuras, Su Alteza. ¡Grande descuido de mozo fue entrar sin una linterna! De noche todos los reyes son pardos. Esa sentencia te disculpa. Pero, ¿cómo le diste? Desta manera. La noticia me bastara sin llegar a la experiencia. Mas, ¿cómo yo no me muero? Como tienes la mollera más cerrada que tu hijo. Es verdad; que como era mi hijo príncipe faldero, siempre se la tuvo abierta. Vasallos, mi hijo murió anoche. Sea enhorabuena. La lealtad os agradezco con que sentís mis tristezas. ¿Dónde le echaste? A perder le eché por entre esas breñas. Buscadle, mas no le echéis la corma ya, aunque parezca. ¿El Príncipe ha muerto?¡Ay triste! ¿Qué es esto, Aura? La cabeza se me anda. El hipocrás se te habrá subido a ella. Desmayose entre mis brazos. ¿Qué es esto? Una borrachera en que ha dado esta rapaza; y así, con vuestra licencia, la quisiera despeñar. Pregunto yo, ¿es mi hija o vuestra? Vós podéis de vuestra hija hacer un sayo... Pues ea, muerte quiero darla airosa porque todo el mundo vea mi valor. Yo te la entrego, aire, para que se entienda que los castigos de un padre siempre en el aire se quedan. ¿Hasla despeñado ya? Sí, señor. Pues id apriesa a detenerla. Es en vano, pues ya desollando queda la zorra porque otra vez a enojaros no se atreva. Muy bien empleado está; mas buscadla porque tenga sepulcro. Muertos ni vivos no parecen tu hijo ni ella. ¡Qué se me da a mí! Mas, quiero que se me dé. Deidad bella de doña Ana, ¿qué se han hecho los dos? Ya te doy respuesta. Vengan noramala, noramala vengan, a ser jazmín él y a ser aire ella; que pues quiere Ovidio que aquesto suceda, vengan noramala, noramala vengan. Todo es prodigios el día. ¡Viva Pocris! ¡Pocris beba! ¿Qué es eso? ¿Hase convertido otro a la fe destas selvas? ¿Qué hay, Flora? Escúchame atento. Ya vendrás con una arenga. El pueblo, viendo que falta... No me quebréis la cabeza. ¿Es más de que pide el pueblo que estas dos hijas doncellas es hora que salgan deste San Juan de la Penitencia a tomar estado? No. Pues callad y estadme alerta: buscadme el hombre más rico que todo el concurso tenga de la gente que me escuche. Allí miro a un grande bestia rascarse hacia los calzones; yo le traeré a tu presencia. Si dice «el hombre más rico», ¿no echas de ver cuánto yerras? Pues, ¿qué más rico que aquel que tanta gente sustenta, y el día que la despide hace en la uña la cuenta? Lo entendiste. Ve tú y trayle en camisa. Está muy puerca. ¿Hase de acostar conmigo? No señor, pero pudiera. Cosas son estas que miro que pienso que no son estas. Tú, gran rey de Picardía, libre estás con toda entera tu familia. Familiar soy suyo por mar y tierra. Yo también. ¿Por qué, señor, tan sin tiempo ahora me sueltas? Siempre suelto yo sin tiempo. Dios te guarde. Aquí está. Llega. ¿Qué delito es espulgarse uno, para que le prendan? ¿Ser piojicida es pecado? ¿Tengo de llevar camuesas yo, ni priscos ni bellotas? ¿Quién mandó que me prendieran? Yo. ¿Por qué? No me faltaba más que daros a vós cuenta de mi galante capricho. ¿Por qué quién es no revelas? Porque la mosca, Tabaco, en boca cerrada no entra. Mi amo es; pero callaré. Ponedle a ese hombre una venda en los ojos. No la hay. Sea una banda. ¿Qué es della? Dad vós un pañuelo. Está mi ropa en la lavandera. Venga el vuestro. Siempre yo me sueno desta manera. En fin, ¿he de dar yo el mío aunque tan delgado sea? Tomad, cubridle la cara. Grande es, pues ya está cubierta. Retiraos todos. (Y tú, monstruo horrible, inculta fiera, no te vea más). Tú, ven conmigo. ¿Dónde me llevas? ¿No lo ves? A jugar un rato a la gallina ciega. ¿Que desprecie mis servicios el Rey de aquesta manera? Y aun que los vacía parece mucho más que los desprecia; que no hueles bien, Gigante. Quien huele más es quien tiembla. Pues yo debo de ser ese, que tiemblo al ver tu presencia. Todos habéis de temblar a puto el postre, que empieza mi cólera a enfurecerse. ¡Huye, Tabaco!, ¿qué esperas? ¡Huye, Pastel! Pasquín, ¡huye! Para el diablo que le tenga. ¿Qué es