JORNADA PRIMERA Haced alto en esta parte, y en uno y otro escuadrón divididos, saludad con salva al Rey mi señor. Cantad aquí, mientras llega el rey a estos montes hoy; y a aquellas salvas de Marte sucedan las del Amor. "Coronado de laureles, lleno de fama y de honor, vuelva el valeroso Nino a los montes de Ascalón." Tiresias, abre esta puerta, o a manos de mi furor, muerte me dará el verdugo de mi desesperación. Allí trompetas y cajas, de Marte bélico horror; allí voces y instrumentos, dulces lisonjas de Amor, escucho; y cuando informado de tan desconforme unión de músicas, a admirarme en las causas de ella voy, estos golpes que a esta puerta se dan, y en mi corazón, a un tiempo me han detenido. ¡Confuso y medroso estoy! Haced salva, que ya el Rey desde aquí se descubrió. Vuelva la música a dar al aire su dulce voz. "A tanta admiración suspenso queda en su carrera el sol." Tiresias, si hoy no dispensas las leyes de esta prisión, donde sepultada vivo, la muerte me daré hoy. Del acero de mi vida ya tres los imanes son; éste llama con más fuerza, a responder a éste voy. ¿Qué das voces? Dos acentos, que a un tiempo el aire veloz pronuncia, dando a mi oído ambos de equivocación, por no haberlos escuchado jamás, que jamás llegó a mi noticia el ruidoso aparato de su voz, la cárcel romper intentan donde aprisionada estoy desde que nací; ¿porqué confusamente los dos me elevan y me arrebatan? Éste que dulce sonó, con dulces halagos, hijos de su misma suspensión; éste que horrible, con fieros impulsos, tras quien me voy, sin saber dónde; que iguales me arrancan el corazón blandura y fiereza, agrado y ira, lisonja y horror; cuándo, un estruendo a esta parte, cuándo a ésta una admiración; ésta adormece al sentido, ésta despierta el valor, repitiéndome los ecos del bronce y de la canción. "A tanta admiración suspenso queda en su carrera el sol." No en vano yo me recelo que fuese despertador del letargo de tu vida ese confuso reloj de los vientos, que hoy ha hecho desacertado el rumor. Hablarte quise, porque esas novedades dos temí siempre que engendrasen en tu altiva condición nuevos deseos de ver a quien las ocasionó; y así, quiero prevenirte de lo que es, para que no te desespere tu vida, y el influjo superior, que a voluntad de los dioses te tiene en esta prisión, le facilite, sin que baste a embarazarse yo. Sabrás, pues, que Nino, Rey de Siria, ya vencedor de las bárbaras naciones del Oriente, vuelve hoy a Nínive, corte suya; por aquí pasa, y al son de sus cajas y trompetas, lenguas del sangriento dios, los rústicos moradores de los montes de Ascalón le aclaman; y pues que ya sabes toda la ocasión del militar aparato y la dulce elevación, sosiegate, y vuelve, vuelve a la estancia que te dio por cuna y sepulcro el Cielo; que me está dando temor pensar que el sol te ve, y que sabe enamorarse el sol. En vano, Tíresias, quieres que ya te obedezca, que hoy la margen de tus preceptos ha de romper mi ambición; yo no he de volver a él, si tu sañudo furor me hiciese dos mil pedazos. Mira. Suelta. ¿Ya olvidó tu memoria cuán infausto fue tu nacimiento? No; bien lo sé de ti, que fuiste segundo padre, a quien yo debí la vida. ¿Pues cómo no me obedece tu amor? Como mi obediencia ya la última línea tocó del sufrimiento, alentado del discurso y la razón. ¿Te acordarás qué, te dije? Sí; que Venus te anunció, atenta al provecho mio, que había de ser horror del mundo, y que por mí habría, en cuanto ilumina el sol, tragedias, muertes, insultos, ira, llanto y confusión. ¿No te dije más? Que a un rey glorioso le haría mi amor tirano, y que al fin vendría a darle la muerte yo. Pues si eso sabes de ti, y el fin que el hado antevió a tu vida, ¿porqué quieres buscarle? Porque es error temerle; dudarle basta. ¿Qué importa que mi ambición digan que ha de despeñarme del lugar más superior, si para vencerla a ella tengo entendimiento yo? Y si ya me mata el verme de esta suerte, ¿no es mejor que me mate la verdad, que no la imaginación? Sí; que es dos veces cobarde el que por vivir murió; pues no pudiera hacer más el contrario más atroz, que matarle; y eso mismo hizo su mismo temor. Y así, yo no he de volver a esa lóbrega mansión; que quiero morir del rayo, y de sólo el trueno no. Pues antes que te resuelvas a tan temeraria acción como darte a conocer, sabré embarazarlo yo. ¿De qué suerte, si ya vuelven a alentar mi presunción esas voces? De esta suerte. ¡Guardas del monte! Señor. Pues vosotros sois a quien este prodigio fió, mi confïanza, sin que el rostro viese a los dos, esa fiera racional reducid a su prisión Tened, no lleguéis, villanos; que no quiere mi valor darse a partido. Y así para que no quedes hoy vano de haberme vencido, tengo de vencerme yo. Mira, Tiresias, a cuánto se extiende mi presunción; pues porque nadie me fuerce, voluntariamente voy a sepultarme yo misma en esta oscura estación de mi vida, de mi muerte tumba dijera mejor. Cerraré la puerta. Grande Júpiter, dame, favor para que embarace tanto asombro como antevió Venus, prevenido en este raro prodigio de amor. Vuelvas felicemente, de laureles ceñida la alta frente, a ver, de tan extraños horizontes, hoy, gran señor, aquestos patrios montes que ausente te han tenido edades tantas. Y a todos su merced nos dé las plantas, pues de creer es que para tales fines todos los reyes traigan escarpines; y déselas también aquí a Sirene mi mojer, que a besárselas hoy viene, y se las besará con alegría, por besar una cosa que no es mía. ¿Que luego hobiese, Chato, de ver el Rey que sois un mentecato? Alzad todos del suelo. Yo, Lisías, os estimo el noble celo con que Ascalón recibe mi persona. Vuestra grandeza mi humildad abona; que aunque es verdad que yo le he gobernado, este amor no se debe a mi cuidado, sino a su gran lealtad; y vos, señora, de tanto humano sol divina aurora, a todos dad la mano. Sino a Sirene, mi mojer, que es llano que si llega en sus labios a ponella, de asco en un mes no comeréis con ella. Para ésta, picarote, que los huéspedes idos, haya escote. Puesto que ya mi gente las fértiles provincias del oriente discurrió numerosa, con tan grandes conquistas vitoriosa, pues a sus armas yace la Fenicia, y víctima la Siria, la Cilicia, la Propóntida, Lidia, Egipto, y Caria, donde apenas quedó nación contraria que no me obedeciese desde el Tanais al Nilo, cese, cese el militar acento de estremecer al sol, herir al viento, turbar el mar y fatigar la tierra, y hoy a la blanda paz ceda la guerra. Desde hoy vivir en ella determino, en la ciudad de mí nombre, Nino, Nínive se ha llamado, a quien yo por grandeza he edificado. Tú, Menón, que valiente los sagrados laureles de mi frente tanto has facilitado, que a ti el mirarme de ellos coronado confesaré que debo, si bien, bien a pagártelos me atrevo, hoy con la gente en Ascalón te queda, donde a tu orden disponerse pueda ese despojo todo; y en su distribución dispón el modo de suerte, que el más mísero soldado no vuelva sin que vuelva coronado con trofeos marciales, a pisar de su casa los umbrales; y porque a dar hoy enseñado vivas, quiero que antes recibas; porque no sabe cuánto es lisonjero el dar, el que primero no supo cuánto fue, Menón, penoso que liberal no fuera un poderoso; quiero que en este punto el dar y el recibir lo aprendas junto. Esa provincia bella, con cuanto en sí contiene, hinche, y es de ella, es tuya. De Ascalón eres ya dueño, aunque triunfo pequeño a tus grandes servicios. Pero éstos no son premios, son indicios de mi amor; no te ofrezcas a mis pies, ni esto poco me agradezcas. Toma la posesión, paga la gente, y todo esto sea brevemente; porque tu aviso creo que te le está notando mi deseo; que yo con la divina y soberana beldad de Irene, mi gallarda hermana, a quien, la Palas siendo de este Marte, mis aplausos debieron tanta parte, ir a Nínive quiero; en ella, pues, te espero, para partir contigo mi cetro y mi corona. El sol testigo será de una privanza a quien nunca se siga la mudanza. Invictísimo joven, cuya frente no sólo de los rayos del Oriente inmortal se corona, pero de zona trascendiendo en zona, de hemisferio pasando en hemisferio, hasta el ocaso extenderá su imperio, yo estoy de ti premïado sólo con ver, señor, que hayas llegado a dejarte pagar de mis deseos; que nadie es acreedor de tus trofeos, sino tu aliento sólo, Marte en la guerra y en la paz Apolo. Dame, Menón, tus brazos, y cree que aquestos lazos nudo serán tan fuerte que sólo le desate... ¿Quién? La muerte. De mil contentos llena, no a dar, a recibir la enorabuena me ofrezco yo, Menón, porque a ninguna persona toca más vuestra fortuna. En eso no hacéis nada, que sois en ella muy interesada; pues cuanto yo valiere, no es más que un corto don que darme quiere el Cielo, porque tenga un sacrificio más que se prevenga llegar con mudo ejemplo al no piadoso umbral de vuestro templo. Dadme a besar la mano, si merezco favor tan soberano en esta despedida. La mano no, los brazos y aun la vida os doy, Menón, en ellos. ¡Oh, si como adorallos, merecerlos hoy mi humildad pudiera! Haced breve esta ausencia. Feliz fuera amante que a adorar un sol se atreve, si él a la ausencia hacer pudiera breve. (Aunque el ver he sentido que mi patria hoy a ser haya venido vasalla del vasallo, callaré, pues no puedo remediallo.) La merced que os ha hecho el Rey, Menón invicto, ya mi pecho por propria reconoce; largas edades vuestra edad la goce. No dudo yo, Lisías, tendréis por vuestras las venturas mías; mas lo que a vos y a todos juntos digo es que en mí, no señor, tendréis amigo que a todos os estime, y sólo a honraros el poder me anime. Pues si hoy amigo y no señor tenemos, justo es que como amigos nos tratemos. ¿Cómo estáis? Y pues es cosa asentada que a un amigo no se ha de callar nada, y más cosas de pena y de cuidado, sabed que con Sirene estoy casado. Llegad acá, verá mi amigo agora con qué cara amanezco cada aurora. ¿Es la vuesa mejor? No, mas la mía no es mi mujer. Dejad para otro día el gusto de escucharos. Lisías, hoy fïaros de mi cuidado espero la parte principal; venid, que quiero que me advirtáis en todo el estilo y el modo de alojar, mientras pago aquesta gente; y quiero juntamente que noticias me deis de aquesta tierra, y qué es lo que en sus términos encierra. En todo he de serviros. Viento, llévale a Irene estos suspiros; y tú, diosa Fortuna, condicional imagen de la luna, estáte un punto queda; diviértela tú, Amor, para su rueda, para que sean testigos los cielos, que una vez han sido amigos. Bien veis cuán desvergonzado, sin Dios, sin justicia y ley, delante del proprio rey hoy conmigo habéis andado, diciendo males de mí. No os cause aqueso inquietud, que pensé que era virtud. ¿Cómo? A un sacerdote oí del dios Baco el otro día, que sus sacerdotes son con quien tengo devoción, que hace mal el que decía de sus propias cosas bien; y como sos propria cosa vos, puesto que sos mi esposa, dije mal para hacer bien. Pues ¿cómo dicen de mi, cuantos de fuera me ven, siempre muchísimo bien? Como os ven de fuera; oí: sale al templo una mujer, y como no ha de reñir con los dioses, viéndola ir tan devota, al parecer, dice la gente, "Una santa es fulana;" y es porque dentro en su casa no ve la condición con que espanta. Sale luego a una visita, y como allá no ha de dar en casa ajena pesar, ` dicen de ella, "Una angelita es por cierto." Mentecato, vive