Metro lírico Metro lírico . Al ilustrísimo señor don Luis de Haro Haro, de la alta esfera gloria y honor del monte de Helicona , donde mejor pudiera mover el Sol su espléndida corona, y con mayor eclíptico decoro que en sus eternos paralelos de oro , oye con rostro afable, no de Marte el furor ni las fortunas del mar inexorable que, entre lares domésticos, algunas suelen causar al sentimiento efectos que el genio obligan a formar conceptos. Antiguamente fueron dignos los huertos, si las flores amas, del honor que les dieron los griegos y latinos epigramas; vivas estatuas, cuya ilustre pompa no hay fuerza de los siglos que la rompa. Quejábase la Tierra en su principio que el celeste manto tanta hermosura encierra; y Júpiter, que amó las selvas tanto , porque no pudo darle luces bellas, las flores igualó con las estrellas. En el laurel constante vivió ninfa gentil ; celosa ardía Clicie , de Febo amante; a Narciso mató su filautía ; joven era el Jacinto , y las hermosas plantas de Venus purpuraron rosas . El fruto del discreto moral sangre de Píramo colora; con tierno y dulce afecto la madre del Amor a Adonis llora. Tú, pues tuvieron almas, oye, en tanto que lloran flores, lo que de ellas canto. En la primera parte de la tiniebla en que la noche fría su obscuro imperio parte, los temerosos párpados abría con luz intercadente y breve el cielo , manchado a nubes el purpureo velo. Sólo, en silencio mudo, a sí misma la noche se escuchaba; y en el informe y rudo principio estar segunda vez juzgaba cuantas naturalezas tienen forma del claro Sol, que su materia informa . Temblaba de la tierra la cara que afeitaron tantas flores, amenazando guerra las cajas de los polos tronadores, y las columnas que los arcos fían cañones de cristal estremecían. Cuando de los terrenos húmidos monstros, que el planeta cuarto engendra por los senos nubíferos ya rotos, brama el parto, silbando por el viento y polvo ciego en selvas de agua, víboras de fuego. Tantas balas de nieve escupe la invisible artillería y tantos mares llueve, que parece que en ira y en porfía con nueva injuria a los gigantes fragua en Etnas de temor sepulcros de agua. Alivio de mis males, mísero huertecillo que dormía libre de penas tales sus flores acechando el alba al día para abrir de pimpollos tanta suma, y yo su luz para tomar la pluma. A un tiempo nos quejamos, él con la voz de que le roba el viento, las flores y los ramos, y yo de ver que en su furor violento no respetase Júpiter airado la verde oliva y el laurel sagrado. Fulminaba tronantes rayos al mundo el celestial teatro que bordaron diamantes, y uno en furor los elementos cuatro pensaron que el motor que los gobierna desengarzaba la cadena eterna . No bien la blanca Aurora los jazmines del pie puso en la plata del coturno que dora al tiempo que con luz el Sol los ata, cuando salí por ver qué fruto alcanza la fe con que sembré tanta esperanza. No siente más fatigas mísero labrador, cuyo sembrado coronaban espigas, cuando miró las líneas del arado, su primero sudor y del novillo limpias las eras y burlado el trillo, que yo, mi inútil huerto , robado como Hespérides de Alcides , y en el campo desierto otra Numancia de árboles y vides, un Sagunto de flores y retamas, las piedras hojas y los muros ramas. Sobre mojados limos, Troyas de manutisas y claveles, pámpanos y racimos de un cenador (ya título) doseles , porque le puso el tiempo en alto estado, la arena de sus pies hicieron prado. Cual suele de mañana, antes de consultar el claro espejo, sin falsa nieve y grana, salir la dama en pálido bosquejo, que desmintió lo que mentido había, a la noche clavel y lirio al día; y ya huésped estraño, su amante apenas sabe consolarse, y, llamándose a engaño, más solicita el irse que el quedarse; así mi huerto, en el lluvioso abismo, amaneció mentira de sí mismo. Un árbol, cuyo fruto desatados corales imitaba, volvió la pompa en luto, vengándose un jazmín que le envidiaba; así le deja esqueleto, y le priva del alma natural vegetativa. ¡Condición