hüir? ¡A defenderos! No huyen hombres de mis prendas. Llevado por cortesía soy gigante de la legua; y así, adiós, hasta más ver. Pues adiós, hasta la vuelta. El Rey a palacio vino, y sin ver nuestros regalos se fue. ¿Sabes qué imagino? Que al ánsar de Cantimpalos le sale el lobo al camino; y sin duda a él le salió pues sin vernos se volvió. Aunque esa es razón aguda, quien se muda Dios le ayuda; y él, así como llegó, no viendo la puerta abierta, a volverse se resuelve por no hacer, es cosa cierta, más que el diablo, pues a puerta cerrada el diablo se vuelve. Con todo eso, que él ahora sin vernos se vaya, es bien sentir. ¿Por qué? Eso se ignora; porque a ojos que no ven, hay corazón que no llora. Yo me holgara que informado fuera que al enamorado de Aura zurré la badana, pues que vino aquí por lana para volver trasquilado. Yo sintiera que a saber llegara su proceder. Yo me holgara. ¿Por qué necia? Porque, en quien de rey se precia, más vale saber que haber. Luego, ¿tú de aquesta historia mal contenta estás? Es cierto, porque al principio es notoria cosa que se hace el pan tuerto. Y al fin se canta la gloria. Yo estoy triste de esa extraña tragedia. Hablemos las dos. Callar toca a la maraña. A quien no habla, no oye Dios. Quien calla, piedras apaña. Pues aunque ocultos están, tus pesares se sabrán. No harán, si mi llanto enjugo. Yo vi azotar al verdugo. Yo, enterrar al sacristán. El Rey, señora, ha venido. El Rey, señora, ha llegado. El Rey aquí se ha metido. El Rey hasta aquí se ha entrado. Catorce de reyes pido. El Rey viene a verte hoy. El Rey por nuevas te doy que llega. El Rey está aquí. El Rey... Calla, que sin ti a treinta con rey estoy. ¡Oh, yo estoy sin juicio y loco dentro de alguna espelunca! Tarde estos umbrales toco. Más vale tarde que nunca. Nunca mucho costó poco. ¿Cómo estáis las dos? Señor, con salud y sin dolor. Claro está, con vuestro amparo. Pues como todo esté claro, dos higas para el dotor. Aunque ciego aqueste lazo me tiene con embarazo, bien veo dónde estoy yo; que harto ciego es el que no ve por tela de cedazo. ¿Qué intento ha sido traer vendado este hombre contigo? ¿No lo podemos saber? De ver y creer soy amigo; y así, hijas, ver y creer: viendo que carnestolendas son para que se hagan rajas estas tocas reverendas, por quitarlas de barajas y meterlas en contiendas, que le corran a carreras como a gallo destas eras, quiero. ¿Nosotras? Vosotras; pero entre aquestas ni esotras, hijas, ni en burlas ni en veras le veáis las dos. Con osado brío jugad, que retirado yo espero. ¿Qué solicita tu intento? Ver que quien quita la ocasión, quita el pecado. No te entendemos, señor. Vencer pretende mi amor de vuestro hado los influjos: no os metáis ahora en dibujos y manos a la labor. Tomad las dos, y dejada la altivez, de fiesta va. Va, aunque estoy algo estropeada. ¡Al gallo, al gallo! Eso es a moro muerto gran lanzada. La que tú puedas coger, llegándola a conocer, se quedará en tu lugar. Pues esta quiero agarrar. ¿Quién soy? Déjamelo ver. Por señas ha de ser eso. Pues que ya lo sé confieso: dueña es. ¿Qué razón te enseña, si estás vendado, que es dueña? Las tocas, ¿qué hay para eso? Hombre, verte determino. Yo también, aunque seas feo. ¿Sabes quién somos, mezquino? Lo que con los ojos veo con el dedo lo adivino. ¿Qué es lo que llego a mirar? ¿No eres el que hice matar anoche? No, reina mía, que no es para cada día morir y resucitar. Luego así, ¡ventura rara!, no te dieron en la cholla, volviendo aquí a ver mi cara. No, porque cada día olla, señora, el caldo amargara. Tu vista me causa horrores. A mí, gustos. Los cuidados templad; que hacer son errores de un camino dos mandados ni servir a dos señores. Si la una al verme se muere y si la otra me quiere, repartid el bien y el mal, y tome cada una al pecador como viniere. (¡Ya le han visto y él las vio!) ¿Cómo, habiendo dicho yo que no le veáis? Oye... Di. Amor me dice que sí y tú me dices que no. (Esto es lo que pretendí, mas