con ella ocho días, verás esas angelías demonios a cada rato. Venla en la reja tocada, y dicen que es muy hermosa. Tonto, ese jazmín y rosa es retama detocada. Sale a la calle prendida, y dicen que limpia es. Bruto, ¿no ves que no ves la pata que está escondida? Si la vieras descalzado, sin medias y sin zapatos, dedos con más garabatos que una letra procesada, nunca que es limpia dijeras; pues que habiendo de asistir al desnudar y vestir, y más si tal vez la vieras, por los hombros un manteo, en chapines ir, andando con los pies de águila, cuando es necesario el deseo, llegarás a conocer que tú mirándola estás como una mujer no más, y yo como mi mojer. Todo aqueso no es disculpa; y bien que llegamos ya a casa, y que sabré allá absolveros de esa culpa con la tranca de la puerta. Una, dos, tres, aquí es. ¿Qué es aquí una, dos, y tres? La casa en que se concierta mi alojamiento. ¿Pues qué? ¿Sois vos a quien llaman Chato? Yo, no. Sí es tal. Mentecato. ¿porqué lo negáis? Porque me da a mí tanto pesar soldado huésped tener, como a mi mojer pracer; y así quisiera negar quién soy y la casa mía. Leed esta boleta. No leo bien veletas yo, mi mojer sí. ¡Qué porfía! ¿Aquí hay más, señor, que vos? ¿Por huésped nos heis caído? Pues seáis muy bien venido, donde os sirvamos los dos. Cese ya vuestra porfía, que dar yo pesar no intento jamás con mi alojamiento. Pues ésta es mi alojería. Sos villano malicioso. Entrad presto a prevenir vos adonde ha de asistir. Ya vo. Mil veces dichoso he sido en haber venido a conocer la piedad vuestra y la gran voluntad con que me habéis recibido. En viendo un soldado yo, se me quitan los enojos; tras él se me van los ojos. Ya con aqueso me dio vuestra hermosura licencia para un abrazo que os pido. A ningún recién venido fuera el negarlo decencia; pero esto es en cortesía. ¿Quién vio tan villano agrado? ¡Válame Dios, sor soldado! ¿Pues tanta priesa corría, que no esperarais a entrar en casa? Venid, por Dios, no deis qué decir de vos en la calle. Maliciar... ¿Yo malicio? Es muy mal vicio. En cortesía me dio este abrazo; y así, no, no malicies. ¿Yo malicio? Ya sé yo que es muy cortés Sirene, y esto advertí, que está muy seguro en mí. No os enojéis; entrad, pues, en hora buena, señor. Pues que es más vuestra que mía, venid acá en cortesía. Ya estamos solos, honor. ¿Qué hemos de hacer? ¿Qué sé yo? Si el mundo bajo me hizo de barro tan quebradizo, y de bronce o mármol no, ¿qué hay que esperar, si me ven quebrar al primero tri? ¿Eso dices, honor? Sí; juro a Dios que dices bien. ¿Qué pie o brazo me ha quebrado su abrazo? ¿De qué me asusto? Fuera que sentir el gusto del primero es gran pecado; y entre éstas y esotras, yo, por estarme discurriendo, aun estorbar no pretendo. ¿Quién igual venganza vio? Ah villano, deteneos! Tengo un poco que estorbar, y por ahora no hay lugar. esponded a mis deseos. Decidme, ¿el Rey Nino, cuándo a esta provincia llegó? Hoy llegó, y hoy se ausentó. ¿Y hacia dónde va marchando? Hacia Nínive. Y decid, ¿qué tanto Nínive está de Ascalón? Pienso que habrá cien millas. ¿Por dónde? Oíd. Todo eso es cosa perdida; si es que a mi huésped buscáis, y por agora me estáis dando con la entretenida, no hay para qué; entrad los dos, y en amor, compaña, acá habraremos. Idos ya, que no os quiero más; adiós. Di, ¿qué pretendes hacer? Que buscar al que venció tu reino, y te despojó, da que dudar y temer. Lidoro, rey de Lidia desdichado soy; pues sin ver jamás victoria alguna, siempre, Libio, ojeriza fui del hado, siempre cólera fui de la Fortuna. Nino de Siria, el más afortunado rey que vio el sol debajo de la luna, de mi Estado y mi patria me destierra, que éstos son los estragos de la guerra. Con el último encuentro expiró el día, y en un bruto, veloz Belerofonte, me salí huyendo de la hueste mía a las piedades rústicas del monte; ni más destino ni elección tenía, que las líneas tocar de otro horizonte, y así dejé el caballo a su albedrío, si el suyo era mejor que lo era el mío. Después de haber gran rato caminado, cuando lejos del campo estar juzgaba, viendo el bruto del pecho fatigado... mas ¿qué mucho si a todo me llevaba? De una áspera montaña en lo intrincado me apeo, y en un tronco que allí estaba le arriendo, pues al ver su furia inmensa, no es poco don el ocio en recompensa. Arrójome en el suelo, y suspirando, que es el mejor idioma de la queja, cerca de mí, la estancia examinando, oigo una voz que mísera se queja por entre la espesura caminando. Voy, por si acaso descubrirse deja, y un bulto veo agonizando en una maleza, a los cambiantes de la luna. Acércome con ánimo piadoso, casi ya en mis desdichas consolado; que un desdichado juzgo que es dichoso en hallando otro que es más desdichado. Ella, con un suspiro lastimoso, al verme, dijo, "Pues llegáis, soldado, a socorrerme con piedad humana, sabed que Irene soy, de Nino hermana. En este último encuentro mi caballo perdí, y como la noche oscura y fría cerró, sola y herida y a pie me hallo, sin gente, sin favor, sin compañía." En mis hombros la puse al escuchallo, sin acordarme de la pena mía, y piadoso con ella, cruel conmigo, en el cuartel me entré de mi enemigo. A este tiempo, que ser antes no pudo, ya su gente la había echado menos, y con trémula voz y dolor mudo ya se miraban de esperanza ajenos; yo, que poblados de esplendor no dudo de la noche los páramos amenos, doy voces; llegan, y ella, agradecida, con este anillo me pagó la vida. Vila a la luz, y vi de su hermosura el milagro mayor, y en un instante su beldad adoré; mas ¡qué locura! El día que fui pobre ser amante! Pero como la vi en la noche oscura, jurisdicción de estrellas, no te espante que a amarla me obligase y, a querella, pues a todo presente está mi estrella. Lleváronla a la tienda sus soldados, y yo, por no ser de ellos conocido, me quedé, viendo ya de mis cuidados, con amor, todo el número¡ cumplido; el infeliz influjo de mis hados a Batria me llevó, donde admitido de Estorbato, viví en confusa llama, que en fin descansa mal el que bien ama. De todas cuantas grandezas de esta provincia me has dicho, ésta que buscando vengo solamente es la que admiro. Y así, mientras que llegamos a tocar el primer friso de aquese rústico templo, tarde de los hombres visto, vuelve otra vez a contarlo, que quiero otra vez oírlo, porque se informe mejor mi ardimiento de tu aviso. Yace, señor, en la falda de aquel eminente risco, una laguna, pedazo del Leteo oscurecido de Aqueronte, pues sus ondas, en siempre lóbregos giros, infunden a quien las bebe sueño, pereza y olvido. En una isleta que hay en medio de su distrito, hay una ninfa de mármol, sin que hasta hoy se haya sabido, de tres lustros a esta parte, ni quién ni por quién se hizo. De estotra parte del lago hay un rústico edificio, templo donde Venus vio hacerla sus sacrificios bien poco ha; pero cesaron, porque Tiresias nos dijo, su sacerdote, que nadie pisase en todo este sitio, ni examinase ni viese lo que en él está escondido; que es cada tronco un horror, cada peñasco un castigo, un asombro cada piedra y cada planta un peligro. Con esto, y con añadirse a esto que algunos vecinos de estos montes, que tal vez se hallaron en él perdidos, han escuchado en el templo mil veces roncos gemidos, lamentos desesperados y lastimosos suspiros, ha crecido en todos tanto el pavor, que nadie ha habido que se atreva a examinar la causa; y así, te pido te vuelvas, señor, sin que profanes los vaticinios. Dar un corazón, Lisías, a admiraciones, rendido a los hechos de los dioses, más tiene de sacrificio que de irreverencia; ven talando lo entretejido de estas peñas y estos ramos; no temas, pues vas conmigo. No temo yo, mas recelo, y uno de otro es muy distinto; y aun no recelo tampoco los riesgos a que me animo, tanto como a esta maleza no saber bien el camino; y así, de aquesos villanos, para eso sólo venidos, permite, señor, que llame alguno. Que llames, digo, al más experto en el monte. Éste dicen que lo ha sido, por haberse en él crïado. Llega, Chato. ¿Qué hay, amigo? Un soldado me envïasteis a mi casa, el más bonito; tan hallado en ella está, que parece nuestro hijo. Dime, ¿sabes bien el monte? Sabíale, mas imagino que no le sabré después que hay encantos y hay hechizos. Guíame al templo de Venus. ¡Ay, señor! Un desatino tamaño como este puño su merced agora dijo. ¿Al templo de Venus yo, habiendo Tijeras dicho que allá no vamos, porque hay potrentos y proligios? Sí, villano, guía presto. Si ha de ser, venid conmigo, que por aquí es. Nunca vi tan confuso laberinto de bien marañadas ramas y de mal compuestos riscos. ¡Ay infelice de mí! ¡Ay de mí! ¿No habéis oído una voz? ¡Plubiera a Baco! ¡Qué temeroso suspiro! Oigamos por si otra vez se oye el eco más distinto. ¡Oh monstruo de la Fortuna! ¿Dónde vas sin luz ni aviso? Si el fin es morir, ¿porqué andas rodeando el camino? Mujer es la que lamenta de la Fortuna. Un hechizo tiene que se entra en ellalma. ¿Con quién hablará? Contigo, contigo, Fortuna, hablo. Ya me equivocó el aviso. Pero no me has de vencer; que yo, con valiente brío, sabré quebrarte los ojos. Sin luz quedaron los míos al oírlo; rayo fue otra voz, que mis sentidos frías cenizas ha hecho acá dentro de mí mismo. ¡Qué frenesí! ¡Qué locura! ¡Qué letargo! ¡Qué delirio! Vuélvete. ¿Volverme yo sin haberlo todo visto? Entra en lo más intrincado. No puedo, porque me intrinco yo también. Detén el paso, oh ignorante peregrino, que de este sagrado coto osas penetrar el sitio. Éste es Tijeras. Llamado de mi valor he venido, aquí, Tiresias, no a hacer sacrílegos desperdicios de las leyes de los dioses, sino como su ministro yo también, pues soy señor de esta provincia, a cumplirlos. Y así vengo a que me des parte de aqueste prodigio que guardas, para saber si la causa que has tenido para alterar esta tierra es religión o delito. En vano lo has intentado, porque yo no he de decirlo. ¿Qué mujer es la que llora de la Fortuna castigos? No sé de ninguna yo, ni la he hablado ni la he visto. ¡Ay infelice de mí! Aquí dentro es el gemido; negarlo todo, ya es de tu grave culpa indicio; abre esa puerta. Primero que las llaves, que conmigo están, a hombre humano entregue, cumpliendo los vaticinios de mi diosa, me daré la muerte; y así, atrevido, ese lago a mi cadáver dará sepulcro de vidrio. En el lago se arrojó. La última necedad hizo. Nada me causa pavor; a romper me determino las puertas. Horrible monstruo, que aquí encerrado has vivido, sal a ver el sol. ¿Quién llama? Mejor dijera divino monstruo, pues truecas las señas de lo rústico en lo lindo, de lo bárbaro en lo hermoso, de lo inculto en lo pulido, lo silvestre en lo labrado, lo miserable en lo rico. No menos me admira a mí confundir, cuando te admiro, las equivocadas señas de lo piadoso y lo altivo, de lo gallardo y lo fuerte, de lo amable y de lo esquivo. Si todos los monstruos son como aqueste monstruocico, yo pienso llevarme uno, dos o tres, o cuatro o cinco. ¿Quién eres? Cómo o porqué aquí encerrada has vivido, me cuenta. Lo que de mí sé, por lo que otro me dijo, escucha, bizarro joven, a quien con vergüenza miro, porque el segundo hombre eres que hasta hoy cara a cara he visto; Arceta, una ninfa bella que en estos campos floridos fue consagrado a Dïana en todos sus ejercicios, festejada de un amante, fue pagando con desvíos las finezas; que lo ingrato sólo en la