arrogante! ¡Que no sufras, jazmín , que las mayores plantas estén delante, porque tu verde red salpiquen flores, sabiendo que crecer ni vivir puedes, a no tenerte en brazos las paredes! La vividora yedra, ¿qué hiciera el laberinto de sus lazos, si amante, con ser piedra, piadoso el muro no le diera abrazos? O ¿cómo, no trepando al verde colmo, fuera la vid tan alta como el olmo? Cuanto el cielo sustenta precisa ha menester defensa alguna; todo el favor lo aumenta; hasta el inmenso mar crece en la luna; que nunca vi medrar, o es monstro raro, planta sin Sol ni ingenio sin amparo. Cual quedan en la guerra manoplas, golas, petos y celadas sembrados por la tierra, y entre el sangriento humor rotas espadas, así del viento bárbaros rigores rompieron ramas y sembraron flores. Suspenso yo le dije: “¿Qué es esto, huertecillo? ¿Qué fortuna tan áspera te aflige? ¿Cuándo la envidia en humildad ninguna fue tan crüel, si el verte tan florido el exorcismo de esta nube ha sido? ¿Qué mucho que desprive la envidia al siete veces cónsul Mario, y que al suelo derribe la gloria militar de Belisario? Mas tú, mas yo, ¿venganzas tan crüeles? ¿Por qué triunfos, jardín? ¿Por qué laureles? Si fueras el hibleo de España, Aranjuez, no me admirara que su feroz deseo en tu real grandeza ejecutara; mas átomo pensil, verte me admiro el verde blanco de su helado tiro. Consuélate conmigo, que, después de dos años pretendiente, los servicios no digo, que fuera memorial impertinente; basta que sepas tú que me pareces, pues que te pierdes más cuanto más creces. Áspero torbellino, armado de rigores y venganzas, súbitamente vino a deshojar mis verdes esperanzas, haciendo el suelo alfombra de colores tantas hojas escritas como flores . No fuera el gran monarca, porque viviera yo, menor planeta; pues cuanta tierra abarca y ciñe el mar se le rindió sujeta, que iguales mira al águila y al grillo aquel topacio del celeste anillo. Corre sin desclavarse del solio de zafir Alma del mundo ; múdase sin mudarse , de la naturaleza autor segundo, rey de la luz con paz de su armonía, hacha inmortal donde se enciende el día. Si bien hay tierra adonde ni aun con oblicuos rayos su grandeza a su nadir responde, tal es de mi fortuna la aspereza que no me alcanza el Sol ni me ha servido haber junto a su eclíptica nacido. Ni mi fortuna muda ver en tres lustros de mi edad primera, con la espada desnuda, al bravo portugués en la Tercera ni después en las naves españolas del mar inglés los puertos y las olas. Estoy seguro y cierto de que ha de haber quien a los dos murmure, mas no te espantes, huerto, de que esta narración tanto me dure, que, como fui soldado de una guerra, cuéntolo muchas veces en mi tierra. Ni menos el estudio, ejercicio también de su alabanza, pero fatal preludio del suceso infeliz de mi esperanza, pues que dimos los dos en tantas sumas, tú al suelo flores y yo al viento plumas. No es posible que falte quien tu humildad castigue, de que llore el blanco y rojo esmalte, que tu edad juvenil rompa y desdore intempestiva furia de agua y viento, pues vives el más ínfimo elemento. Fuerte filosofía, retirada vejez, pero contenta, que la fortuna mía con el breve camino el paso alienta. Si algunas esperanzas he perdido, solo del tiempo estoy arrepentido. Si yo no canto, basta que otros canten por mí lo que yo lloro; voraz el tiempo gasta torres de vanidad, montañas de oro; único sol no padeció ruina, cándida virgen, la virtud divina. Esta, príncipe claro, sublime en vos y altísimo ornamento de vuestro ingenio raro, os hace amable a todo entendimiento, que si el alto nacer solo ennoblece, dichoso el que obra el premio que merece. Huerto de esta ribera, para siempre se fue, ¡qué infausto día!, la dulce primavera que con su hermoso pie te florecía; por eso te faltó sereno el cielo, y a su occidente sol siguiose el yelo. Aquí me daba vida, y a ti te daba flores. Ya la muerte, con su veloz partida, en estériles campos nos convierte: que a vivir estos valles, no lo ignores, a mí me diera siglos y a ti flores”.