reñirelo.) ¿Que así guardáis lo que mando yo? Pues el amor me engañó, duélete, mi bien, de mí. Dolerme quiero, y venir podréis conmigo a llorar, pero quiéroos advertir que una cosa es el salir y otra cosa es el entrar. A que os den los aires vamos. ¡Qué contento! ¡Qué pesar! Cantad. Mucho de oíros holgamos. Pues, ¿qué habemos de cantar? Aquel tono de los gamos. Madre la mi madre: guardas me ponéis; que si yo no me guardo mal me guardaréis. ¿Cuando esperábamos llantos, cantos se oyen en las rocas? Aqueso no os cause espantos: deben de salir las locas pues salen tirando cantos. Ya el Rey y sus hijas bellas se ven. ¿Si serán doncellas? Su confesor lo sabrá. Mi amo también, porque está hecho siempre un perro entre ellas. ¿Cómo, alma, no solemnizas ver la que pudo abrasarme hecho el corazón cenizas? Pero para declararme más días hay que longanizas. Vasallos, deudos y amigos, cuya lealtad y virtud canta el sol por fa, mi, re, la fama por ce, fa, ut; ilustre nobleza y plebe, que al brindis de mi salud agotárades ahora aun la cuba de Sahagún: Pocris y Filis, mis hijas, son esta luz cuya luz hoy se sale a dar un verde con todo ese cielo azul. La causa por que las tuvo mi doctísimo testuz encerradas hasta ahora en aquesa esclavitud escuchad todos atentos, con silencio y con quietud, sin hablar y sin chistar y sin decir tus ni mus. Ya sabéis que yo inclinado fui desde mi juventud a las letras, estudiando todo el ban, ben, bin, bon, bun, hasta el Arte de Nebrija y las tablas del Talmud, sin dejar astro con quien no anduviese a tú por tú. Esa república hermosa de estrellas patria común, obediente a mis preceptos, hace a mis líneas el buz, sin quedarme estrella en todo ese azulado betún que al andar las suertes no me tenga por su tahúr. Pues siendo así, el infelice día que nacieron de un parto aquestas doncellitas, entre mí dije: «Ahora ¡sus!, sepamos qué es de su vida». Y con gran solicitud por levantar la figura mayor que mi ingenio sup, me levanté de la cama y fuime a caza al Paúl, en cuya gran soledad, al pie de un almoraduz que a su sombra alimentaba juncias, berros y orozuz, me aproveché de mis ciencias, que con grande prontitud me dijeron todo esto (memoria, ayúdame tú): «Esas dos bellezas raras u han de morir presto u por ellas sucederán grandes daños en Irún; porque la una al primero hombre que en su juventud vea le ha de dar las llaves de su viviente baúl; y la otra, al primero que a ella la vea con su inquietud amorosa, le ha de hacer que hable el buey y diga 'mu'. No parando aquí el agüero pues pasa su ingratitud a que, siendo una Jarifa, muerte la dé su Gazul; y Angélica, la otra, mate su Medoro Ferragús». Yo, pues, viendo que nacía tan fatal su dinguindux, que era su vista primera para sus designios flux, dije, como jugador de manos: «Quirlinquimpuz, ¿veislas? Pues ya no las veis». Y en las orillas del sur las hice de cal y canto ese dorado ataúd; porque en fin es menor daño de mis desdichas y sus influjos que mueran vivas que no que en mi senectud, diciendo el cuervo «cras-cras», diga el cuquillo «cu-cu». Con este intento, guardadas las tuvo mi rectitud donde nada las faltó; dígalo la promptitud de su servicio: ¿qué tortas no las traje de Gandul?, ¿qué melones de Guadix?, ¿qué conejos de Adamuz?, ¿qué perdices de Berfox?, ¿qué miel de Calatayud?, ¿qué esperiegas de Aranjuez ni qué pimienta de Ormuz? ¡Hasta traerlas de Argel alcotanes y alcuzcuz! Pero ya que la Fortuna, deidad sin consejo algún, ha dispuesto los acasos de suerte que ese avestruz digirió a mi hijo, quedando tendido como un atún, al convertirle en jazmín sin poder en altramuz, quiero los inconvenientes de las dos sanear según buen arte de medicina; y es que, pues vino aquí a espul- garse este hombre y vio a las dos, le demos ahora una zurr, pues muerto él, las dos se quedan seguras de no ser pu- ercas. Pero, ¡tente lengua!, que en lo infiel eres Dragut. ¿Y es justo, señor, que muera un inocente por un galante