mujer no es vicio. El, a este templo de Venus una y muchas veces vino, como era madre de amor, a rendirle sacrificios. Venus, del culto obligada, ya que quererle no hizo, hizo que hallarla pudiese en el despoblado sitio de este monte, donde necio hizo el mérito delito. Bajo género de amor debe de ser en los ritos suyos, que yo hasta agora ignoro, la violencia, si imagino que no quiso como noble quien como tirano quiso; pues no es victoria del alma aquella que yo consigo sin la voluntad de quien no me la dé por mí mismo. De esta especie de bastardo amor, de amor mal nacido, fui concepto. ¿Cuál será mi fin, si éste es mi principio? Mañosamente quejosa, Arceta se satisfizo de sus disculpas, bien como la serpiente que con silbos halaga para morder; y fue así, pues divertido le aseguró con blanduras, hasta que rosas y lirios que se hizo tálamo torpe, torpe túmulo ella hizo. Dióle muerte con su acero, y pasando los precisos términos que estableció Naturaleza consigo, llegó severo el infausto, el infeliz, el impío día de su parto, en tal horóscopo, según dijo Tiresias, que estaba todo ese globo cristalino, por un comunero eclipse, que al sol desposeerle quiso del imperio de los días, parcial, turbado y diviso, tanto, que entre sí lidiaron sobre campañas de vidrio las tropas de las estrellas, las escuadras de los signos, acometiéndose a rayos, y ensangrentándose a visos. En civil guerra los dioses vieron ese azul zafiro, en sus ejes titubeando, desplomado de sus quicios. Arceta, temiendo más su opinión que su peligro, sola al monte se salió, y en el más hondo retiro llamó a Lucina, que al parto vino tarde, o nunca vino; pues víbora humana yo, rompí aquel seno nativo, costándole al cielo ya mi vida dos homicidios. Aquí fue donde Tiresias me contó, mas indeciso, de la suerte que me halló. ¡Quién supiera repetirlo! A los últimos alientos de Arceta y a mis gemidos acudieron cuantas fieras contiene el monte en su asilo, y cuantas aves el viento; pero con fines distintos, porque las fieras quisieron despedazarnos y herirnos, y las aves defenderlo, estorbarle y resistirlo. En esta lid nos halló Tiresias, que había salido a hacer del mortal eclipse no sé qué astrólogo juicio; y viendo de fieras y aves, en dos bandos divididos, un duelo tan desusado, un tan nuevo desafío, llegó al lugar, vióme en él, y llevándome consigo, vio que le seguían las aves, llevando en garras y en picos de las rústicas majadas hurtados los lactidinios, que ser pudiesen entonces primero alimento mío. A tanto portento absorto, fue a consultar el divino oráculo de su Venus, que de esta suerte le dijo, "Esa infanta, alumna es mía, y como siempre vivimos opuestas Diana y yo, la ofende ella, y yo la libro. Corrida de ver violada una ninfa suya, quiso que las fieras la ocultasen hoy en los sepulcros vivos de sus vientres; pero yo, que a defenderla me animo, porque fui primera causa que alma y vida la dedico, las aves, como, en efecto, diosa del aire, la envío a que la defiendan; ellas, a ley de preceptos míos, serán desde hoy sus neutrices, trayéndola a aqueste sitio cada día su alimento, bien que a costa del aviso que no sepan nunca de ella los hombres; porque he temido que Dïana ha de vengarse de mí en ella, y con prodigios ha de alterar todo el orbe, haciendo que sea el peligro más general su hermosura, que es el don que tiene mío. Excusa, pues, los insultos los escándalos, los vicios, los alborotos, las ruinas las muertes y los delitos que han de suceder por ella, hasta que al rey más invicto haga tirano, hasta que muera en fatal precipicio." Dijo la diosa, añadiendo que al yerto cadáver frío de Arceta le colocase, ya en un mármol convertido, en medio de esa laguna. Todo Tiresias lo hizo y y así, en aquesta prisión tantos años me ha tenido sin que sepa más que aquello sólo que enseñarme quiso; y como en la lengua siria, quien dijo pájaro, dijo Semíramis, este nombre me puso, por haber sido hija del aire y las aves que son los tutores míos. Pues que tú, gallardo joven, hoy la cárcel has rompido que fue mi centro, te ruego que allá me lleves contigo, donde, yo, pues advertida voy ya de los hados míos, sabré vencerlos; pues sé, aunque sé poco, que impío el cielo no avasalló la elección de nuestro juicio. Esto postrada te ruego, esto humillada te pido, como mujer te lo mando, como esclava lo suplico; porque si hoy la ocasión pierdo de verme libre, mi brío desesperado sabrá darse la muerte a sí mismo, donde la misma razón de excusar mi precipicio será la que le apresure; pues nada se vio cumplido más presto que lo que el hombre que no fuese presto quiso. Alza, Semíramis bella, el suelo, porque es indigno que esté en el suelo postrado todo el cielo que en ti he visto. Prodigiosamente hermosa eres, y aunque en ti previno el hado tantos sucesos, ya tú doctamente has dicho que puede el juicio enmendarlos; ¡dichoso el que llega a oírlos! Y así, Semíramis, hoy he de llevarte conmigo, donde tu hermosura sea, aun más que escándalo, alivio de los mortales. Adiós, tenebroso centro mío, que voy a ser racional, ya que hasta aquí bruto he sido. Ea, vuelve tú a guïarnos. Yo era un tonto, y lo que he visto me ha hecho dos tontos; no sé si he de acertar el camino. ¿Contigo la llevas? Sí. ¡Plegue a Júpiter... ¿Qué? Dilo. ...que, gusano humano, no labres tu muerte tú mismo! JORNADA SEGUNDA En esta apacible quinta, adonde el mayo gentil los países que el abril dejó bosquejados, pinta, aunque es esfera sucinta para el sol de tu hermosura, cuya luz ardiente y pura, vence al rosicler del día, bella Semíramis mía, es donde estarás segura, en tanto, ¡ay de mí!, que yo vuelvo a la corte a asistir. ¿Luego no tengo de ir contigo a la corte? No. Mi amor tus hados temió, y así, aquí a vivir disponte, pues este florido monte, verde emulación de Atlante, no está dos millas distante de Níníve, su horizonte. Y así, sin que los divida más que esa punta elevada, que está de nubes tocada y de flores guarnecida, en ese traje vestida por sus campos te divierte, que yo, mi bien, vendré a verte cada noche. Bien, Menón, muestras así cuántos son los acasos de mi suerte, vasallos de tu albedrío; pues el mío en este día, sólo hacerme compañía es lo que tiene de mío. Bien de tus finezas fío todo aquese rendimiento, y bien de mi pensamiento fío que te le merece, pues sólo a vivir se ofrece a tanta hermosura atento, Tú a mi amparo agradecida, y con mi amor enojada, mi amparo te halló obligada y mi amor te halló ofendida. Dijísteme que tu vida hija de un delito era de amor, y que así no [fu]era posible tener amor a quien primero tu honor, que su gusto, no quisiera. Palabra de ser tu esposo te ofrecí; con que no alcanza mi fe más que la esperanza de que seré tan dichoso; si en este estado amoroso hoy a la Corte me voy, y dejo tu beldad hoy aquí, bien me ha disculpado el ver cuán amenazado de tus influjos estoy. Yo no, me puedo casar, que esto es obediencia y ley, sin dar cuenta de ello al rey; mientras lo voy a tratar y lo vuelvo a efectuar, que en esta quinta te estés, prevención, no prisión es; aunque todo lo es, señora, que no he de negarte agora lo que has de saber después. Pues si ocultarte pudiera, tanto mi amor te ocultara, que ni el sol viera tu cara ni el aire de tí supiera; si hacerla pudiera, hiciera una torre de diamante; y para que más constante fuese, Semíramis bella, a todas las llaves de ella quebrara luego al instante. Pero esto es encarecer mis afectos, y no más, que dueño, mi bien, serás, llegando mi esposa a ser, de alma, vida, honor y ser; que mal hoy de tu lealtad, para mi seguridad, yo, Semíramis, pretendo tener las llaves, teniendo tú las de mi libertad. Tan sagrado es el preceto tuyo, que humilde y postrada, vivir del sol ignorada, y aún de mí misma prometo. Yo de mí misma, a este efeto, no sabré; porque si a mí yo me pregunto quién fui, yo a mí me responderé que yo no lo sé, e iré a preguntártelo a ti. Los villanos que vinieron de Ascalón para servirte, aquí podrán divertirte, pues tanto gusto te dieron. Es verdad, porque ellos fueron en quien lisonja hallé alguna, cuantas veces importuna atormenta mis cuidados la tormenta de mis hados y el rigor de mi fortuna. Ya, señor, la, gente espera que contigo ha de partir. ¡Oh, quién se pudiera ir de suerte que no se fuera! Adiós, dueño mío, y espera que presto a verte vendrá quien sin ti y sin alma va, aunque siempre será tarde. Júpiter tu vida guarde. Y la tuya aumente. Ya, grande pensamiento mío, que estamos solos los dos, hablemos claro yo y vos, pues sólo de vos confío. Mi albedrío, ¿es albedrío libre o esclavo? ¿Qué acción, o qué dominio, elección tiene sobre mi fortuna, que sólo me saca de una para darme otra prisión? Confieso que agradecida a Menón mi voluntad está; pero ¿qué piedad debe a su valor mi vida, de un monte a otro reducida? Aunque si bien lo sospecho, la causa es, que de mi pecho tan grande es el corazón, que teme, no sin razón, que el mundo le viene estrecho, y huye de mí. En fin, ¿jamás más que un bruto no he de ser? Cielos, ¿no tengo de ver, sino imaginar no más, cómo es el vivir? Sí harás. ¿Quién me ha respondido? Dios, que en eso el mundo a los dos oirá. Sí oirá, que ya sé.. Si hablas conmigo, di, ¿qué? Que todo el mundo con vos no se podrá averiguar, porque sois una atrevida; pero costaráos la vida. Ya me deja ese pesar que temer y que dudar. El mesmo rey sabrá presto quién sois. En dudas me ha puesto una cosa. Claro está; pero a alguna pesará más que a mí. ¡Ay de mí! ¿Qué es esto? Un poco es. Mirad que yo estoy aquí. Y aun por eso, si la verdad os confieso, quijera que agora no os vais, cuando a agarrar llego el garrote. ¿No os tenéis? Dejadla pegar; veréis [la gracia con] que la pego. Tenle, señora. Mirad. Éste ya está levantado y ha de caer hacia algún lado; porque no os coja, apartad, que así quedarme no es bien toda mi vida, señora. Pues ¿porqué reñís agora? Yo lo diré. Yo también. No lo habéis vos de decir porque sos un embustero. No me quedo a vos zaguero en materia de embustir. Yo habraré. No, sino yo. No conviene. Sí conviene. Decid vos; callad, Sirene. Oíd si tengo causa o no. Finalmente quiso Dios, como digo de mi cuento, si no lo habéis por enojo, que al vivir en nueso puebro, cuando allí estuvo el Rey Nino, le dieron alojamiento en nuesa casa a un soldado, cariñoso por extremo; pues desde el primer instante que entró, nos vino diciendo que abrazaba en cortesía si en ella se abraza recio. He aquí que Menón se estuvo, algunos días, primero que despachase la gente. He aquí que el soldado nueso también se estuvo; llegó de la despedida el tiempo; fuéronse todos, y a él solo le pareció que era presto; estúvose un poco más que los otros, que, en efeto, quien no hace más que otro, más no vale, dice un proverbio. Mostrábale mala cara yo--bastaba la que yo tengo--, y buena Sirene, si es que la suya puede serlo. Él que no estaba muy ducho en entender bien a gestos, el de Sirene entendía, y no el mío; con aquesto comía como un descosido, que es poco como un hambriento. Harto ya, o por no hacer falta en la guerra, trató luego de partirse, mas mandó que le vengamos sirviendo. Bien pensé yo, y pensé mal, que fuera la ausencia medio para que el señor soldado mos dejara; pues fue yerro; que entrando a comer agora, me le hallé en casa, diciendo, "¿Era hora de venir? Amigo, un siglo ha que