capricho? Sí. ¿Jurado a Dios? Y a esta cruz. ¡Llevadle de aquí! Esperad, señor. Fía en mi virtud, que sin que cueste una vida aseguras tu quietud: seré desde aquí una santa. Ya te conozco, que tú lo dices mas no lo haces; a perro viejo no hay tus. Bien dices: muera, señor. ¡Despeñadle, multitud, adonde se haga pedazos pero no otro daño algún! En fin, ¿me han de dar la muerte? ¿Preguntara más Artús? Pues, ¿qué queríais que os dieran, alfajores y alajú? Idos a morir si no queréis que os maten. Voy pues no tengo quien me defienda. ¡Sí tienes! Plebe común, ¡dejadle! ¿Quién es aquel que se me opone? Ego sum. Pues, ¿quién te mete a ti en eso? Haber nacido andaluz y estar en mí todo Osuna. Pues con ese archilaúd, entonando por natura, cantando por ce, fa, ut, mueran estos, que no son gigantes. ¡Jesús, Jesús, qué bobería! ¡Matadlos! ¡Mueran los dos! Poco tus barahúndas nos dan pena. Señor, mira que este albur que salió a tierra del mar en un delfín o laúd es el rey de Trapobana. Pues no los matéis. Ve tú a socorrerlos. Ya voy. No vayas. No voy aún. ¡Dales vida! ¡Dales muerte! Conformaos; que estoy un sus de creer que sois, las dos, dos hijas de Bercebú. Ya que el pasado alboroto a paces se ha reducido, pues ando rotivestido, andar quiero manirroto con vós. Y aunque el ser, creed, piadoso es virtud moral, hoy quiero hacerla 'peral': como en peras escoged entre esas dos hijas bellas; y dando al amor tributo, vaya el diablo para puto y casaos con una de ellas. Con eso todo el enojo me quitáis, andando franco; pero mi discurso es manco con aquella que no es cojo. Y así, porque de mi arrobo no se quejen, ni de vós ad invicem, con las dos me casaré... ¡Cómo, bobo! ...para que ninguna caiga en el desaire que tray dejarla. Para eso no hay dispensación. Que la hayga. No es posible: una en rigor, y brevemente, escoger podéis. ¿Y no podrá ser especialmente, señor? ¿Qué hombre compra una tinaja que antes de dar lo que vale no la mire si se sale? ¿Qué hombre a una bodega baja a concertar algún vino que antes que a casa le lleve si es bueno o malo no pruebe? Melón compra y es pepino el que calarle no quiera. Y en fin, ¿quién da su dinero por un potro que primero no repase la carrera? Decís bien: despacio vellas es acertado consejo. Vamos de aquí. Ahí os las dejo: aveníos bien con ellas. Antes que escojas, contigo tengo un empeño. ¿Cuál es? Yo te lo diré después. Tu Inés soy. Eres mi amigo. A veros me quedo; y digo que nadie se enoje. ¡Ay de mí si a mí me escoge! ¡Ay si no me escoge a mí! Según la razón me enseña en una duda tan honda, Filis es carirredonda, Pocris es cariaguileña. Y si el moño, que tal vez suele engañar, no me engaña, Filis es pelicastaña y Pocris es pelinuez. En sus barnizados mapas tienen los ojos ingratos, la una de arrebatagatos, la otra de arrebatacapas. Uno mismo es el barniz que la superficie toca, cada una tiene su boca y cada una su nariz. Los talles ambos son buenos, chico con grande. Tú estás diciendo: «Del bien, el más». Tú dices: «Del mal, el menos». Esto está visto: ¡hola aquí!, ¡ropa fuera! ¡Error crüel! Pues, qué es lo que intentas di. Regatearos hasta el último maravedí. No puede eso hacerse. Yo digo que se puede hacer. ¿O me dan o no a escoger? ¿O me he de casar o no? Los adornos más nocivos siempre de la voluntad son mentira, y la verdad ha de andar en cueros vivos: la verdad quiero saber. Yo te la diré. No yo. ¿O me he de casar o no? ¿O me dan o no a escoger? Desde el punto que te vi te aborrecí de manera que, porque es blanca, no diera mi mano por todo ti. Filis es más cariñosa: ella la duda concluya; que para ser cosa tuya es buena; mas yo no es cosa. Basta, basta, Pocris bella, que no está en corte ni en villa mi hermosura en la capilla para demandar por ella; que si el alma como boba le di a Céfalo, sabré quitársela ahora aunque me naciese una corcova. Yo no quiero que me quiera. Yo sí quererle, que es más. Para mí es un fierabrás. Para mí es un 'bras sin fiera'. Pocris soy, y porquería será el elegirme hoy. Por eso que Filis soy, y será filatería. ¿No miran vuestros pesares que entre damas de copetes no hubo dimes y diretes sino dates y tomares? Arañaos y no os habléis las dos de tales maneras; que parecéis verduleras. Decís bien. Razón tenéis. Hoy tengo de ser tu parca. Veámoslo. Esperad, que quiero medir las armas primero. Estas son uñas de marca; estas algo más garduñas. Presto a cortarlas me obligo. ¿Con quién? Contigo. Conmigo nadie se corta las uñas. Y esa es otra nueva queja: ya el dolor las mías aguza. ¡Ea Pocris!, ¡zuza!, ¡zuza! ¡Ea Filis, a la oreja! Llega, pues. Llegaré, pues. ¿Dos infantas se han de asir? Déjalas, que esto es reñir cada uno como quien es. Aqueste es tu moño, infanta. Este es el tuyo, princesa. Mucho de veros me pesa a las dos en Calva-Danta. Pues reñimos en cuartel, los prisioneros volvamos. Alafia dellos hagamos. Pues tal por tal. Él por él. Y ahora, ¿qué hemos de hacer? Pues que bien hemos quedado, cada una irse por su lado. Adiós. Adiós. A más ver. ¿De qué son las confusiones? ¿Bastantes causas no son tener hoy el corazón pasado de dos arpones? Tanto que, si un fraile pasa de San Agustín, sospecho que se entre al ver en mi pecho el escudo de su casa. Pues, ¿qué hay ahora? Hay que Filis me quiere; hay que no la quiero; hay que yo por Pocris muero; hay que Pocris es busilis, para mí, crüel y ingrato; y hay que anda el ciego Dios hoy conmigo y con las dos como tres con un zapato. Señor: quiere a quien te quiere. En eso hay poco que hacer; lo primoroso es querer a la que me aborreciere: ¡viva Pocris! Bobería. Pues si tú por tal la sientes: ¡viva Filis! ¿Hay más? Mientes. Tú mentirás otro día y te lo diré yo a ti. Que me has vencido confieso. Queda solo. Según eso, yo me escurro. Escucha. Di. En la grande Trapobana... ¿Con un romance os venís? Pues si es viejo el ser romance, ¿hay más de que sea latín? In Trapobana mea patria rex illustris natus fui, et amor unam sagittam tiravit mihi vel mi. Non sagitta fuit vulgaris, attamen sagitta fuit quæ penetravit ad almam cum verbo illo volo, vis. Vidi calceamentum unum Filidis... Tened, oíd, ¿veis cuánto decís? Pues no entiendo cuanto decís. ¿En qué idioma os he de hablar si el romance y el latín no os agradan? Mal por mal, en romance lo decid. Digo que de Filis bella un día un zapato vi, el cómo llegó a mis manos es muy largo de decir; que le vi basta saber, y que a su breve y sutil aliño me rindió Amor, en solo un cerrar y abrir de ojo, el alma a zapatazos; que como suelen decir: «Zascandil con vaina y todo, con la vaina del jazmín de su pie, me dio el rapaz a traición el zascandil.» Mas, ¿para qué os lo encarezco si en menos que hacer así podéis verlo? Esta es la concha de aquella perla: advertid cómo la perla será cuando la concha es así. Y si así huele el zapato, ¿cómo olerá el escarpín? Desta alhaja enamorado, de mi patria me salí en busca suya, y llegué a este encantado país con animo de sacarla por el vicario de allí. Pues, ¿qué cédula mayor que este zapato? Y en fin, viendo que hoy está mi vida de vós pendiente en un tris, vengo a valerme de vós y a suplicaros que, si vós no la habéis menester, que me la dejéis a mí, porque la he menester yo para cierta cosa. Y si habiéndooslo suplicado con las ternezas que oís, de bien a bien no lo hacéis, os lo tengo de pedir de mal a mal; porque un hombre que viene buscando aquí la horma de su zapato, fuera desaire muy vil que se volviera sin ella; no seáis, pues, para mí, Céfalo, mi 'hazme llorar', pudiendo mi 'hazme reír'. Yo confieso, caballero, que os estoy muy obligado, que la vida me habéis dado, que tal cual así la quiero; pero esto de voluntad ya sabéis que no está en mano de un católico cristiano, aunque tenga caridad. A Filis no he de elegir porque quiere que la quiera mi crïado, de manera que yo no os puedo servir con ella. Pues fuerza es, siendo eso así, que riñamos. Riñamos, pero que estamos borrachos dirán después, viendo