espero." No habré palabra, que diz que el reñir no es buen acuerdo a las horas del comer; comimos, y él muy contento se fue, hasta hora de cenar, a pasear por esos cerros. Yo, en viéndome solo, dije, "Ah, Sirene, ¿cómo es esto? ¿Fuera de las cinco leguas tiene aqueste alojamiento jurisdicción?" Ella entonces me dijo que, si la aprieto, se ha de huir de mí. "Sí harás," la dije un poco más recio, y aquí comenzó el amago. Vióle y dijo. "Sobre eso el mundo nos ha de oír." "Sí oirá," dije, "porque es cierto que no se ha de averiguar con vos todo el mundo entero, porque sos una atrevida." "El rey," dijo, "ha de saberlo." "Sí sabrá," la respondí, "pero pesarále de ello más a otro." Y cayó el amago, dio gritos, vino corriendo, llegasteis vos, y quedóse por hoy remitido el pleito hasta que el señor soldado venga y diga qué hay en esto. (¡Cuánto, si agora estuvieran con gusto mis pensamientos, de aquesta simplicidad me riera! Mas no puedo; que fuera hacer de la risa desaire a mis sentimientos.) Fuése sin hablar palabra. ¿Si es el soldado su deudo? ¿Qué había de hablar a un hombre que tiene tan mal pergeño, que de su mujer legítima aún es malo lo que es bueno? ¿Pues es bueno que otro coma, y yo calle? Deteneos. Si éste es un pobre soldado, ¿no ha de buscar su remedio? ¿Digo yo que no le busque? Más búsquele en el infierno. ¿Porqué no le decís vos que se vaya? No me atrevo. Pues si vos no os atrevéis, ¿qué puedo hacer yo? Atreveros, y decirle que se vaya; que por vos lo hará más presto. ¿Yo decirle tal? ¡Mal año! Será por tenerlo bueno. ¿Qué haré yo de este soldado? Vulcano, a ti me encomiendo; dímelo tú, pues que tú eres dios que entiendes de esto. Hasta llegar a tus plantas, que son mi centro y mi esfera, violento diré que estuve. Con bien, noble Menón, vengas; alza del suelo; a mis brazos, que son centro tuyo, llega. ¡Oh, cuántas veces mi amor te ha culpado tanta ausencia! ¿Cómo en Nínive te hallas? Muy mal hallado se muestra mi corazón en el blando monstruo que en la paz se engendra. Por ser imagen la caza, de la guerra salgo a ella; y así, para aquesta tarde los monteros se prevengan. ¿Cómo la gente partió? Rica, señor, y contenta. Y dime, ¿Ascalón no es una provincia muy bella? Es dádiva de tu mano; no hay más con que la encarezca. Fuera de que, cuando no fuese fértil y opulenta de cuantos dones reparte pródiga Naturaleza, todo lo fuera, señor, por un tesoro que en ella he descubierto, que a ti traición negártelo fuera. ¿Qué tesoro? Una mujer prodigiosa. ¿Y hay quien tenga una mujer por tesoro? Sí, señor. Por más que sea bella y sabía, que son partes que hacerla pueden perfecta, ¿será más de una mujer? Más será. ¿De qué manera? Siendo un asombro, un prodigio; y así, me has de dar licencia para pintártela, siendo hoy el lienzo tus orejas, mis palabras los matices, y los pinceles mi lengua. Estaba de toscas pieles... ¡Plaza, plaza! Tente, espera no prosigas la pintura hasta que quién causa sepas ese rumor que he sentido. Mi señora la princesa de su cuarto pasa al tuyo, y ya en esta sala entra. A daros la bienvenida, o recibimos pudiera... Guárdeos el Cielo, aunque ya tarde lo uno y lo otro sea. Dame, gran señor, tu mano. ¡Oh, Irene divina y bella! Bien este favor merece mi amor. No me lo agradezcas, que una pretensión me trae. ¿Qué habrá que negarte pueda? Sin saberla, la concedo; di agora, pues. Ya te acuerdas que en la batalla de Lidia quedé en el campo por muerta; que me dio vida un soldado y me llevó hasta mi tienda. Pues este soldado agora, por no volverse a su tierra sin que el socorro le pague, me ha hecho contigo tercera de su pretensión. ¿Qué ha sido? Servirte, señor, intenta en la Corte. Tú, después, infórmate de quién sea, y, conforme a su persona, oficio en mi casa tenga. Silvia! Señora. A un crïado di que le dé la respuesta. Con esto, señor, si estás divertido en tus diversas obligaciones, no es justo que estorbe; dame licencia. Nunca tú, Irene, has podido estorbar, Y más en esta ocasión, donde no son los despachos la materia que se trata; antes, agora estimo que a tiempo vengas en que, escuchando a Menón, algún rato te diviertas; porque pintándome está una divina belleza, no perturbemos agora al gusto con que lo cuenta. Prosigue de esa hermosura muy por extenso las señas. Sí, Menón. Y yo también me holgaré ya de saberlas. Ya no podré yo decirlas, que retórica muy necia será, habiendo vos llegado, que otra hermosura encarezca. La que es deidad no es mujer, ni hace número con ellas. Irene es deidad, Menón; di lo que dices, y piensa que será ofenderla más la atención de no ofenderla. Si no os riñera mi hermano, yo de otra suerte os riñera. Decid; que yo ser no puedo para nada consecuencia. Sí haré. (¿Qué temo, si ya poco importa que se ofenda?) Digo, señor, que en el centro hallé de una oscura cueva bruto el más bello diamante, bastarda la mejor perla, tibio el más ardiente rayo, y la más viva luz, muerta. Estaba de toscas pieles vestida, para que hicieran lo inculto y florido a un tiempo armonía más perfecta; bien como un bello jardín en una rústica selva, más bello está cuando está de la oposición más cerca. Suelto el cabello tenía, que en dos bien partidas crenchas, golfo de rayos al cuello inundaba; y de manera con la libertad vivía tanta república de hebras ufana, que inobediente a la mano que las peina, daba a entender que el precepto a la hermosura no aumenta, pues todo aquel pueblo estaba hermoso sin obediencia. Ni bien rubio, ni bien negro su variado color era, sino un medio entre los dos; como en la estación primera del día luces y sombras confusamente se mezclan, que ni bien sombras ni luces se distinguen; así, hecha del azabache y del oro una mal distinta mezcla, crepúsculo era el cabello, siendo sus neutrales trenzas para ser negras, muy rubias, para ser rubias, muy negras. No de espaciosa te alabo la frente, que antes en esta parte sólo anduvo avara la siempre liberal maestra; y fue sin duda porque queriendo, señor, hacerla de una nieve que hubo acaso, la hubo de dejar pequeña, porque no le fue posible que entre la más pura y tersa se hallase ya un poco más de una nieve como aquélla. Una punta del cabello suplía la falta, y era que a las cejas acechaba, como diciendo, "Estas cejas hijas son de mi color, y quiero bajar por ellas porque el amor no se alabe de que las llevó por muestra." Los ojos negros tenía. ¿Quién pensara, quién creyera que reinasen en los alpes los etíopes? Pues piensa que allí se vio, pues se vieron de tanta nevada esfera reyes dos negros bozales, y tan bozales, que apenas política conocían. Su barbaridad se muestra en que mataban no más que por matar, sin que fuera por rencor, sino por uso de sus disparadas flechas. Para que no se abrasasen los dos en civiles guerras, su jurisdicción partía, proporcionada y bien hecha, una valla de cristal, sin que zozobrase en ella la perfección, siendo así que la nariz más perfecta, es el mar de las facciones, escollo es, donde las velas del bajel de la hermosura corren la mayor tormenta. De sus mejillas la tez era otra unión de diversas colores. ¿Viste la rosa más encendida y sangrienta en la púrpura de Venus? ¿La azucena viste en ella con el candor de la aurora? Pues tú allá te considera esa azucena, esa rosa, ajadas entre sí mesmas, y sus mejillas verás al mismo instante que vea; a la rosa desteñida, o teñida la azucena. La boca, corte del alma, donde la hermosura reina, ya severamente grave, ya dulcemente risueña, era, no digo una joya de corales y de perlas, que esta alabanza común ya es particular ofensa, sino un archivo de todo cuanto la Naturaleza pudo asegurar; y así grande hubo de ser por fuerza. El cuello, blanca coluna que este edificio sustenta, era de marfil al torno; de cuya hermosa materia sobró para hacer las manos, a emulación de sí mesma. Este, pues, monstruo divino, Venus mandó que estuviera oculto, porque Dïana le amenazó con tragedias. Nació de una ninfa suya, y entregándola a las fieras, la defendieron las aves, de quien el nombre conserva, pues Semíramis se llama, que quiere en la siria lengua decir la hija del aire. Éste es su nombre y sus señas. Tú la has pintado de suerte, y de suerte encarecerla has sabido, que ya al más dormido afecto despiertas para que verla desee; y en mí es esto de manera, Menón, que deseo tanto el verla, que no he de verla; porque quiero hacer por ti una tan grande fineza, como el excusar, Menón, que tan bien no me parezca. El primor de la pintura quiero pagártele a renta. Veinte talentos te doy, que a ella en mi nombre le ofrezcas. Pero quiérote advertir que en tu vida no encarezcas hermosura a poderoso, si enamorado estás de ella; porque quizá no hallarás otro que vencerse sepa; y alabar lo que se ama puede ser que sea fineza; pero no puede dejar de ser fineza muy necia. ¿Qué retórico orador, qué enamorado poeta os dio para esa pintura tantas rosas y azucenas, tanto oro, tanto marfil, tanta nieve, tantas perlas? Todo esto fue desvelar, llegando vos, la sospecha del Rey. Y antes que llegase, ¿porqué fue el encarecerla tanto, que ya la atención a oír estaba dispuesta? Porque el modo del hallarla, que no oisteis, le hizo fuerza para que se la pintara. ¡Buena disculpa! ¿No es buena? Sí debe de serlo; pero aunque yo quiera creerla, no puedo. ¿Porqué? Porque acción, semblante, ni lengua no os disculpa como a quien tiene gana que le crean, sino como a quien no importa; y para mí mejor fuera no disculparos que no disculparos con tibiezas. ¿Vos desconfïanza? ¿Quién os dijo que yo la tenga? Los celos que... ¿Qué son celos? Callad; que es segunda ofensa. Una llave que tenéis de mis jardines, ¿qué es de ella? Yo os la volveré; y estimo de miraros tan exenta de los celos, pues con eso podré... No podréis. La lengua tened, porque habrá sin mí quien castigue esa soberbia. ¿Sin vos? Sí. ¿Pues puede haber quien sin vos a mí me ofenda? Yo, Menón, vengo buscándoos, por ser vos a quien apelan mis fortunas del piadoso tribunal de Irene bella. En mala ocasión venís; después podréis dar la vuelta. Haced lo que el Rey os manda, que no viene sino en buena. Yo lo haré. Venid conmigo Ved que es mía esta encomienda. (¡Cuánto hay en una hermosura de quererla o no quererla!) (¡Ah vil! ¡Ah traidor! ¡Qué mal me pagas lo que me cuestas!) ¿Qué es esto, cielos? Mas no es tiempo de que me atreva ni aun a pensarlo; porque el que se toma licencia para quejarse sin tiempo pierde el respeto a la queja, y es el tenerla desdicha, sin mérito de tenerla. ¿Eso pasó mientras yo al monte salí un momento? Sí, Floro del alma mía; y así, buscándote vengo para decirte que, aunque él, con enojo o con ruego, que te vayas diga, no te vayas. Ya te obedezco. Por eso te doy los brazos. ¡Que siempre llego a mal tiempo! Tropezó, y llegué a tenerla. Claro está que en el tropiezo suyo había de estar. Yo... No os disculpéis; yo me huelgo que os abrace; porque si cuando vino hizo lo mesmo, en señal de que se va. Dadle otro abrazo en el precio. Antes, llegué a preguntarla qué para cenar tenemos. ¿Quién os mete en pescudallo, si vos no habéis de traerlo? Y ya que en aquesto habramos, decidme, así os guarde el cielo; ¿es la boleta perpetua, o al quitar, la que allá os dieron? Aquí está, y ella no dice hasta cuándo. Soy un necio. Pensé que sí. No os merece mi trato esa duda. Cierto que sois desagradecido, pues cuando un hombre está