una lid tan reñida por princesa semejante, pues ella hallará otro amante y nosotros no otra vida. Mirad: bien decís; y yo he hallado en mis pareceres gusto en reñir con mujeres pero por mujeres no; y así, mi cólera brava otro medio elegir quiere. Dela Amor a quien quisiere: juguémosla. ¿A qué? A la taba. ¿Traeisla vós? Y bien raída aunque es de hoy; que el despensero en gigote de carnero me la sirvió a la comida. Vaya... Pues, no es esa. Espera: yo la sacaré. ¿No ves que esta es la 'taba que es' y esotra la 'tabaquera'? ¡Oh, gane yo una vez sola! Por mano echo. Tira, acaba; mas, ¡hola!, alza bien la taba, no tengamos tabaola. Carne. Chuca. Mía es la mano. Pues, ¿quién trabuca que es mejor carne que chuca? Un cuarto te paro, pues, de Filis. ¿Un cuarto? Es llano. A parar más te acomoda. ¿Qué quieres?, ¿que pare toda una infanta en una mano? ¿No será razón que atiendas que, aunque amantes somos tiernos, jugamos a entretenernos y no a perder las haciendas? Un cuarto paro. Yo topo; pero asentemos primero si es trasero u delantero. Esa es fábula de Isopo; ¿toda no se ha de jugar? Podrá ser que el juego pare; y el cuarto que yo ganare se le he de descuartizar. Taba: un cuarto gano. ¡Oh, cuánta es mi desdicha! Otro paro. Taba: otro gano. Era claro. Ya es mía la media infanta. Es verdad, pero ya he dicho que bornea poco o nada la taba. Muy bien borneada está, y sobre ese capricho me mataré. Yo también; que una cosa es no reñir por Filis, y otra sufrir que tragantonas me den. Acabemos de jugar como quien somos, que hacemos mil bajezas. Acabemos y pelitos a la mar. Pues en aire convertida me han hecho creer que estoy, sin que estos me vean, voy buscando la prevenida venganza de Pocris. Puesta está Filis en aprieto, y he de embarazar su efeto. Paro. Topo. Voyla a esta. ¿Adónde echasteis la taba? Fuerza es que también lo ignore, pues nos la quitó en el aire el mismo aire. Buenas noches. Aquí hay misterio mayor, pues los dioses nos la esconden. Sin duda, alguna deidad pretenden jugar los dioses y la llevaron; que como ellos carnero no comen, valdrá un ojo de la cara cualquiera taba en los orbes. Bien que dos cuartos de infanta ganando estoy; y quien ose mirarla de medio arriba le hará este acero gigote. Ganáis mucha calabaza. Yo he ganado, como noble, media infanta; y esa media ha de ser mía esta noche. ¡Más nonada! Oídos hay; chitón, no deis tantas voces. ¿Qué portero del Consejo nos notifica chitones? No veo a nadie. Yo tampoco. ¡Gran misterio aquí se esconde! Deidad auxiliar de Filis, ya que el juego nos estorbes, di tú: ¿quién quieres que viva en mi pecho? ¡Viva Pocris! Los cielos quieren que sea Pocris tuya, ¿no los oyes? Pues, ¿hay más de que sea mía? Nunca peores cepos tope adonde echar la limosna. ¡Pocris viva! ¡Viva Pocris! ¿Resolviose la postema de tu duda? Antes se rompe y da materia a la fama, para que diga su bronce que Pocris es la hermosura a quien he de dar de coces. Dale antes, si te parece, la mano que el pie. A 'sus soles' tengo que hablar 'a mis solas'. Eternos años me goces. Filis, Amor te consuele. Sí hará. ¡Diablos sois los hombres! No me culpes. Calla; no me digas oste ni moste. Supuesto que estáis casados, no es bien que nadie os estorbe; que en bulla y conversación no suenan bien los amores. Vamos a hacerles la causa a esta dama y a este joven. ¿Qué es la causa? ¿No entendéis metáforas? ¡Legos hombres! ¿'Hacer la cama' no dicen, procesales escritores, al hacer la causa? Sí. Pues yo digo, ignorantones, hacer la causa a la cama, que es metáfora in utroque. Caballeros, ¡despiojad! Bien importante es el orden. Muriéndome voy. ¿De qué, señora? De celos, López. ¿Diré que doblen por ti? No, amiga; di que desdoblen. Señora Filis, a falta de un picardesco consorte, aquí está otro trapobano. Nada me habléis. ¿Por qué? Porque estoy hecha de mil hieles. Pues no me habléis con rigores, que tengo en vós de vivienda dos cuartos. Pues, ¿quién los diote? Mi suerte. Un alto y un bajo porque