haciendo por vos todo lo que puede, le tratáis con tal despego. Pues vos, ¿qué hacéis por mí? Honraros en vuestra casa teniendo un soldado que en la Batria, la Siria, el Peleponeso, la Propóntida y la Licia, tantas hazaiías ha hecho. Venid, Sirene; no hagáis caso de este majadero. Ella os obedecerá, o la mataré sobre eso. Id, no hagáis caso de mí, pues el señor hazañero lo manda, habiendo hecho hazañas en la Sucia, Pieldequeso, Prepolente y Sïelicia. Si vos no tenéis esfuerzo para decir que se vaya, ¿tengo yo culpa? No, cierto; yo la tengo, claro está. ¿Siempre habéis de estar riñendo? No hay otra cosa que hacer. ¡Qué desdicha! ¿Qué es aquello? En lo intricado del monte se ha metido. ¡Piedad, cielos! Yo no lo sé; pero allí entre la maleza veo venir corriendo un caballo. Volando es, que no corriendo. ¡Corred todos! ¡Qué tragedia! ¡Qué desdicha! ¡Acudid presto! Nadie le alcanza; ¿qué mucho si se deja atrás el viento? ¿Cómo pudiera el valor, que está brotando en mi pecho, dar vida al gallardo joven que se despeña! Mas esto no quiere pensarse; suelta este bastón. Ya le suelto. ¿Qué intentará? ¿Qué sé yo? Pero sí sé, pues que veo que al encuentro le ha salido veloz, y enredando luego entre los pies del caballo mi garrote, darle ha hecho de ojos; con que finalmente o ya el choque o ya el despeño se ha trocado a una caída. ¿Ay, tal marimacha? Luego que de pellejos cargada la vi en el lance primero, dije, "Aquesta tiene cara de echar caballos al suelo." ¡Válgame júpiter santo! El rey es. Pues a escondernos; que haberle visto caer quizá será sacrilegio. Vamos de aquí huyendo. Vamos. ¿Quién eres, prodigio bello, de amor divino milagro? Mas en dudarlo te ofendo; no me lo digas, que ya tu beldad me está diciendo que eres deidad de estos montes. Cuál de ellas dudo. Di presto. Ni sé quién soy, ni es posible decírtelo, porque tengo aprisionada la voz en la cárcel del silencio. Basta saber que soy una mujer tan feliz, que puedo haberte dado la vida, oh generoso mancebo, cuyo semblante, no sé por qué secreto misterio, a amor y a veneración me está provocando a un tiempo. Espera, pues. Aventuro mucho si aquí me detengo. ¿Pues, en qué? En que me conozcan... Hacia esta parte fue. Presto lleguemos donde se oculta, por si peligra. ...y en que esos que os siguen me vean. ¿Porqué? Porque licencia no tengo de dejarme ver. ¿Quién puso a la hermosura preceptos, siendo así que la hermosura siempre es libre y sin imperio? Nada os puedo responder. (Huiré al monte; que no quiero que piense Menón jamás de mí que no le obedezco.) Espera, detente, aguarda, prodigioso monstruo bello; que tras ti... ¿Señor? ¿Señor? Perdona nuestros deseos. ¡Haber tan tarde llegado donde nunca fuera presto! En albricias de tu vida, mi vida y alma te ofrezco. ¿Cómo te sientes? No sé, ¡ay de mí!, lo que [me] siento. No el golpe de la caída me aflige; otro más violento es el que siento en el alma; porque es un ardiente fuego, es tan abrasado rayo, que, sin tocar en el cuerpo, ha convertido en cenizas el corazón acá dentro. No os admire de que pase de un despeño a otro despeño tan aprisa. Amor es dios, y en dios nunca se da tiempo. Discurrid de aqueste monte los enmarañados senos; que al que una deidad humana en él hallare primero y la traiga a mi presencia, grandes mercedes le ofrezco. Porque no dudéis las señas villano es el traje, pero tan noblemente villano, que su rey le rinde el pecho. ¿Pero para qué, ¡ay de mí!, en pintarla me detengo, Si, en viéndola, diréis todos, ¿Éste es el hermoso incendio que abrasó al rey?" Mas ¿qué mucho? ¿Si es de estas selvas la Venus, la Dïana de estos bosques, la Amaltea de estos puertos, la Aretusa de estas fuentes, y la ella de todos ellos, que hasta que dije lo más, todo lo demás es menos? Busquémosla divididos, que yo he de ser el primero que estas ásperas montañas examine fresno a fresno, hoja a hoja y piedra a piedra. Mas mirad lo que os advierto; que, aunque sintáis abrasaros al mirarla, mis deseos licencia os dan de morir, mas no de morir contentos. Yo la segunda seré que de esta montaña el centro discurra en alcance suyo Todas haremos lo mesmo. Al monte. Al valle. Al llano. ¡Oh, si quisiesen los cielos, pues ya besé al Rey la mano, honrado en un noble puesto, que hoy empezase obligando, pues hoy empecé sirviendo! Al valle. A la selva. Al llano. ¡Por acá! ¡Por acá! (Cielos, ¿qué efecto haréis sucedidos si pensados matáis, celos?) ¿Quién dijera si fuera ella? Yo te lo diré bien presto. ¡Ay de mí!, que de pensarlo a dar un paso no acierto. Consejo muda el prudente, oí decir a un discreto; y pues ya prudente soy, quiero mudar de consejo, y no huir del rey; mas antes pedirle he que me dé premio, pues era mío el garrote con que a su jamestad dieron la vida. Amigo... Hacia aquí ruido entre estas hojas siento. ¡Chato! Señor! ¿Sabes dónde Semíramis está? Pienso... seis maravedís, no sé donde fue. ¡Ay de mí! Empero bien, señor, me podréis dar albricias de lo que ha hecho, si la queréis bien; porque ella y yo somos, sí por cierto, los que al rey la vida dimos, yo mi garrote poñendo y ella su manofitura. Calla, calla, que me has muerto. ¿Yo os he muerto o vos a mí? ¿No sabéis que parece esto cuando uno pisa un pie a otro, y se queja él el primero? Ya a mí el buscarla me toca más que a todos, que si llego a hallarla antes, yo sabré ocultársela al deseo del Rey. ¡Ay corazón!, pues de ti mil sabios dijeron que sabes astrología y adivinar, yo te dejo la elección de mis acciones. Llévame tú donde, ¡ah cielos!, mi bien está; que los pasos tú los das, y yo me muevo. ¡Cielos! ¿Qué habrá en este monte, que todos andan revueltos? Ocultarme por aquí de tanta gente quisiera, para que nunca pudiera quejarse Menón de mí. ¡Chato! ¡Señora! ¿Sabrás si la gente se ausentó que andaba en el monte? No; antes pienso que agora hay más. No digas que por aquí me viste, a nadie, pasar. Por aquí la he de buscar, si la hallase, ¡ay de mí! Pero, ¡cielos!, ¿no es aquélla? Aseguróme mis celos. ¿Pero no es aquélla, ¡cielos!, si advierto en las señas de ella? Advierte... Sí. Ahora mi suerte me esconde en aquesta parte. Ya es imposible ocultarte porque ya han legado a verte. ¡Arsidas! ¡Menón! ¡Oh impío cielo! (¿De qué este soldado tanto a Menón ha turbado? Debe de ser como el mío.) ¿Adónde vais por aquí? Buscando una deidad vengo. (¿No lo digo yo?) Pues tengo las señas que en ella vi. Yo, supuesto que aquí habemos llegado a un tiempo los dos, se la llevaré. Id con Dios. Los que servimos tenemos, y más con obligación, obligación de buscar ocasiones de agradar. Yo he de llevarla, Menón. (Llévesela!) Si he llegado yo, ¿no son vanos desvelos? ¿Qué soldado es éste, cielos? (Otro como mi soldado.) ¿Pues a competir conmigo vuestra arrogancia se atreve? Déjala que se la lleve, pues no va a comer contigo. El rey el justo poder me dio; y pues la pude hallar, conmigo la he de llevar. Y yo la he de defender. Mi bien, mi señor, mi dueño, ¿qué es esto? De tu intención ya aquestos cariños son otro indicio no pequeño. Y yo la muerte os daré, porque ya que lo escucháis, nunca decirlo podáis. ¡Ay de mí infeliz! Sabré también defenderme yo. Huye, Semíramis bella, ¿Que es hüir mi altiva estrella. ¿Quién mayor necedad vio? A aquel ruido acudid presto. Hacia allí las voces son. ¡Qué horror! ¿Qué es esto, Menón? ¡Qué dicha! Arsidas, ¿qué es esto? Esta divina hermosura... Esta divina belleza... Hallé yo en esta aspereza. Vi al pie de esta peña dura. Para lograr mi ventura... Para estorbar tu apetito... Llevártela solicito, donde mi lealtad me mueve. Y yo, que no te la lleve, ni consiento ni permito. Tres cosas estoy mirando, tres acciones estoy viendo, que cuánto más las entiendo, aun más las estoy dudando. Tú, Menón, con quien el mando de mi laurel he partido; ¿tú confiesas atrevido que el mayor triunfo me quitas? ¿Tú, Arsidas, lo solicitas, de hoy a mi casa venido? Y tú, crüel, que entre fieras dudas das de amor indicio, cuando haces un beneficio, como si un agravio hicieras. Rescatad de tan severas confusiones mi sentido. A los tres, ¿qué os ha movido para estar, ¡suerte penosa!, tú turbado, tú medrosa y tú desagradecido? Mi turbación, bien, señor, fácil está de entender, llegándote yo a deber tanto. Eso en mí no es temor, que fuera decirlo horror. Mi ingratitud, ¡ay de mí!, es lealtad. ¿Pues cómo así, oponiéndote a mi gusto Como tu gusto no es justo. ¿De qué suerte? Escucha. Di. Aquella hermosa pintura, que hoy has visto imaginada, es ésta que miras viva, puesta conmigo a tus plantas. Semíramis es, señor, y si pretendí guardarla de ti, fue porque tú mismo advertiste a mi ignorancia que aun pintada no llevase a un poderoso a mi dama, porque era necia fineza. Ser consejo tuyo basta para ser disculpa mía; pues mal hiciera en llevarla viva al mismo que afeó el llevársela pintada. Bien pudiera ahora decir que, porque nadie llegara a ganar con tu deseo de haberla hallado las gracias, defendí que la trujese otro; bien pudiera darla otro nombre ahora, y después con industrias y con trazas entreteniendo tu amor, asegurar mi esperanza. No, señor; cansado está el mundo de ver en farsas la competencia de un rey, de un valido y de una dama. Saquemos hoy del antiguo estilo aquesta ignorancia, y en el empeño primero a luz los afectos salgan. El fin de esto siempre ha sido, después de enredos, marañas, sospechas, amores, celos, gustos, glorias, quejas, ansias, generosamente noble vencerse el que hace el monarca. Pues si esto ha de ser después, mejor es agora no haga pasos tantas veces vistos; dame tú esa mano. Aguarda; que para lo que yo tengo de hacer agora, me falta informarme del estado en que con ella te hallas. (Mucho harán mis sentimientos, ¡cielos!, si hoy no se declaran. Eso he de decirlo yo; que a mi decoro, a mi fama, a mi altivez, mi soberbia, mi ambición y mi arrogancia conviene que sepan todos que antes de ver que me llama Menón su esposa, no tuvo de mí más que confïanza de que, en siéndolo, sería suya; pues aunque me saca su valor de una prisión de esas rústicas montañas; aunque en su poder me tuvo, él sabe de mi constancia que no me debió jamás sino sola la esperanza, hasta que ya como esposa la mano le doy. Aguarda tú también; que, eso sabido, no es buen día en que se casan dama a quien debo la vida y amante que es mi privanza, ser en un monte y acaso. A ti, Menón, debo cuantas victorias hoy me coronan de la siempre verde rama de laurel; a ti, divino pasmo de aquestas montañas, la vida debo. Y así, con demostraciones varias honrar a los dos pretendo, a cuyo efecto la fama quiero que convide a cuantos príncipes contiene el Asia a estas bodas, y que en ellas públicas fiestas se hagan, que mis grandezas publiquen... (Y que dilaten mis ansias). Señor, aunque generoso a tus hechuras ensalzas, para un amante no hay fiestas como que fiestas no hagan. ¿Por qué? Si el rey quiere honrarnos, Menón, con mercedes tantas, no a mi presunción le quites la vanidad de lograrlas. Dice Semíramis bien. (¡Oh, si pudiesen mis ansias dar término, cielo, entre mi deseo y mi venganza!) Pues tú, bellísima Irene, a Semíramis gallarda contigo a Nínive lleva, por sus calles y sus plazas en tu real carro, vestida de plumas, joyas y galas. Triunfe, y como a mí se humillen; que a su beldad soberana su rey le debe la vida y solicita pagarla. Ven, Semíramis, conmigo; que yo haré lo que el rey manda. (Y aun lo que el rey no mandare; pues haré que tu esperanza en el horror de mis celos tropiece, ya que no caiga.) Acompañad a las dos todos. (Altiva arrogancia ambicioso pensamiento de mi espíritu, descansa de la imaginación; pues realmente a ver alcanzas lo que imaginaste; pues aun todo aquesto no basta; que para llenar mi idea mayores triunfos me faltan. ¡Ha visto y qué tiesa va! Apenas volvió la cara. ¡Ay tontilla, que no en vano hija del viento te llamas! ¡Menón! ¿Señor? No las sigas tú, detente. ¿Qué me mandas? ¿Estamos solos? Testigos son los troncos y las ramas. Mi amigo eres. Tú mi rey. ¿Qué me debes? Honras altas. ¿Puedo hacer por ti más? No. ¿Tienes qué pedirme? Nada. ¿Qué harás tú por mí? Mi vida pondré, señor, a tus plantas. Menos quiero, pues porque no diga jamás la fama que Nino quitó a Menón su esposa, quiero que haga la amistad, y no el poder, una conveniencia extraña; y es que, esto asentado, agora volvamos a la pasada metáfora. ¿No dijiste que ésta verdadera farsa, tenía una novedad que era fácil desatarla? Pues yo quiero que sean dos, y que en el fin también haya nuevo estilo. Esto ha de ser. Ya que introducidos se hallan aquí rey, dama y valido, véncete tú, porque salga de andar en duelos de amor la majestad; desatada una, otra es desde hoy amarla yo y tú olvidarla. Señor, vencerse a sí mismo un hombre es tan grande hazaña, que sólo el que es grande puede atreverse a ejecutarla. Tú eres rey, vasallo soy. Pues ¿qué mayor alabanza que hacer tú una acción que fuese grande para mí? No se halla con tanto valor mi pecho. Pues tú me has de dar palabra de olvidarla. No podré; de morir, sí; en esa instancia te la doy; que ello está en mí, y no está en mí el olvidarla. Pues sí olvidarla no puedes, puede darlo a entender traza que ella entienda que la olvidas, y que mi amor no lo manda. Ni aqueso puedo tampoco; que fuera acción muy villana dar yo a partido mis celos. Tercero de mis desgracias, daré a entender que la olvido, y lo haré desde mañana; mas dando a entender también que eres tú quien me lo manda. ¿No te la puedo quitar? Ya sí, señor, mas repara que ésa es violencia forzosa, y ésta es ruindad voluntaria. En quitármela tú, harás una tiranía; en dejarla yo, una infamia; y al contrario, tú una grandeza en no amarla, yo una fineza en quererla. Mira agora las distancias que hay de tiranía a grandeza, y que hay de fineza a infamia. Pues ¿qué te vengo a deber yo en aquesta parte? Nada, sino el consejo de que me la quites; que si aguardas hallar conveniencia en mí, en mí, señor, no has de hallarla, ni es posible. ¿Cómo? Escucha. En nuestro cuerpo está el alma, sin tener determinado lugar; si muevo la planta, alma hay allí, alma también hay en la mano al mandarla. Sucede, pues, que me corte la planta o la mano, ¿falta con la porción de aquel cuerpo aquella porción que estaba del alma allí? No. ¿Qué se hace? A su estado, a incorporarla se reduce. Alma es en mí mi amor; lugar no se halla donde no esté; y así, aunque hoy a pedazos le deshaga, cortándome las acciones de verla, oírla y hablarla, en la razón que me queda, a la imitación del alma, siempre se ha de hallar mi amor tan cabal como se estaba. ¡Qué cansados argumentos! ¿Ser mi gusto no bastaba? No, señor. ¡Calla, villano! ¡Desagradecido, calla! ¡Calla, ingrato! Mas yo tuve la culpa de darte tantas alas, para que al sol mismo te opongas. Pero la saña del sol, que te las crió, sabrá quitarte las alas. ¡Señor! ¡No más! No de un soplo así tu hechura deshagas. No me deshaga mi hechura un rayo a mí siendo ingrata. Yo no puedo... Yo tampoco. ...ofrecer más de que... Basta. ¿Que soy tu privanza olvidas? Donde hay celos no hay privanza. Y puesto que esto ha de ser, yo he de decir que se haga la boda, y tú has de decir que a tu disgusto te casas, sin que a mirarla te atrevas desde este instante. Repara que te quebraré los ojos si te atreves a mirarla. ¡Ay Semíramis divina! ¡Ay hermosa! ¡Ay soberana hija del aire! ¡Llevóse tu nombre mis esperanzas. JORNADA TERCERA ¡Viva Semíramis bella! ¡Viva del Asia el asombro! ¡Viva la que dio la vida a nuestro Rey generoso! Ya Semíramis e Irene vuelven a palacio. Loco de contento estoy al ver su nombre aplaudido. Todos estamos acá, pardiez. ¡Tonto! ¿Cómo de ese modo... Pues para entrar donde quiera, ¿qué más hay que hacerse tonto? Crïado de Semíramis so, y sabiendo que vos proprio acá mi ama os traéis, vengo, voy, ¿qué hago? Tomo y véngome acá también, o por esto o por estotro. Éste es un simple villano que desde Ascalón conozco; pues que Semíramis dél gusta, mandarás, Andronio, que le vistan de otra suerte; no ande aquí en traje tan tosco. Vestida tengas el alma a penas de purgatorio. Entra, Mandroño, a vestir el soldado. De aquí a poco. ¡Viva la que dio la vida a nuestro rey generoso! Ya la música otra vez suena, y ya se apean. Dichoso yo, que merecí adorar dos beldades en un solio, dos soles en una esfera y dos diosas en un trono. Más dichosa es quien de vos tuvo aplausos tan heroicos. (¿Quién no dirá que mi ama siempre trajo aquel adorno? Pues yo me acuerdo de cuando eran pellejos de un lobo. Pero ¡cómo esas pellejas vemos hoy cubiertas de oro!) ¿Qué te ha parecido, hermosa Semíramis, bello monstruo de Asia, a cuyos rayos son tibios los rayos de Apolo, de la famosa ciudad de Nínive, del adorno de sus muros y sus calles, y comercio populoso? Sí he visto, señor, y tengo de decir la verdad; todo cuanto hasta ahora he visto en ella... ¿Qué? ...me ha parecido poco; mas no me espanto, porque objeto es más anchuroso el de la imaginación que el objeto de los ojos. Imaginaba yo que eran los muros más suntüosos, los edificios más grandes, los palacios más heroicos, los templos más eminentes y todo, en fin, más famoso. (Tan loco nos venga el año cuando siembre mis rastrojos.) En las entrañas nacida de un monte, en el seno bronco de unos peñascos crïada, ¿ánimo tan generoso y espíritu tan altivo engendraste? Sí; que como pude allí discurrir mucho, no me contenté con poco. Entra, pues, en mis jardines a ver si, ufanos y hermosos, te agradan. (Mas ¡qué cansada voy, no de mis celos solos, sino de haber oído tantos desvanecimientos locos!) (¿Cómo en tan célebre día Menón falta de mis ojos? Mas ¿para qué le echo menos, si tantos aplausos logro sin él? Como éstos no falten, lo demás importa poco.) Recatad, afectos míos, la dulce llama que escondo; que aun no es tiempo que sopladas sus cenizas del favonio, de amor el fuego descubran que arde ocultamente sordo. Señor Mandroño, ¿es ya hora de que nos vamos nosotros? ¿Vos, sabéis qué es? ¿Qué? Priesa de haber de vestirse un roto. De Siria el gobernador ésta envía con un proprio. (¡Ay, perdida prenda mía! Está bien... (¡Ay dueño hermoso!) ...que antes que para otra cosa sepa, el olvido que os propongo, quiero saber en qué estado está. En el que estaba proprio. ¿Qué es? Que haré cuanto pudiere; mas juzgo que puedo poco. Pues habéis de poder mucho. Dad la carta a Arsidas; todos los despachos por su mano lleguen a mí; que ya él solo me acierta a servir. Tus plantas me da a besar. No lo ignoro; pero mandadle a él lo fácil, y a mí lo dificultoso. Venid conmigo a saber si lo es o no cuidadoso. Vos leedla; y vedme, agora cualquier despacho estorbo. Tomad; y si acaso puede un desdichado a un dichoso dar algo, sea un consejo; y es que, atento, cuerdo y pronto sirváis, sin enamoraros, porque lo perderéis todo. Bueno es el consejo; pero ya es muy tarde cuando le oigo, pues yo solamente sirvo porque otra hermosura adoro. ¡Con qué temores que dudo! ¡Oh pliego, tu nema rompo! "Gran señor: Estorbato, Rey de Batria, viendo que a los umbrales de su patria victorioso llegaste, y que aquella conquista perdonaste, soberbio y presumido que sea temor lo que omisión ha sido. Con esto, y con que a él se pasó huyendo Lidoro, Rey de Lidia, pretendiendo el uno de su imperio apoderarse segunda vez, y el otro en Siria entrarse, ejércitos previenen, y como en tal confianza se mantienen todos los naturales, divisos y parciales, a su rey esperando, sospechosos están, y yo aguardando la invasión. Pocas son las fuerzas mías si tú, señor, socorro no me envías." ¿Quién se habrá visto jamás tan confuso y tan dudoso, pues vengo a ser hoy conmigo secretario de mí proprio? Como a la Batria pasase deshecho, vencido y roto, habrá corrido esta voz que con Estorbato torno. ¿Qué haré? ¿Diré al rey quién soy? No; que de mí sospechoso, querrá asegurar conmigo aqueste nuevo alboroto. Callaré oculto hasta que la ocasión descubra el modo, que mejor me esté. ¡Oh, Irene, por ti en qué empeños me pongo! ¿En fin, que nada te agrada de un sitio tan deleitoso? Es el desvanecimiento tal que en estas cosas pongo, que pienso hacerlas mayores en siendo Menón mi esposo. ¿Estás muy enamorada de él, Semíramis? Conozco que debo a Menón, señora, todas las dichas que gozo; y como de agradecida hay un término tan corto a enamorada, decir que lo estoy será forzoso; si bien es mi presunción tal, que... Dilo. Que me corro de que haya de ser mi dueño quien es vasallo de otro. Salíos todas allá fuera. Ya, Semíramis, que toco esta plática, no puedo dilatar más mis enojos; y así, antes que me preguntes porqué a este empeño me arrojo ni qué me obliga, te mando que desde este instante proprio estés persuadida a que no ha de ser Menón tu esposo; porque, aunque vasallo, tiene dueño, si no tan hermoso, menos ingrato y más noble, menos vano y más heroico. Si el rey casarte mandare, con desdén ceremonioso has de fingir que no tienes gusto en este desposorio; y a él le has de dar a entender que le aborreces, de modo que, viéndose aborrecido, aborrezca; pues no ignoro que sabe una ingratitud pasarse de amor a odio. Y pues el rey hoy por este jardín ha venido, torno, Semíramis, a decirte que en esa puerta me pongo, sólo a mirar de la suerte que tus labios y tus ojos empiezan a introducir los desdenes rigurosos de tu fingida mudanza. Y así, por ahora sólo te advierto que desde aquí todas las acciones noto. Esto ha de ser porque está Semíramis ya aquí, y logro tan buena ocasión. Detrás de aquestas murtas me escondo. Llega, dándole a entender cuánto es tu afecto muy otro; advirtiendo, que me quedo donde cuanto digas oigo. (¿Habrá rigor más violento?) (¿Trance habrá más riguroso?) (¿Que aya de dar a entender yo que ingrata correspondo?) (¿Que haya de decir por fuerza yo, que lo que estimo enojo?) (Sí, pues así le aseguro.) (Sí, pues así la reporto.) (Aunque, si a la ira advierto...) (Aunque, si atiendo a mi enojo...) Aparte (...que de la envidia de Irene dentro de mi pecho formo...) (...que de los celos del rey dentro de mi alma lloro...) (...en fingir que le aborrezco...) Aparte (...en decir que no la adoro...) Aparte (...sospecho que no haré mucho.) (...presumo que haré muy poco.) (Ya se han visto. ¡Celos, tenga piedad mi industria en vosotros!) (Ya se hablan. ¡Consiga, celos, mi pena algún desahogo! En mucho estimo, Menón, hoy a los cielos piadosos esta ocasión que me han dado de hablaros en mis enojos; que a dilatarse un instante, presumo que escandalosos reventaran el volcán de mi pecho, dando asombros al cielo, hasta que llegase o lo ardiente o lo ruidoso de mis quejas a deciros que, ofendida de vos, torno por consejo a aconsejaros no tratéis de ser mi esposo. (No entra mal en el despecho Semíramis.) (¡Rigurosos cielos! Si ella no ha sabido que