acomodado more: en el alto cuando enere, en el bajo cuando agoste. Pues cuando tenga la suerte libro de aposentadores, este es hecho a la malicia y ningún huésped acoge. Llore Amor, pues no a mejillas enjutas Filis se cogen. Pues solos hemos quedado, hermosa divina Pocris, para entretener el día mientras se llega la noche: digámonos uno a otro tantísimos de favores. Nunca en tal me vi; mas vaya: direlos a troche y moche. ¿Ves esta fragante rosa vestida de nieve y grana que, estrella de la mañana, brilla ardiente y luce airosa, a quien las flores por diosa aclaman, viéndola aquí, ya esmeralda o ya rubí, de aljofares coronada? Pues contigo comparada, no se le da esta de ti. ¿Ves aquel bello narciso que en el margen de esa fuente parece que aun ahora siente el amor con que se quiso, pues sin cordura ni aviso se está requebrando allí, enamorado de sí, galán esplendor del prado? Pues contigo comparado, no se le da esto de ti. ¿Ves esas parleras aves que cantando dulcemente al compás de esa corriente, ya bulliciosas ya graves, cláusulas forman süaves? Pues a la aurora que dora estos campos, su canora música, sus celestiales ecos van, porque no vales tú un comino para aurora. ¿Ves esos sauces, del viento movidos, dar a su tropa un órgano en cada copa, en cada hoja un instrumento? Pues su armonioso acento que añade en cada renuevo un verde ruiseñor nuevo, a Febo aclaman iguales, no a ti, porque tú no vales un rábano para Febo. ¡Qué dulce gloria es oír encarecidos amores un hombre de lo que adora! ¡Ce, caballero! Ceceome allí una mujer tapada. Véngase conmigo. ¿Adónde? Eso es mucho preguntar. Donde dicen esas voces. Deja, deja el regazo de tu consorte; pues que no dejas nada, Porquis por Porquis. Escucha, deidad, aguarda... ¿Con quién hablas? ¿Tú no oyes una süave pandorga que dulce los aires rompe? Yo no. Yo sí y eso basta a que del todo me informe; que alguna deidad su juicio pierde por mí; y así voyme. ¿Dónde? Por ahí. ¿Eso dices? Pues, ¿por qué no? Es gran desorden. Ya eres mi propria mujer: contigo fueran errores tener cumplimientos, pues del matrimonio los toques nunca llegan a ser cabes porque van con condiciones; y más cuando una deidad me llama diciendo a voces Deja, deja el regazo de tu consorte; pues que no dejas nada, Porquis por Porquis. ¡Hay tan gran maridería! Tenedle, si sabéis, flores, tener algo de provecho; poneos delante, montes, si os sabéis poner delante alguna vez que no estorbe. ¿De qué te quejas? De que Amor conmigo anda a coces: de mis mismísimos brazos huyó Céfalo. No llores que no te eligiese a ti, porque es, hermana, un ruin hombre que no sabe tener fe con mujeres de mi porte. Pensé que no le quería, y cátame aquí, ¡oh rigores tiranos!, con unos celos que me han venido de molde. De quién los tengo, no sé; mas sé que con pies veloces la he de seguir. Y así, Dios mis graves culpas perdone, que si encuentro a esta picaña deidad que me le concome, que tal golpe la he de dar que no parezca que es golpe. ¿Estás loca? Claro está. Mira... Miren los mirones. Tente. Tengan los tenientes. Oye... ¡Oigan los oidores! Dejadme todas; que estoy por ir a hacerme gigote. Cuál estaré yo, ¡ay de mí!; porque si ella ve visiones, yo a las visiones y a ella, conque son mis celos dobles. ¡Ay Céfalo, que dos veces ultrajes mis pundonores, mis altiveces sobajes, y con espada y estoque, a Pocris pases de punta y a mí me tires de corte! ¿Tú también? Pues, ¿soy yo menos que la otra para dar voces? Considera... Consideren los necios murmuradores. Repara... Repare el que esgrime. Nota... Que noten los curiosos. Ve... Vea el que por esquinas y cantones a ciegas anda; que estoy del amor a los virotes, de enojos hasta el gollete, de celos de bote en bote. ¿Dónde me llevas tras ti, tapadísima deidad? A perder. ¿A perder? Pues, ¿dónde llevan las demás? ¿Habéis oído que alguna tapada lleve a ganar? No, mas temo que se diga, al ver que vós me sacáis de los brazos de mi esposa, que por esta soledad a caza sale el marqués danés Urgel el Leal. Escuchad, sabréis quién soy y mi intento. Comenzad. Oíd aparte, no nos oigan. Hablando los dos están en secreto, aunque hasta ahora no es secreto natural. En la espesura se meten guiando ella; y él, detrás, allá va a buscar la caza a las orillas del mar. ¿Habeisme entendido? Sí. Pues dadla, sin más ni más, muerte a esa fiera. ¿Con qué? Esta ballesta tomad de bodoques que os envía Dïana. Adiós. Esperad. Tengo otras cosas que hacer. ¿Con cuánta velocidad por las riberas del Po la caza buscando vas? ¡Airosa ninfa, detente! Él se queda, ella se va, sin comerlo ni beberlo; aunque en aqueste lugar, estando los dos a solas, ella dama y él galán, vïandas aparejadas traían para yantar. ¿Por qué tan solo me dejas en este monte? ¿No hay más de decir «mata una fiera»? ¿Tan fáciles de matar son? Aquí quiero esconderme de aqueste jazmín detrás, para saber en qué para. O lo hace Barrabás o mis oídos lo fingen o al pie de aquel arrayán, en la espesura del monte, gran ruido oyeron sonar. ¡Tiro! ¡No tires! ¿Por qué? Hijo, porque me darás. Pues, ¿quién eres? Tu mujer. Y, ¿qué haces aquí? Acechar. ¿Mujercita acechadora tengo? Por eso verás que apunto mejor. ¿Qué haces? Tirar. ¿Tirar? ¿A qué? A dar. Tira y mira, no me yerres. Yo procuraré acertar. ¡Ay infeliz, que me has muerto! (Como ella diga verdad y no se queje de vicio, sin duda que la hice mal.) Pocris, señora, mi bien... Céfalo, señor, mi mal. ¿Dite? Y como que me diste un bodocazo fatal ventidoseno, porque ya delante y ya detrás, veinte y dos heridas tengo que cada una es mortal. ¡Oh mal haya la ballesta! Mas puédeste consolar, mi bien, que esta es la primera cosa que acerté jamás. ¡Buen consuelo nos dé Dios! ¿Para qué veniste acá? Para apurar mis recelos. ¿Y es justo, por apurar recelos, aguar venturas? ¡Qué condición infernal de mujer! Ríñeme ahora, que no me faltaba más. Pues muérete si no quieres que te riña. De esta va el alma por esos cerros. ¡Expiró el mayor fanal del día! ¡Vino la noche! República celestial, aves, peces, fieras, hombres, montes, riscos, peñas, mar, plantas, flores, yerbas, prados: venid todos a llorar. Coches, albardas, pollinos, con todo vivo animal; pavos, perdices, gallinas, morcillas, manos, cuajar: ¡Pocris murió! Decid, pues: «¡Su moño descanse en paz!» Que descanse en paz, decimos. Pocris bella, ¿dónde estás? ¿Dónde estás, señora mía, que no te duele mi mal? Señor, si buscando vienes tu hija, vesla ahí donde está. No la despertéis. No duerme. ¿Qué hace? Está muerta. ¿Eso más? ¿Quién la mató? Yo. ¿Por qué? Porque me vino a acechar. ¿Quién la metió en ser curiosa? ¡Muy bien empleado está! ¿Eso dices? Esto digo. Muera quien muerte la da. No le matéis; que antes quiero que esté conmigo de hoy más porque me vaya matando a toda mi vecindad, pues que mata a los que acechan. Ese cadáver llevad y a su merecida muerte sea pompa funeral una grande mojiganga; que no se ha de celebrar esta infelice tragedia como todas las demás. ¿Mojiganga? Mojiganga; y yo la he de comenzar por daros ejemplo a todos. Una guitarra me dad. ¿Guitarra aquí? ¿Por qué no? Porque no la hay. Sí la hay. ¿Dónde? Colgada de un sauce u de otro árbol estará; que cada día las cuelgan los pastores. Es verdad, que aquí hay guitarra. Ahora bien, todos de aquí os retirad; y como os vaya llamando os id arrojando acá. ¿Que esto hagas? Esto hago. Y porque todos veáis, cuánto me remoza esto, en un instante mirad cuántas canas se me quitan en comenzando a cantar. Vaya, vaya de mojiganga, de alegría y de pesar; que quien llora con placer, siente bien cualquiera mal. Vaya, vaya, [de mojiganga, de alegría y de pesar; que quien llora con placer, siente bien cualquiera mal.] El Gigante con las dueñas salga el guineo a bailar. Mejor fuera una endiablada. Pues bailen con Barrabás. Para eso bailemos todos. Pues repitan a compás... Vaya, vaya de mojiganga, [de alegría y de pesar; que quien llora con placer, siente bien cualquiera mal.]