el rey está oyendo, ¿cómo me habla con tanto rigor? (¿Semíramis, ¡estoy loco!, sale al paso a su mudanza?) (¡Que sea, ¡ay de mí!, forzoso, siendo sus enojos falsos, hacer ciertos sus enojos!) Semíramis, aunque tengas quejas de mí, y aunque ignoro la ocasión, no te he de dar (¡quién vio más terrible ahogo!) satisfacciones, porque no puedo. (Atiende a mis ojos, hermoso imposible mío.) Esto a las quejas respondo; y en cuanto a que ser no quieras mi esposa, yo te perdono el desaire... (No hago tal.) de decírmelo en mi rostro; pues con eso has excusado que yo te diga lo proprio. ¿Que tú lo dijeras? Sí. (¡Él la desprecia! ¡Qué oigo!) (No empieza a fingirlo mal.) (Si él, ¡Cielo!, está tan remoto de que Irene me está oyendo, ¿cómo me habla deste modo?) Pues si vos tan consolado estáis, que de mis enojos aun no preguntáis la causa, no añadamos unos a otros. Id con Dios. Quedad con Dios. (¡Qué sin afecto amoroso me llega a hablar y se vuelve!) (¡Con qué seco desahogo me deja ir y no me llama!) (Pero el callar es forzoso.) (Pero el sufrir es preciso.) (¡No hubiera un estilo como hablar callando!) (¡No hubiera de callar hablando un modo!) Para la primera vez que a servirte me dispongo, bien entablado he dejado el temor. Ya lo conozco; pero quisiera que fuese más declarado el oprobrio. ¿Más? Sí. Para la primera lección que de olvido tomo, ¿no la he repetido bien? Sí, pero la has dicho poco. Pues yo creí que era mucho, y aun de lo mucho me asombro. Vuélvele a llamar, y asienta que no se trate en ser tu esposo. Vuélvela a hablar; dila que no has de hacer el desposorio. Sí haré. (Hablen mis sentidos aquí, cumpliendo con otros.) Sí haré. (Mi dolor conmigo cumpla aquí, hablando en mí propio.) Menón. Semíramis. Pues ¿a qué tornáis aquí? Torno, yo no sé a qué. Decid vos, ¿porqué me nombráis? Os nombro porque... Pero ¿qué sé yo? Cuando andáis tan cauteloso para deciros que os llamo... por deciros que me corro de haberos dado esperanza de que seréis tan dichoso que jamás me merezcáis. Pues yo volvía a eso proprio. Sí; mas quiero yo decirlo; vos no lo digáis. En todo opuestos parece; que hoy, ingrato imposible, somos; pues yo no decirlo quiero, y que vos lo digáis tomo por partido. ¿Qué os obliga? No sé. ¿Y vos? También lo ignoro. Decidlo vos; que quizá tenéis... ¿Qué? ...menos estorbo. Quizá mayor. No es posible. No os entiendo. Yo tampoco; mas si vierais lo que paso... Si supierais lo que escondo ... ...vierais... ...supierais... ...que yo... ...que yo... ...siento... ...sufro... (¿Qué oigo!) ...porque... Decid. Estoy muda; hablad vos. Estoy dudoso. Pues adiós. Adiós, pues. Idos. (Pero así el silencio rompo.) Vos por esta parte. Idos por estotra. ¡Necia! ¡Loco! ¿Qué has dicho? ¿Qué has hecho? Yo, nada he dicho. Yo tampoco. ¡Señor! ¡Irene!, ¿tú aquí? ¡Muerta estoy! ¡Estoy absorto! Sí, señor, (Disculpad, cielos, esta sospecha en mi abono.) porque a Semíramis dije que, aunque haya de ser su esposo Menón, estando conmigo no se atreva a hablar de modo que el respeto de mi sombra peligrar pueda en un solo átomo; y así escuchaba ofendido mi decoro. Yo no escuchaba por eso; que, habiendo tan alevoso descubiértome Menón, responderé de otro modo; pues él, Semíramis, quiere, que vos sepáis que os adoro. (¿Qué es esto, cielos? ¡De mí enamorado el rey! ¿Qué oigo?) Semíramis, yo he querido salvar la voluntad mía de especie de tiranía. A este fin he prevenido facilitar el olvido de Menón, por merecer, sin ser yo tirano, ser dueño de mi voluntad, fïando de su amistad aún más que de mi poder. El lance de hoy es testigo del estado de los dos. Por andar fino con vos, traidor ha andado conmigo. No que os quiera le castigo, que fuera culpar mi amor dar el suyo por error; que me ofenda, sí, y es justo; pues quien es traidor al gusto a todo será traidor. ¡Hola! Señor. A esa fiera desconocida e ingrata, que a quien la alimenta mata, las armas quitad, y muera en la prisión más severa de Nínive; su castigo, que será escarmiento, digo, de toda Siria, pues hallo ser malo para vasallo quien no es bueno para amigo. Esta, señor, es mi espada; que no puedo en trance igual, darte mejor memorial que ella de sangre bañada. Mira ya a tus pies postrada la que fue rayo de Oriente; sólo pido que, prudente, adviertas que rayo ha sido, y que, así, no habrá ofendido a Júpiter eminente. Todo mi delito es que Amor hiciese delito. Tu perdón no solicito; antes, te pido me des una y muchas muertes; pues tan firme me considero en el afecto primero, que estimo el rigor; que ya lo que padezca será testigo de lo que quiero. El rey, Semíramis bella, porque te adoro, se ofende. ¿Qué prende en mí, si no prende también conmigo a mi estrella? ¿Ella no me influye? ¿Ella no es astro del cielo? Sí. Pues ¿qué importará que aquí prisión den a mi pasión, si también en mi prisión sabrá mi estrella de mí? Y ¿qué es estar preso? Muerto tengo de estarte adorando; que si las estrellas, cuando luz recibieron, es cierto crïan su influjo, hoy advierto que, antes de llegar yo a ellas, si quisieron las estrellas mi amor, que en ellas está, después y antes durará todo lo que duren ellas. Llevadle de aquí. Mas no; dejadle. Cobra tu acero; que otra experiencia hacer quiero yo de cuanto valgo yo. ¡Semíramis! (¿Quién se vio en tal duda?) Aunque pudiera conseguir de otra manera de tu hermosura el favor, quiero deber a mi amor lo que a mi poder debiera. En tu libertad estás; que yo no he de ser tirano. Si a Menón le das la mano, a un infeliz se la das, en cuyo estrago verás las mudanzas de la luna; que si mi suerte importuna su amor no puede quitarle, podrá, a lo menos, negarle los bienes de la Fortuna. De mi gracia despedido, de mi Corte desterrado, de mis imperios echado, de mi gente aborrecido, mísero, triste, abatido, ha de vivir, sin honor, sin amparo y sin favor. Si con esto quieres ser su mujer, sé su mujer; que yo moriré de amor. Semíramis, si es que aquí quieres ser agradecida, acuérdate que la vida y el segundo ser te di. Que tú me la diste a mí, y que a pagarla me atrevo, te acuerda también. Yo llevo ventaja. Si a esto te mueves... Págame lo que me debes. Cobra lo que yo te debo. ¿Qué blasón más celebrado tendrá tu famoso nombre, que poder hacer a un hombre dichoso de desdichado? Porque sea infeliz tu hado, no te haga infeliz a ti. Tiempo de pensarlo aquí la dad. No le he menester a lo que he de responder, y Luego ¿ya lo sabes? Sí. Menón, aunque agradecida a tus finezas me siento, ningún agradecimiento obliga a dejar perdida toda la edad de una vida; que el que da al que pobre está, y con rigor cobra, ya no piedad, crueldad le sobra; pues aflige cuando cobra más que alivia cuando da. Si ya tu suerte importuna, si ya tu severo hado pródigos han disfrutado lo mejor de tu fortuna, la mía, que hoy de la cuna sale a ver la luz del día, la luz quiere; que sería error que una a otra destruya; y si acabaste la tuya, déjame empezar la mía. Si de un vicio la inquietud, de una virtud el indicio, vuelve la virtud en vicio antes que el vicio en virtud, más con la solicitud de mi vida vencer oso tu desdicha; que es forzoso que, una de otra acompañada, tú me hagas desdichada y yo no te haga dichoso. La vida que te debí, con tomarla la pagué; por ti lo hiciste, pues fue antes de saber de mí. La que yo a Nino le di la misma duda ha tenido; mas si él honrarme ha querido, ¿no será, Menón, error por seguir a un acreedor, dejar a un agradecido? Del rey en desgracia estás, sin privanza y sin estado; fugitivo y desterrado, de su vista huyendo vas. No puedo hacer por ti más hoy que el no ser tu esposa; que hermosa mujer, no hay cosa que tanto a un hombre le sobre, porque es sátira del pobre el tener mujer hermosa. Pues de tu esperanza estás, Menón, tan desengañado, para siempre desterrado hoy de Nínive saldrás, sin que ya esperes jamás ver a Semíramis bella; que pues que te deja ella sin saberme tú obligar, no te quiero yo dejar ni aun el consuelo de vella. ¿Vivo o muero? Cierto es que si viviera, este dolor, sin duda, me matara; y si muriera, es consecuencia clara que este dolor, sin duda, no sintiera. Luego vivo a sentir mi pena fiera y muero a no sentirla. ¡Oh, quién se hallara tan afecto a los dioses, que alcanzara el querer y olvidar cuando él quisiera! Privanza, honor, estado, rey y dama perdí, y sólo ha llegado a consolarme que aun ha dejado qué perder mi estrella. ¿Alma no tengo? Sí; pues hoy la fama condenado de amor podrá llamarme, porque aun el alma he de perder por ella. ¡Señor! ¡Ah señor! ¡Señor! Fuése, yendo paso a paso, sin hacer de mí más caso que de un enfermo un doctor; que ésta es la cosa de que menos se le da, a fe mía, pues viéndole cada día, parece que no le ve. Saber quije si es así una voz que ahora corrió de que a Semíramis no se le da un maravedí de todo su amor, porque la quiere el rey; y yo hallo que haría mal en pescudallo, supuesto que yo lo sé; que claro está que una dama más del rey lo querrá ser, que de otro propia mujer; porque aquello de la fama es fama, y póstuma ya, que ha mil días que murió; o si no, dígalo yo, o mi mujer lo dirá. ¿Qué importa a los que me ven ser de ella expulso marido, si yo ando en traje lucido, como bien y bebo bien? (Hasta que encuentre con él, toda Nínive he de andar, y aun en palacio he de entrar. Pescudarle quiero a aquél que allí está, si le vio acaso.) Soldado, decidme vos... (¡Mi mujer es, vive Dios!) ...si habéis visto... (¡Lindo paso!) ...a uno que se llama Chato. Tras Semíramis ha un mes que vino, por señas que es grandísimo mentecato. ¡No le conozco, par Dios! Que un chato es, que aquí ha venido, narigón tan entendido, que no se acuerda de vos. ¡Ay Chato del alma mía! ¿Esto es lo que yo en ti tengo, cuando sola a verte vengo? ¿Sola? Sin más compañía que mis lágrimas no más. ¡Qué amor! Esto sí es tener un hombre honrada mujer. ¡Qué bravo soldado estás! No te había conocido. Por eso me habrás buscado; que más un bravo soldado vale, que un manso marido. Ya la malicia es en balde; que ya Floro se ausentó. ¿Y a falta de buenos, yo so buscado para alcalde? Pues por adonde venís, Sirene, os podéis tornar, que acá hay mucho que pensar, y aguarda Semíramis. Tras ti he de ir. Y yo enojado más de una hora pienso estar; que esto es saber castigar. Pues, para ésta, menguado... ¿Eso contiene la carta? Esto la carta contiene. No me da cuidado el ver que Estorbato guerra intente contra mí, cuanto pensar que Lidoro con él vuelve. Por mi general te nombro, y así, a partirte resuelve a toda priesa. Tus plantas beso humilde; que bien puedes creer, mientras yo te sirvo, que Lidoro no te ofende. Después trataremos de esos despachos, y agora vete; que pues ya la oscura noche las alas nocturnas tiende, coronado de esperanzas mi amor, hasta que desprecie Semíramis a Menón, hablarla a solas pretende, porque el favor no embarace la asistencia de más gente; y así, mientras yo a su cuarto voy, tú desde aquí te vuelve. Pisando las negras sombras, imágenes de mi muerte, con la llave que tenía de los jardines de Irene, a Semíramis veré; que aun el metal muchas veces, siendo inanimado, ignora a qué nace; dígalo éste, labrado para favores, logrado para desdenes. Hablarla pienso; porque antes que de ella me ausente. El tropel de mis desdichas me aconseja que me queje de su ingratitud; que al fin un ofendido no tiene ni más favor que le ampare, ni más duelo que la vengue. Noche, aunque siempre hayas sido tercera de hurtos aleves, sélo esta vez de hurtos nobles tercera también. No siempre tu horror induzca a los males; guía un día hacia los bienes. Entraré en su cuarto, pues informado de que es éste estoy ya; y el corazón lo dijera sin saberle. Éste es su cuarto; mejor dijera la esfera breve, adonde en golfo de flores el sol más hermoso duerme. ¡Oh centro de mi esperanza! ¡Oh patria de mis placeres! ¡Qué triste piso tu umbral! Tu friso toco, ¡Oh, qué alegre! Pasos siento. Un bulto miro. Ya me es forzoso volverme. Ya me es forzoso seguirle. Aunque recatado intentes huír, aborto de las sombras, tengo de saber quién eres! La voz es del rey. Aquí no hay resistencia más fuerte que el hüir. ¡Quieran los dioses que ya con la puerta acierte! Sin darme respuesta alguna, cobarde la espalda vuelve. Sabré quién es. ¿Quién al culto sagrado de estas paredes, licenciosamente osado, a tales horas se atreve? Perdí el tino. ¡Hojas y ramas, pues sois de Amor delincuentes, toda la vida abrazadas, en vuestro centro escondedme! No podrán; que a mucha luz te sigue mi fuego ardiente. Yo no he de sacar la espada. Por esta puerta es bien que entre, a ver si encuentro por dónde me arroje, aunque me despeñe sobre las ondas del Tigris. Mal el hüir te defiende; que aunque huyas como cobarde, te sigo como valiente. Pasos oigo y voces. Dadme una luz. Salir intente. ¿Quién aquí? ¿Menón, qué es esto? Venir yo a buscar mi muerte; y haberla hallado, que es harto, siendo infelice. ¿Tú eres, traidor? Mas ¿quién sino tú fuera traidor tantas veces? Sí; pero traición de amor, traición que honra más que ofende. ¿No te mandé que salieras de Nínive? Obedecerte quise. Salí; mas no hallé otro refugio sino éste. ¿Por dónde entraste? No sé. Aunque es tu honor, darte muerte yo, traidor, muere a mis manos. No le mates, señor, tente. Suspende la ira, si es que celos del ruego no tienes. No; que son mis celos nobles, y rogados se suspenden; que si el vengarme interés es mío, cuando eso fuere, es interés del respeto de Semíramis el verse obedecida; y así, entre los dos intereses, quiero ser rebelde al mío por ser al suyo obediente. La vida te doy; levanta, pues Semíramis lo quiere. Yo lo estimo, por pagarle, señor, y porque me deje, viéndose ya en paz conmigo; que si una vida le debe mi ser, dándole otra vida, ya ningún derecho tiene contra mí; y así, Menón, pues en paz estamos, vete, y déjame que yo logre de mi destino la suerte. Eso no; que es una cosa que a darle la vida llegue, y otra que no llegue a darle castigo; y así se medie; que viva, pues tú lo mandas, pero en prisión, pues me ofende. La escuadra que está de guarda en este cuarto de Irene, di, Silvia, que mando yo que hasta estos jardines entre. Si me prendes, no me das vida, sino civil muerte. Tenga, señor, libertad, siquiera por intereses de la vida que me dio. Ya está libre. ¿Qué más quieres? Y aun más he de hacer por ti. Si otra vez volviere a verte en su vida, le perdono, para que nunca te quede que pedirme más por él. ¿Qué me mandas? Piadoso eres. Ya, que saquéis a Menón de palacio solamente, y con vida y libertad le dejad donde él quisiere. Pero mirad; de vos fío... ¡Oh fiera, lo que me debes! ¿Te ha dejado libre? Sí. (¡Cuánto un acreedor ofende!) ¿Habéisme entendido ya? Y se hará de aquesa suerte. Vamos. Mucho temo, aunque libertad y vida lleve, Semíramis, que en mi vida yo no he de volver a verte. Semíramis. Gran señor. ¿Hay más en que obedecerte? Mejor dirás en que honrarme. Pues estás servida, llegue agradecido mi pecho a dar una y muchas veces los brazos por la elección que hoy en quedarte... Detente, señor, que si agradecida a tus honras y mercedes me mostré, de mi fortuna logrados los accidentes, que favorables conmigo se mostraron, cuando pienses que son favores de amor, más que me ilustran, me ofenden. Semíramis, un afecto persuadido fácilmente a una dicha, mal de aquel concepto se desvanece. Yo creí que eran favores hechos a mi amor haberte quedado en palacio, y ya más creeré que son desdenes. En mi poder estás hoy; yo te adoro neciamente; dejaré a tu rendimiento mi ventura. No lo intentes; que primero que de mí triunfe Amor, me daré muerte. Detendréte yo las manos. Soltarélas yo. Mal puedes; que las prisiones de amor no se rompen fácilmente. Sí hacen, sí, cuando la lima del honor sus hierros muerde. Yo te adoro. Tú me agravias. Yo te estimo. Tú me ofendes. Venceráte mí porfía. Sabrá mi honor defenderme. Si entre mis brazos estás, ¿de qué suerte? De esta suerte. Dándome muerte tu acero. Prodigiosa mujer, tente; que ya en mi sangre bañado estoy, viendo, osada y fuerte, esgrimir contra mi vida iras y rayos crüeles. ¡Mi mismo cadáver, cielos, miro en el aire aparente! Pálido horror, ¿qué me sigues? Sombra infausta, ¿qué me quieres? ¡No me mates, no me mates! ¿Qué te acobarda? ¿Qué temes, señor, si este acero sólo contra mí sus filos vuelve? Contra mi pecho le esgrimo, no contra ti. No receles, pues a mi lealtad noble y a él juntos a tus pies nos tienes. ¿Qué ilusión, qué fantasía, formada en el aire leve, de mi muerte imagen triste, ya en sombras se desvanece? Sin duda, alguna deidad, mujer, en tu amparo tienes, que con agüeros te guarda, con anuncios te defiende, No quiero favor violento de tus brazos; vuelve, vuelve ese acero a mi poder, --¡con qué temor llego a verle!-- que mi palabra te doy que tu hermosura respete. Mas si tampoco es posible que sin ella viva y reine, haya un medio que se oponga entre gozarte y perderte. ¿Qué medio, si es imposible? Que el Cielo mi honor defiende. El perderte como amante, pues que los dioses lo quieren, y gozarte como esposo. ¿Qué dices? Lo que ha de verse. El ser tu esclava serán mis rayos y mis laureles. Verá el mundo en tus aplausos cuánto a los dioses les debes. Hija soy de Venus, y ella mis fortunas favorece. (Yo haré, si llego a reinar, que el mundo a mi nombre tiemble.) ¡Ay infelice de mí! Decidme, ¡ay, hado inclemente! ¿Dónde me lleváis, después que tiranos y crüeles me habéis sacado los ojos? Mandato del rey es éste. Él nos dijo que en la parte que tú, Menón, escogieses, te dejáramos con vida y libertad de esta suerte. Tú a las puertas del palacio dices que quedarte quieres; en ellas estás, y en ellas libertad y vida tienes. El rey cumplió su palabra; de nosotros no te quejes. Su palabra, es la verdad, cumplió el rey; mas con traición, pero, ¡oh tirana impiedad! ¿Qué muerte hay ni qué prisión como aquesta oscuridad? Mortales, si ya de aquí huyó la tiniebla fría de ese celestial rubí, y es para todos de día, aun de noche es para mí. Llorad, llorad la importuna suerte que en mi fe contemplo; sentid con piedad alguna; venid a ver un ejemplo del honor y la Fortuna. El que envidia daba ayer, mayor lástima os dé hoy; muévaos a piedad el ver que ciego y que pobre voy pidiendo para comer. En tragedia tan esquiva, sólo el consuelo reciba de lastimaros con ella. La gran Semíramis bella, Reina del Oriente, ¡viva! ¿Qué dulces ecos despojos son del aire repetidos? Ya son menos mis enojos, pues me dejó mis oídos, ya que me quitó los ojos. "Semíramis" entender pude, y "reina." ¡Qué placer! Mas, ¡ay de mí!, ¡qué pesar! Que hasta no verla reinar no fue pérdida el no ver. ¿Quién me dirá qué es aquello? (No hay cosa como ser loco, si es que da en buen tema ello; es fácil, que poco a poco se va saliendo con ello. Semíramis dio en que había de reinar, y ya este día la van siguiendo su humor.) Oh tú que pasas, si horror no te da la suerte mía... Perdone, hermano. No soy mendigo; repara en mí. No tengo qué dar, y voy de priesa. ¿Eres Chato? Sí. ¿Qué es esto que viendo estoy? ¿Tú de esta suerte, señor? Sí, amigo; que esto ha podido de mi Fortuna el rigor. Dime, ¿qué la causa ha sido de este festivo rumor? No sé si hablarte podré; pero al fin la causa fue que hoy el rey a la persona de Semíramis corona por esposa y reina. ¿Qué te daré en albricias yo? Solamente me dejó por acaso mi desdicha este diamante. Fue dicha grandísima; pero no hizo bien la suerte esquiva en que no sea esta centella tan grande como una criba. La gran Semíramis bella, Reina del Oriente, ¡viva! Segunda vez he escuchado la voz. ¿Qué mucho, si está en trono tan levantado, cerca de aquí? Tu cuidado, Chato, me lleve hacia allá; que si a verla no, si llego a oírla, consuelo tendré. (Ya del diamante reniego, pues que ya por él seré desde hoy mozo de ciego.) Mas ya desde aquí la altiva fábrica del trono, y ella y el rey se ven. ¡Suerte esquiva! La gran Semíramis bella, Reina del Oriente, ¡viva! ¡Viva! Y de aqueste eminente laurel ciña su arrebol, dividido de mi frente; y pues es reina del sol, reina será del oriente. Del tiempo dulces engaños cuente tu posteridad con felices desengaños, de una en otra edad, por siglos, y no por años. El rendimiento y amor con que tu luz reverencio, por uno y otro favor agradézcale el silencio, que es el que sabe mejor. (Puesto que su voz oí, también ella me oirá a mí. El parabién la he de dar; todo es perder el hablar al modo que el ver perdí.) Gran Semíramis de Siria, cuyos aplausos ilustres, a par del mayor lucero, edades eternas duren, Menón fuí. Mi nombre digo, porque, al ver quién es, no dudes la que me dejó las voces, aunque me quitó las luces. ¡Qué atrevimiento! ¡Qué espanto! ¿Quién sin llanto el verle sufre! ¡Qué lástima! ¡Qué desdicha! Ufano de que te juren hoy los imperios de Siria, que a otro norte se divulguen, llego a darte el parabién. Que fuí el primero que tuve parte en tus aplausos, sea el primero que pronuncie tus grandezas; que el querer, gran deidad, aunque me injuries, que triunfes, vivas y reines... pero aquí mi voz se mude, no a mi arbitrio, sino al nuevo espíritu que se infunde en mi pecho; pues me obliga no sé quién a que articule las forzadas voces, que no vivas, reines ni triunfes. Soberbiamente ambiciosa, al que agora te constituye reina, tú misma des muerte, y en olvido le sepultes, siendo aqueste infausto día universal pesadumbre de los vivientes; y en muestra de que presagios le anuncien, de cielos, astros y signos la gran monarquía deslustren. Calla, calla, que parece que hay deidades que te escuchen; pues obedientes se alteran, con mortales inquietudes, cielos, montes y elementos, que a tus voces se confunden, respondiéndote uno solo en idioma de las nubes. La fábrica de los cielos sobre nosotros se hunde, a cuyo estallido todos los ejes del polo crujen. Los montes contra los aires volcanes de fuego escupen, y ellos pájaros de fuego crían, que sus golfos surquen. El gran Tigris encrespado, opuesto al azul volumen, a dar asalto a los dioses, gigante de espuma sube. ¿Qué se nos ha hecho el sol, que de nuestra vista huye? La artillería del cielo juega y pierde; pues ¡qué gruñe. De Venus y de Dïana las competencias comunes se vengan, pues cuanto ayuda Venus, Dïana destruye. Pues no podrá; porque a mí no hay agüeros que me turben. Semíramis, a pesar de los portentos que influye tu vida, tu esposo soy. Yo tu esposa, aunque procure Dïana con estos asombros quitar a mi fama el lustre. Entre todo este alboroto, vuesas mercedes escuchen. Ya ven que esta loca queda hecha reina; a sus ilustres hechos, a sus vanidades y su muerte no se dude; que con la segunda parte os convida, Corte ilustre, quien más serviros desea, si aquestas faltas se suplen. FIN DE LA PRIMERA PARTE DE LA COMEDIA